Artículo publicado en El Diario Vasco (28/12/2022)
Dudar es esencial para una profesora universitaria, porque está en la esencia de la mejora o, al menos, de intentarlo. Dudo si, cuando imparto Desarrollo Humano, enseño lo esencial del desarrollo y de lo humano. Dudo si, cuando converso con mis estudiantes sobre la vida, sus fases y sus condicionantes, logro que se planteen dudas e interrogantes sobre la vida, sobre su vida. Dudo sobre cómo lograr llegar a ello y a ellos y ellas.
Sin embargo, cuando escucho las canciones de Fito & Fitipaldis, siento una certeza, sus melodías me hacen plantearme, replantearme la vida y su recorrido; en definitiva, el Desarrollo Humano. Tanto es así que he pensado incorporarlas como material didáctico en mis clases, con la esperanza de llegar a mis estudiantes, de lograr que, como yo, escuchando sus canciones, aprendan sobre la vida humana.
Soy fan incondicional de sus canciones, de sus letras, de sus rimas, de su música, de su guitarra y demás acompañamientos. Nadie como Fito canta para compartirnos sus experiencias, duras y blandas, alegres y tristes. Nadie como él es capaz de encontrar un rayo de luz en la oscuridad, un atisbo de dulzura en la amargura, ‘una flor en la basura’. Nadie como él es capaz de reflejar las paradojas de la vida, nos hace conscientes de que,‘ si no cierras bien los ojos, muchas cosas no se ven’. Por lo aprendido mientras vivía. Al fin y al cabo, ‘por esos libros nunca aprendió a coger el cielo con las manos’. Por lo aprendido mientras lo cuenta, mientras lo canta (‘si no canta, no sabe lo que dice’). Por eso, es un gran maestro del Desarrollo Humano.
A lo largo de nuestra vida siempre somos nosotros, pero vamos cambiando con las experiencias, las decisiones y las situaciones, como ‘las nubes con el viento, siempre están cambiando. Todo cambia y sigue igual y, aunque siempre es diferente, siempre el mismo mar’.
Hay algo que nos hace únicos en nuestro desarrollo, porque ‘la vida es algo que hay que morder y en cada boca tiene un sabor’. Hay que ‘dejarnos nacer, nos tenemos que inventar’. Desarrollamos nuestra identidad cuando ‘encontramos la melodía’, aunque ‘nos pasemos media vida buscándola’.
El camino hacia la identidad no es lineal, no siempre se avanza. A veces, retrocedemos, nos vamos ‘no sé hacia dónde, solo sé que nos perdemos’. En esos momentos ‘queremos que nos arrastre el viento, como un trozo de papel, revolcarnos por el cielo, y no caer, y no pensar’. Son crisis, momentos de riesgo que nos pueden llevar a ‘poner el nombre en una bala, a probar la carne de cañón, a abrazarnos a la tristeza’, a estar ‘en algún sitio entre la espada y la pared’. Entonces, el horizonte se confunde ‘con un negro telón y el corazón se te hace migas. Te sientes tan deprimido que tienes la cabeza llena de pájaros disecados. Es la forma de caer, es la forma de volver de los abismos’.
Sin embargo, ‘tenemos que olvidar este frío mes de enero y volver a brillar de nuevo’, seguir avanzando en nuestra vida, porque ‘nunca se para de crecer’. Y alimentar la esperanza ya que, ‘si te cabe el cielo en un abrazo, siempre habrá una estrella para ti. Si catorce vidas son dos gatos, aún queda mucho por vivir’.
La edad nos ayuda a enfocar la vida con realismo, nos lleva a darnos cuenta ‘con el paso de los años, que nada es como se soñó’. Nos enseña ‘que hay días que parece que nunca se va a apagar el sol, y otros más tristes que una despedida en la estación. Es igual que nuestra vida, que cuando todo va bien, un día tuerces una esquina y te tuerces tú también’. Los años también nos regalan flexibilidad en el pensamiento: ‘ni negro del todo, ni del todo blanco; entre los extremos, siempre hay más espacio porque la tristeza y la alegría viajan en el mismo tren’.
Con el tiempo, nos hacemos conscientes del poder de nuestro pensamiento y de nuestra voluntad, porque sabemos que ‘somos mucho más guapos cuando no nos sentimos feos y que para ser feliz hay que intentar parecerlo’. Y asumimos con realismo nuestras fortalezas y limitaciones, nos reconocemos como ‘tipos extraordinarios de lo más comunes’.
Y cuando ‘va llegando el temporal, y las olas van rompiendo, solo tratan de decir que están muriendo. Solo el invierno quedó, ya no queda ni una flor’.
‘A morir cantando, porque, tarde o temprano, sé que voy a volver…’.
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