Artículo publicado en El Correo (19/12/2022)
La economía de mercado, aquella que acata las leyes de la oferta y la demanda, abarca tres grandes áreas que a su vez engloban un gran número de variables. Los tres vastos ámbitos se refieren al mercado de bienes y servicios, al mercado de dinero y capitales y al mercado de trabajo. Como si fueran las bolas de los mágicos bombos de la lotería navideña, giran frenéticamente produciendo ininterrumpidamente valores cardinales para cada una de las variables referidas. A los economistas compete atender a la dirección en que evolucionan y a la magnitud en que lo hacen.
Comencemos por una pregunta de carácter general: ¿discurre el ciclo económico por cauces propios, también llamados endógenos, o, alternativamente, por causas externas o exógenas? La respuesta es dual, y duales son sus consecuencias: las dos cosas. Parte de la teoría económica tradicional atribuye las fluctuaciones cíclicas a los efectos acumulativos de numerosas perturbaciones aleatorias exógenas periódicas, o a unas muy severas, que distorsionan el funcionamiento de un sistema económico, que, por naturaleza, es estable. Pero tampoco niega que las economías de libre mercado muestran cierta inestabilidad intrínseca que se traduce circunstancialmente en crisis de sobreproducción o subconsumo ligadas a su propio funcionamiento.
Pongamos dos ejemplos. La crisis financiera de 2008 que obligó al rescate de un buen número de países, entre ellos España, fue de naturaleza endógena. La provocó el propio sistema con su mala praxis. Las principales razones son bien conocidas: la crisis ‘subprime’ americana de las hipotecas basura, que causó otra bancaria en Europa; la deficiente construcción de la Eurozona, que nunca fue un ‘área monetaria óptima’; y, en nuestro caso particular, el modelo económico de la primera década del euro, el desmesurado peso del ladrillo y posterior estallido de la burbuja inmobiliaria, complicado después con una crisis de deuda soberana.
Pero nadie albergará la menor duda de que la crisis derivada de la pandemia, o más recientemente la producida por la invasión rusa de Ucrania, son de carácter exógeno y que, sin responsabilidad alguna de los perjudicados, han causado en ellos daños económicos irreparables.
En circunstancias estables existe una tendencia ‘natural’ por la que discurre la economía. ¿Cuál es el ingrediente central? La profesión económica es convergente: la tecnología es el factor generador del crecimiento a corto plazo y su intensidad marca la intensidad de la coyuntura y la marcha del ciclo. Y de la tecnología, por lógica, saltamos al sector industrial, cuya contribución es crítica, y a la productividad laboral y total de los factores. El proceso es simple. Un ‘shock’ tecnológico positivo en el periodo ‘t’ incrementa la renta en ‘t’. Parte de la renta adicional se utiliza para aumentar el ahorro en ‘t’. El ahorro adicional incrementa el capital utilizado en la producción en ‘t’ +1. Más capital implica un mayor nivel de ‘output’ en ‘t’ +1. La renta adicional en ‘t’ +1 se usa para aumentar el ahorro en ‘t’ +1, y así sucesivamente. Este proceso continúa en el tiempo, aunque va desapareciendo paulatinamente hasta el siguiente ‘shock’ tecnológico.
Dicho lo cual, ¿qué efectividad cabe atribuir a la bola de cristal para anticipar efectos futuros? Poca o ninguna. En una expansión, el crecimiento será positivo y, asumiendo correlación positiva en el crecimiento, esa tenderá a ser la predicción. Pero no existen predictores fiables de crecimiento negativo cuando le precede un dato de crecimiento positivo. No existe bola de cristal alguna que haya podido anticipar los efectos devastadores del covid en la economía mundial, cuando esta se recuperaba con vigor de las fatalidades previas.
Y una consideración final: ¿Quién indemniza a los perjudicados por las calamidades producidas por las pérdidas del ciclo cuando este sea de naturaleza exógena? La respuesta es que nadie. Y que, aunque cueste asumirlo, somos financiadores a prorrata de las externalidades negativas del sistema: el menor valor del inmueble en el que vivo, la minusvalía financiera de mi cartera de inversión, la erosión adquisitiva de mi salario o la caída de beneficios en mi empresa. No hay consorcio alguno a quien reclamar. Alternativamente, ¿a quién se atribuye el progreso cuando este está en curso? Pues al sistema; o sea, igualmente a nadie.
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