Artículo publicado en El Correo (05/12/2022)
Sorprende la descolocación cultural de un buen número de nuestros adolescentes, que no solo ignoran quién fue Mijaíl Gorbachov, sino que pueden quedarse cortados ante la simple pregunta de cuántos y cuáles son los puntos cardinales. El conocimiento es un medio para lograr la inclusión social, el autorreconocimiento personal y la confianza. Viene esto a cuento de la educación financiera de nuestros jóvenes. La juventud española parte en desventaja. Informes como el de Intrum-European Consumer Payment Report 2021 recogen que el 62% de los españoles necesita mejorar su educación financiera. El influyente estudio PISA, redactado por la OCDE, sitúa a nuestros estudiantes 13 puntos por debajo de la media europea en conocimientos sobre la economía, el dinero y las finanzas, un claro indicativo de las carencias de un sistema educativo que no incluye o incluye mal la educación financiera en sus planes de estudio.
Si bien los adolescentes no gestionan su propio dinero, sí que disponen de parte del dinero de sus hogares, por lo que necesitan herramientas para enfrentarse a su contexto y circunstancias, básicamente en la adecuada gestión de sus deudas. Deudas que proceden en buena medida –según uno de los talleres de educación financiera impartido en un colegio de Madrid a adolescentes de 14 a 16 años– de los resultados adversos en las apuestas y los juegos en red, prohibidos para esa franja de edad. El Informe Europeo de Pagos 2022-España, elaborado por Intrum, apunta otro riesgo, el de caer en compras inadecuadas a golpe de clic en el comercio ‘on line’. El dinero digital relativiza la importancia del pago, y con ello el uso mesurado del desembolso. La educación financiera previene asimismo de caer en las frecuentes estafas de la red.
En una reciente intervención pública, el gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, advertía de que un grupo muy amplio de españoles no está familiarizado con conceptos como la inflación, el tipo de interés o la diversificación del riesgo. Por ejemplo, el 42% de los entrevistados no consigue responder adecuadamente al concepto y efectos de la inflación. Para responder correctamente a la pregunta sobre el tipo de interés compuesto, se debe entender que la evolución de una cantidad ahorrada en una cuenta depende no solo del tipo de interés anual aplicado el primer año, sino también de los intereses acumulados desde entonces. El 54 % de los encuestados no contesta correctamente a esta cuestión.
La pregunta sobre la diversificación del riesgo mide si el consultado entiende que el riesgo asociado a invertir en un activo de difícil comprensión disminuye si se adquiere una amplia gama de activos distintos en vez de un único tipo de ellos. En este caso, el 51% no consigue responder con solvencia a esta cuestión. Finalmente, la proporción de quienes contestan bien a las citadas preguntas es inferior entre los jóvenes. En concreto, solo una de cada ocho personas de entre 18 y 34 años responde correctamente a las tres.
¿Qué solución tienen estas carencias? No hay otra que la adecuada formación de nuestra juventud en las materias financieras más básicas y usuales. El lugar tiene que ser el recinto educacional en institutos y colegios durante la etapa preuniversitaria, con módulos específicos sobre la materia que deben reforzarse en el año de acceso a la universidad en todas sus facultades y especialidades. Todo ello, con programas propios y apoyados en iniciativas públicas o privadas de terceros.
Hay que resaltar asimismo la importancia y el valor específico de la familia como espacio de aprendizaje financiero. Las madres y los padres deberían tener la formación suficiente como para adoptar el protagonismo en la socialización financiera, tratando de mejorar sus competencias en esta materia y enseñando a sus vástagos a ponerlas en práctica. Los centros educativos ahondarían en la formación prestada por los progenitores.
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