Artículo publicado en El Correo (23/01/2023)
Tras dos años de interrupción debida al azote pandémico, el Foro Económico Mundial (FEM) reapareció en formato presencial la semana pasada en su entorno y fechas tradicionales, en la estación alpina de Davos. Es el hogar anual de la Conferencia Económica Mundial, un encuentro de destacados líderes empresariales, políticos y académicos de todo el mundo pensado para discutir los más apremiantes desafíos globales y promover la colaboración internacional.
El fenómeno ‘Davos’, al no tener carácter institucional podría pasar más o menos desapercibido. Pero la realidad es que las organizaciones civiles y en general el mundo radical se cuestionan su existencia por no ajustarse a sus propios valores y postulados hasta desatar las criticas más apasionadas. Con un enfoque objetivo podemos deliberar si el movimiento de Davos tiene un sitio en la dinámica creativa mundial o si, por el contrario, como defienden muchos, estaría mejor ardiendo en el fuego del infierno.
Objetivamente, la reunión de Davos muestra algunas limitaciones, a las que el lector puede atribuir peso y gravedad, partiendo del respeto a la libre actuación de las personas y empresas en el mercado. Se refieren generalmente a su coste, accesibilidad, representatividad, transparencia y efectividad. Describámoslas taquigráficamente.
El coste alude a que la condición de socio en el Foro Mundial o la mera inscripción en la Asamblea de Davos es deliberadamente muy cara. Además, el acceso es exclusivamente por invitación, lo que limita la participación de individuos de sustratos variados y diversos. Los participantes en Davos son básicamente sujetos ricos, poderosos e influyentes, lo que objeta a la representatividad de las de comunidades marginales o de países en vías de desarrollo. Aunque en la actualidad las sesiones plenarias y otras de importancia se vuelcan en la web a la que tiene libre acceso todo el mundo, las reuniones más selectivas y privadas por gremios, industrias o mero interés común no están abiertas al público lo que dificulta, según los objetores, la transparencia de las discusiones y decisiones que tienen lugar en el foro. En cuanto a la efectividad se trata de una crítica asumible ya que es una organización no institucional sin poderes directos políticos y basada en elementos didácticos, publicitarios o de persuasión científica. Mejorar la situación del planeta es un problema complejo y multifacético y desborda las influencias de una fundación privada.
Pero igualmente es importante tener en cuenta que el FEM ha sido elogiado por sus esfuerzos para abordar una amplia gama de problemas globales al reunir a líderes de una gran variedad de sectores y países para discutir y colaborar en posibles soluciones. A través de su participación en las reuniones, los asistentes pueden compartir ideas, crear alianzas y desarrollar estrategias para abordar problemas globales. Que los participantes tengan como objetivo prioritario el volcar en la propia red sus opiniones, intereses, estrategias y oportunidades de negocio no parece objetable. Otro punto fuerte es el énfasis de la Fundación en el pensamiento estratégico y el análisis a largo plazo. La reunión de Davos es conocida por su enfoque de futuro y en cómo prepararse para los desafíos y oportunidades que nos acechan.
No estaban en la estación suiza, quizá, todos los que son, pero son casi todos los que estaban. Ellos son ‘Davos Men’,morfotipos de un denominador común. Esto de ‘Hombre-Davos’, es un concepto acuñado por el politólogo Samuel Huntington que describe al ciudadano global, una estirpe con «escasa lealtad nacional», un grupo que «ve complacido la desaparición de las fronteras nacionales y considera a los gobiernos nacionales como vestigios del pasado». Una idea ingeniosa, una especie de comunismo capitalista sustituyendo el slogan marxista de «el trabajador carece de patria» por el de «el capitalista o la corporación transnacional carecen de patria», porque la globalización, aunque en la actualidad atraviese sus horas más bajas, ha transformado el planeta a mejor.
El jueves en Davos, el gran Larry Summers de la Universidad de Harvard sentenciaba: «La gran lección de la historia es que no existe un motor de progreso comparable a la combinación de ciencia, tecnología y mercados. Aunque deben gestionarse adecuadamente».
Davos constituye una gran fábrica de ideas. Yo, desde el respeto, me sumo antes a los aplausos que a las descalificaciones.
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