Artículo publicado en El Diario Vasco (30/10/2022)
Por lo general, el ‘derecho a…’ se refiere a cosas, actividades y situaciones deseables o imprescindibles. Así, derecho a una vivienda digna o derecho a la libertad. Llama la atención, sin duda, hablar de un derecho a experimentar una emoción concreta. Pero ocurre que sí; concretamente, se ha reconocido el derecho a ser feliz, o más bien, a que el Estado cree unas condiciones para que cada persona pueda ser feliz. Así figura, por ejemplo, en la Declaración de Independencia de Estados Unidos y en la Constitución española de 1812.
Comprendemos que pueda existir un derecho a ser feliz o a estar alegre, pero resulta menos comprensible hablar de ‘derecho’ a una emoción considerada no deseable, como es la tristeza. Por supuesto, esta expresión hay que entenderla en un ámbito diferente al de los otros derechos. Se trata, concretamente, de poder experimentar esta emoción sin entrar en colisión con los hábitos sociales vigentes; que uno pueda experimentar tristeza sin sentirse evitado o rechazado.
Así pues, estar triste no es una obligación, sino un derecho o una invitación a que se respete y acepte a la persona que está triste y a que no se sienta peor todavía al percibir que su tristeza molesta a otras personas. Investigadores de universidades de varios países llegaron a la conclusión de que cuanto más convencida está una persona de que los demás esperan que no debe experimentar emociones negativas, incluida la tristeza, es más probable que las experimente y con mayor intensidad. Es el sentirse todavía más triste por creer que no debe sentirse triste. ‘Sonríe o muere’, titulaba así su libro la escritora norteamericana Barbara Ehrenreich, fallecida recientemente, para indicar una especie de prohibición cultural o veto a la tristeza y un imperativo de mantener siempre una sonrisa, aunque sea forzada y bobalicona.
Y es que lo que a primera vista parece alegría, no siempre resulta auténtica alegría. El ensayista norteamericano Ralph Waldo Emerson afirma que la alegría es la máscara de la tristeza; más o menos equivalente a la expresión popular de «reír para no llorar», reír ante cualquier trivialidad. Risa, con frecuencia, artificial o hueca, remedo de la que produce el óxido nitroso (utilizado también como droga recreativa), que no surge del sano humor o del encuentro familiar o de amistad.Una alegría idéntica en espejo a la tristeza.
Sin embargo, la Psicología Evolucionista enseña que la tristeza tiene una función adaptativa como la ansiedad y la ira. Dado que la tristeza es la respuesta a una pérdida o a no alcanzar los objetivos propuestos, podría tener la función de ser una invitación a reflexionar y reevaluar los objetivos de la persona, con el fin de rectificar lo que sea necesario y de llegar a estrategias para prevenir futuras pérdidas o fracasos. Además, la expresión de tristeza suscita el afecto, la compasión y el apoyo de otras personas, sobre todo de las más próximas. De este modo se estrechan y fortalecen los vínculos sociales entre las personas.
Con todo, no está justificado hacer un panegírico de la tristeza, ni invitar o favorecer el instalarse en ella. La tristeza no es deseable, a pesar de su omnipresencia y de su prolongada duración cuando entra en una persona. Los profesores de la Universidad de Lovaina Philippe Verduyn y Saskia Lavrijsen concluyen que es, con gran diferencia, la emoción de mayor duración.
Paralelamente al proceso social de rechazo a la tristeza, se ha producido la ‘patologización’ de la tristeza normal y de su asimilación al trastorno depresivo. Pero tristeza normal y trastorno depresivo no son equivalentes. Durante el duelo la tristeza es normal y no se debe etiquetar rápidamente de depresión. Varias voces cualificadas se han alzado para denunciar la patologización actual de la tristeza y un sobrediagnóstico de la depresión, que suele conducir al tratamiento farmacológico de experiencias molestas, pero totalmente normales.
Pero no se trata de condenar la risa o la sonrisa. Bienvenidas sean estas expresiones de alegría, siempre que no sean fingidas y que respeten a las personas que experimentan tristeza. Porque el derecho a estar triste no implica dejar a su suerte a la persona que lo está. Tras evitar cualquier forma de rechazo, comenzar por la aceptación y apoyo incondicional facilitará que la superación de la tristeza se haga de forma sana. Es decir, acoger a la persona triste, sin pretender cambiarla desde fuera con consejos superficiales e ineficaces («¡Alegra ya esa cara!…»), favorecerá, sin duda, que su tristeza se transforme en auténtica y serena alegría.
Leave a Reply