Artículo publicado en El Correo (31/10/2022)
Las verdades desdeñadas resultan ser las más vengativas. Reaparecen, sin avisar y sin cortesía, abofeteando nuestras conciencias con la violencia de su certeza. Y es que, días atrás, el director general del Banco de España, Ángel Gavilán, ha vuelto sobre una de nuestras reiteradas lacras en una conferencia que lleva por título ‘El crecimiento de la productividad en la economía española’. En las dos últimas décadas –denuncia Gavilán–, la tasa de crecimiento de la productividad en España ha estado muy por debajo de la de otras economías de referencia.
¿Cuánto por debajo? Situando la base 100 en el año 2000, la productividad total de los factores ha alcanzado el índice de 122 en 2020 para Estados Unidos, de 117 para Alemania y de 105 para España. Además, la menor productividad española frente a otros países europeos se observa en prácticamente todas las ramas de actividad, descartando el atenuante de que pudiera tratarse de una cuestión de especialización sectorial.
Las causas de nuestro retraso están de sobra definidas, pero encuentran una obstinada resistencia a su superación. Comenzaremos por nuestro capital humano, comparativamente menos preparado, con un serio problema a todos los niveles del arco educacional. Según Eurostat, el 40,5% de los autónomos y el 35,1% de los empresarios españoles carecen de estudios, frente al 24,8% y el 20,1% de media europea. En general, los ciudadanos españoles estamos muy alejados del espíritu de superación intelectual de los europeos y asiáticos.
En segundo término, el porcentaje de inversión en I+D+i nacional debe incorporarse a las medias europeas. En España, el peso en el PIB de la inversión pública y privada en Investigación y Desarrollo se sitúa muy por debajo de los niveles que se observan en la Unión Europea. En conjunto, nuestra inversión en I+D+i en 2020 (1,4% del PIB) es claramente inferior a la de Alemania (3,2%), a la de la eurozona (2,23% del PIB), la de Corea (4,81%) o la de EE UU (3,45%).
En tercer lugar, la economía española dispone de un escaso nivel de digitalización y un bajo capital intangible, con un universo empresarial en el que predominan las micro y pequeñas empresas con escasa o nula capacidad para investigar e innovar. El reducido tamaño del tejido empresarial español es uno de los factores que inciden en la baja productividad agregada en nuestro país. Esto se debe no solo a que la productividad tiende a aumentar con el tamaño empresarial, sino también a que es precisamente en las compañías de menor tamaño donde se observa un diferencial de productividad más negativo con respecto a sus equivalentes europeas.
La estructura empresarial en España, con una proporción desequilibrada de pymes en relación con la media europea –cerca del 90% de las empresas nacionales tiene menos de 10 trabajadores, muchas de ellas familiares–, constituye una de las causas seculares de nuestro retraso en eficiencia productiva, debido a la baja inversión de reposición y a la baja profesionalización de sus gestores y su equipo humano. Por el contrario, la OCDE muestra que la productividad de las grandes empresas españolas está alineada con las de los países desarrollados de nuestro entorno competitivo.
En cuanto a la gestión del balance, las empresas pequeñas tienen más restricciones para obtener financiación ajena y son, por tanto, más dependientes de los fondos propios y más vulnerables ante reveses cíclicos, lo que estimula la contratación temporal, notoriamente anti productiva: los contratos temporales suelen ser de muy corta duración y ofrecen escasos incentivos para invertir en formación, lo cual, a su vez, obstaculiza el crecimiento de la productividad. Tampoco puede olvidarse la relación impuestos/productividad: cuanto mayor es la cuña impositiva, menor será la cantidad de fondos propios disponibles por la empresa para financiar nueva inversión, aspecto que juega contra la pequeña empresa.
Un tema capital llama en estos momentos a nuestra reflexión. El reto de sacar el máximo provecho de la ejecución del programa Next Generation EU. Una rigurosa selección de los proyectos a financiar con el programa NGEU podría elevar de forma muy significativa la tasa de crecimiento potencial de la economía española al final de esta década. Lamentablemente, la distribución y transparencia de las asignaciones europeas dista de ser eficiente. La suerte pasa delante de nuestra puerta, pero las instituciones parecen no alargar suficientemente la mano.
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