Artículo publicado en Deia (11/12/2022)
Esta semana Ucrania ha atacado por primera vez objetivos militares en el interior del territorio ruso, en concreto los aeródromos desde los que se lanzan algunas de las operaciones contra su territorio.
Rusia continúa atacando población civil, por ejemplo, esta semana en Bahamut, en el Donetsk. Recordemos que se trata de territorio que los rusos dijeron anexionarse para proteger a sus habitantes. Es una ciudad de 75.000 habitantes (como Eibar, Ermua, Elorrio y Mondragón sumadas) que estaría, según las autoridades ucranianas, siendo “destruida y convertida en ruinas carbonizadas”. En contraste, la acción ucraniana sobre suelo ruso ha tenido como objetivo las instalaciones militares que participan en ese tipo de ataques, es decir, un ejercicio de legítima defensa legal y proporcional. Los permanentes buscadores de equidistancias deberán esperar a mejor ocasión.
Tampoco el Ministerio de Exteriores ruso pierde oportunidad para exhibirse con un ejercicio de hipocresía máxima cuando denuncia el ataque ucraniano y repite la vieja paranoide y victimista melodía tan del gusto de los consumidores de propaganda: “esto refleja una línea consciente de Washington y los europeos que le siguen de manera obediente a escalar el conflicto”. Volodymyr Zelensky ha sido elegido por la revista TIME como persona del año. Parece justificado. No se trata aquí de declarar fobias o filias personales, de si el personaje nos cae bien o mal o de defender la infalibilidad política de nadie, sino de reconocer que ha sido la persona más decisiva del último año.
Se ha negado a consentir sin resistirla la condena de ocupación y anexión que contra su país había impuesto la potencia imperial vecina. No sabemos cómo terminará la guerra ni cómo será lo que venga después, pero sí sabemos que, al menos hasta el día de hoy, el presidente ucraniano ha liderado a su país utilizando los medios legítimos y ha sumado a la comunidad internacional en una lucha por el derecho y la libertad. Para bien o para mal, el futuro del orden global se juega hoy en Ucrania.
También esta semana la Misión de Observación de Derechos Humanos de la ONU en Ucrania ha presentado su informe sobre lo ocurrido las primeras semanas desde la invasión en varias regiones del país. El informe detalla cómo las fuerzas armadas rusas ejecutaron sumariamente y llevaron a cabo ataques que causaron la muerte de cientos de civiles, incluyendo decenas de menores, en lo que constituye “un crimen de guerra”.
La ONU no ha encontrado un solo indicio de que las autoridades rusas estén investigando estos crímenes, razón por la cual las investigaciones independientes internacionales y las medidas para evitar la impunidad, concluye el informe, se hacen necesarias.
Tras las medidas adoptadas por la Unión Europea la semana pasada, la cotización del crudo ruso ha reaccionado bajando en el mercado internacional por debajo tanto del precio previo a la guerra, como del precio máximo establecido por la UE. El petróleo Brent cotiza esta semana al precio más bajo de 2022.
El opositor ruso Ilia Yashin ha sido condenado en Rusia a ocho años y medio por cuestionar en redes sociales la versión oficial sobre la matanza de Bucha y atreverse a decir que los muertos no eran actores, sino muertos, y que la masacre no era un montaje, sino masacre. Algo que ya ha sido acreditado sobradamente. Él paga con la cárcel por decir la verdad. Otros entre nosotros sostuvieron la mentira rusa y aún hoy son incapaces de entender el abismo que hay entre defender la libertad y defender la mentira.
Los ataques ucranianos en territorio ruso, los bombardeos rusos contra población civil, la propaganda rusa, la portada de la revista TIME, el papel de la ONU, el precio del crudo o la condena de Tashin. Cada una de estas noticias habría merecido comentarios que ocuparan la totalidad del espacio reservado para esta columna. Pero hay ocasiones en que las noticias se comentan mejor si dialogan entre sí. Hay que dejarlas hablar. Y escucharlas.
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