Artículo publicado en El Correo (01/11/2022)
Si pensamos en Liz Truss, la primera ministra más breve de la larga historia democrática del Reino Unido, podemos pensar que los partidos eligen mal. En poco más de un mes, la candidata elegida por los militantes de su formación en una campaña electoral interna de dos meses mostró tanto su incompetencia como su incapacidad política para llevar adelante su proyecto. Las primarias del Partido Conservador también habían generado un líder como Boris Johnson, que duró más años que Truss y que desestabilizó la democracia británica llevándola a un punto de no retorno con su irresponsable defensa del esplendor económico que le esperaba al Reino Unido con el Brexit.
Quienes piden a gritos más democracia interna en los partidos, lo de un militante un voto, deberían ser más cautos en sus expectativas sobre la capacidad que tienen los militantes de las organizaciones partidistas de elegir al mejor candidato para tomar decisiones políticas que afectan a todos los ciudadanos dentro de cada ámbito territorial. Los partidos tienen cada vez menos militantes y simpatizantes y los pocos que quedan cada vez están más polarizados y cada vez más lejos de las posiciones medias de la sociedad que padecerá sus decisiones.
Por eso es difícil de entender que la ciudadanía asocie las primarias con mayor democracia, cuando se trata de un proceso interno sobre el que no tienen ningún tipo de control.
En las últimas semanas, el partido que selecciona más candidatos con probabilidades de tomar decisiones que afectarán a la ciudadanía vasca ha visibilizado a sus futuras cabezas de lista de las próximas elecciones locales y forales para las tres capitales y los territorios históricos. Según reconocen los líderes del PNV, las caras nuevas se han promovido para que la foto del poder institucional del partido tras las elecciones de 2023 no siguiera siendo 100% masculina. Y han promovido desde arriba el cambio de tres de esos hombres por tres mujeres.
El proceso de ratificación pasará por sucesivas asambleas en un proceso que no se parece en nada a unas primarias. En cambio, este proceso más controlado desde la dirección asegura una reparación que beneficia a la imagen institucional de nuestro país. La profundización participativa de su democracia interna podría hacer perder la corrección necesaria de esta anomalía. Si observamos cómo votan los simpatizantes del PNV más activos en las redes sociales en sus referéndums digitales internos, vemos cómo muchas veces están alejados de la opinión de la mayoría de la sociedad vasca y de sus propios votantes.
El problema es que la ciudadanía, ni a través de las primarias ni a través de procesos jerárquicos más controlados por los notables de los partidos, puede defenderse de la aparición como candidatas en su ciudad de una política como Liz Truss o en su diputación foral de una candidata como Isabel Díaz Ayuso. No hay modelo perfecto, pero si la ciudadanía desconfía de los partidos debería desconfiar más todavía de la democracia interna como método de selección de las mejores.
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