Artículo publicado en El Correo (21/11/2022)
No es necesario postularse en favor de que el mercado de los criptoactivos desaparezca. La libre decisión de los individuos en el ámbito de las finanzas, como en cualquier otro, es sagrada, con el límite impuesto a aquellas conductas que trasciendan el patrimonio propio y comprometan el ajeno. Pero el universo cripto tampoco tiene por qué suscitar una especial atracción. Por la sencilla razón de que no se entiende a qué valores sirve o qué problemas soluciona, excepto los de una economía opaca y frecuentemente criminal. Gente que arriesga dinero en un artilugio sin subyacente, asumiendo que otros arriesgarán aún más: es la magia del esquema Ponzzi.
Vistos con detalle, todos los desastres financieros guardan analogías. Los problemas que ha producido la plataforma FTX.com –la cuarta en el mundo de su clase– y su firma afiliada Alameda Research, son los más recientes, pero casi con seguridad no serán los últimos. El viernes, Sam Bankman-Fried solicitó la apertura de procedimiento de quiebra de su criptoimperio, FTX, en Delaware, EE UU. Un agujero de 16.000 millones de dólares y más de un millón de damnificados.
El siniestro no es singular, en cuanto que repite percances producidos recurrentemente en el tiempo en otros ámbitos del sistema financiero. Para entender esta afirmación debe quedar claro que FTX no es un criptoactivo o token (aunque acuñaba el suyo propio, denominado FTT), sino una plataforma de intercambios de activos (‘Exchange’), especializada en el comercio de criptoactivos, con la misma sofisticación –apalancamiento, leads y lags, derivados, especulación– que brokers o bancos operantes en los mercados financieros tradicionales.
Una plataforma tipo FTX se refiere a un lugar, virtual y/o presencial, en el que se realizan compraventas de criptogadgets y también de otros muchos activos tradicionales, como acciones, obligaciones o cualquier otro tipo de título financiero aceptado por la comunidad que lo conforma. Su objetivo es permitir al usuario participar en un mercado con el ánimo de acrecentar su patrimonio.
La quiebra de FTX no está asociada en este caso a la calidad intrínseca de los criptoactivos comerciales, sino a la pésima gestión de su equipo humano, y a un presunto fraude: FTX habría usado sumas ingentes de clientes de FTX para cubrir las pérdidas de su propio fondo de capital riesgo, Alameda Research. El liquidador de la sociedad, John J.Ray, ha expresado su primera impresión:
«En toda mi carrera no he visto un fallo tan absoluto de los controles corporativos y una ausencia tan flagrante de información financiera confiable como la ocurrida aquí. Desde la integridad de los sistemas comprometidos y la supervisión regulatoria defectuosa en el extranjero, hasta la concentración del control en manos de un grupo muy pequeño de personas sin experiencia, sin sofisticación y potencialmente comprometidas, esta situación no tiene precedentes».
Estos mismos desastres ocurren periódicamente en el mundo financiero regulado. Con o sin malversación, las entidades toman fondos a corto y los prestan a largo. Mientras los primeros pueden ser retirados a demanda, los segundos carecen de liquidez. A ello sigue habitualmente una súbita crisis de confianza. Las nuevas regulaciones no han parecido impedir que los ejecutivos de las firmas encuentren nuevas formas de cometer los mismos viejos fraudes y errores.
Temas aparte son la propia consistencia de los criptoactivos, la regulación de estos mercados y la protección de los inversores. En cuanto a lo primero, y con la excepción de aquellos tokens que tienen una contrapartida sólida (stablecoins), la realidad es que carecen de valor subyacente, y son mero humo especulativo.
La debacle de FTX ha arrastrado el precio de Bitcoin desde máximos de 69.000 dólares al suelo reciente de 17.000. Aunque aún falta un sistema internacional de protección de los inversores –en Europa se halla uno en ciernes–, FTX ya estaba sujeta a regulaciones en EEUU y otros países conauditorias limpias y un engañoso marketing de transparencia. Más regulación tampoco significa más progreso, ni un éxito más rotundo. Mejor gestión, sí. En suma: es la totalidad del fenómeno ‘Cripto’ la que necesita una revisión desde sus cimientos.
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