Artículo publicado en El Correo (09/01/2023)
Un respetado colega con quien comparto la recíproca satisfacción de seguir y ser seguido en las redes sociales, en relación a mi reciente artículo en prensa titulado ‘España: ¿liberalismo en declive?’ me formula la siguiente consideración: «Aunque la economía española como otras de países avanzados no responda al concepto marxista de economía de plan central, aquello del liberalismo y del libre mercado quedó ya lejos». Veamos.
El capitalismo es un sistema socioeconómico basado en que los medios de producción y de distribución son de propiedad privada, con fines lucrativos y en libre competencia, a diferencia y en las antípodas de las economías marxistas. Profundizando un poco más, su filosofía pivota al menos en tres grandes pilares insustituibles.
En primer lugar promueve sin restricciones la propiedad privada, que permite a las personas poseer bienes tangibles, o intangibles. Se admite y defiende el interés propio, por el cual las personas persiguen su propio bien. Eliminar el derecho inalienable a la propiedad individual privada es dinamitar el primer pilar del capitalismo. De ahí que la fiscalidad, necesaria pero confiscatoria, deba gestionarse con pulso de cirujano. La preservación del derecho a la propiedad privada nos remite a dos pilares más que están en armonía con aquel. El primero se refiere a la existencia de un cuerpo legislativo independiente y no corrupto que fije los límites diarios de la libertad de acción económica: un parlamento suficientemente democrático como para merecer el nombre de tal. Con él, y añadidamente, debe hallarse presente una judicatura independiente que haga valer mediante la represión normativa y reglada los dictados del legislativo.
Desmontemos cualquiera de estos tres pilares y el edificio de la economía de mercado se disolverá como un azucarillo en el agua. Falta lógicamente el corolario o conclusión más crítica del silogismo anterior. Si esos pilares fallan, no habrá en el ámbito geográfico aludido progreso económico alguno. Solamente caos, pobreza y desolación.
Procedamos a un salto adicional, el producido por la llamada globalización que no es sino la expansión internacional del libre cambio sin aranceles, contingentes ni otras cortapisas.
Es cierto que la crisis abierta en los últimos meses por la asfixia de las cadenas de suministro, deslocalizadas masivamente de sus propietarios en origen, ha producido un retroceso en la dispersión de centros de abastecimiento de occidente en especial en Asia central y sudeste asiático. Todo exceso es indirectamente pedagógico y está llamado a corregirse. Muchas industrias occidentales están repatriando a sus países de origen cadenas de suministros esenciales para el ensamblaje y producción de sus productos finales. Aun así, el comercio mundial ha crecido un 3,5% en 2022 en dólares inflacionistas, por encima del PIB real, pero sobre todo se ha reinventado en busca de fuentes alternativas y está llamado a prestar una contribución especial en la lucha contra el cambio climático. Además, los gobiernos han aprendido la gran lección de la teoría económica en el sentido de que el comercio beneficia a un país como un todo, pero solo si en paralelo tiene lugar un proceso interno distributivo.
Pero la consideración general a la que aquí llegamos es la verdaderamente lacerante: el subdesarrollo, la pobreza extrema y la ausencia de futuro de determinados países del África subsahariana o del sudeste asiático no son producto de una globalización dañina o perversa, sino justamente de lo contrario: de su ausencia. La comunidad inversora internacional jamás apostará por países que carezcan de las tres columnas troncales arriba citadas que constituyen la economía libre de mercado.
Y acercándonos a nuestra propia realidad, a la economía española, podemos dar gracias a Dios o a los astros del firmamento, al verificar que, tras la sombra socialista, se mantienen más que satisfactoriamente los principios de la economía liberal y de su sistema productivo y de distribución. O sea, que el enunciado que figura en cabeza de esta columna y que dice: «aquello del liberalismo y del libre mercado quedó ya lejos» no se sostiene sin dificultad. Si nos roban la bicicleta, estamos ante un delito, no ante un acto banal y consentido por el sistema.
El liberalismo, híbrido y complementado por el ideario socialdemócrata, está intacto y la globalización, que es su segunda derivada, no está muerta, sino que simplemente se está transformando.
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