Artículo publicado en El Diario Vasco (29/01/2023)
La convivencia es un concepto muy presente en todos los ámbitos de la esfera social. Es una de las cuestiones más debatidas entre nuestro alumnado de trabajo social, desde el primer año de carrera: ¿Cuáles son los pilares de la convivencia? ¿En qué se basa la construcción de una sociedad? Desde las lecturas funcionalistas que subrayan el perfecto orden social hasta la lógica conflictiva del marxismo, todas ellas se preguntan sobre nuestra forma de estar en común, nuestras interacciones y nuestra propia perspectiva de futuro.
Este debate clásico y universal ha estado también muy presente, en muy distintas acepciones, en nuestra sociedad. El fuerte impacto de una dictadura primero y de otros cuarenta años de terrorismo y vulneraciones de derechos humanos después ha hecho que este tema siempre haya tenido una fuerte presencia en los medios y haya sido fruto de debates intensos por parte de la opinión pública. A partir de octubre de 2011, con cese definitivo de la actividad armada de ETA, muchos de estos debates dejaron de serlo para formar parte de la práctica con la que construir la convivencia, de los múltiples intentos para hacerlo.
Se han cumplido ya diez años de la puesta en marcha de foros locales en muchos municipios de Gipuzkoa. Bajo el impulso de la Diputación Foral y la dinamización de Berbari Lekua, Bakeola Fundación Ede o Baketik muchos municipios pusieron en marcha espacios discretos de diálogo entre diferentes, cosa impensable hasta ese momento. Esos espacios, tanto de representantes políticos en activo, como de ciudadanía con sensibilidad política han ido socializando sus conclusiones durante estos años. Tuve la suerte de poder participar en el de Donostia, que gracias a la generosidad de Aizpea Goenaga socializó su experiencia en un documental, Bidea eraikitzen, disponible en Youtube.
Otra de las iniciativas (o, mejor dicho, agrupación de iniciativas) puesta en marcha en este periodo ha sido el Foro social. Inició el camino en 2016 y recientemente han anunciado su final para dentro de un mes. Así las cosas, es justo reconocer la labor que el foro ha realizado durante estos años de andadura para la construcción de la convivencia a través de las acciones públicas (y no públicas), debates y documentos publicados.
Es posible que, pasados once años desde aquel cese definitivo de la actividad armada de ETA, y siendo ya un hecho su desaparición definitiva, la convivencia sea un término que no está del todo de moda. De hecho, el último DeustoBarómetro (invierno de 2022) sitúa este problema en el vigesimoprimer lugar en la escala de problemas de la ciudadanía y sólo el 2,9% lo destaca como relevante.
El cambio producido en una década ha sido realmente significativo. Pero el hecho de que no se detecte como relevante no quiere decir que no lo sea. Es más, me atrevo a decir que lo es ahora más que nunca. Por un lado, por la relevancia social del tema. Por otro, por la ampliación de sus significantes. Me explico en seguida.
Una reciente encuesta publicada por el Gabinete de Prospecciones Sociológicas del Gobierno Vasco, pone de relevancia que a la hora de hablar de convivencia, las primeras imágenes asociadas a la misma tienen mucho más que ver ahora con la desigualdad, o la falta de respeto a la diversidad. Son intuiciones recogidas en el plan Udaberri 2024 que abogan por una manera más abierta de entender la convivencia, que integra ahora más variables. Esta preocupación por la desigualdad y la diversidad está más de actualidad que nunca, a la vista de los últimos datos de violencia machista o ataques a personas LGBTQ+, por citar algunos ejemplos.
En esta misma encuesta nos encontramos un dato curioso. Preguntados sobre las situaciones de violencia de motivación política y sus consecuencias, un 63% de las personas jóvenes opinaba que éstas iban a continuar en el futuro, frente al 40% en el que se situaba el porcentaje de la población en general en esta respuesta. Complementa esta perspectiva el 75% de personas jóvenes que opinan que las medidas para fomentar la memoria de las víctimas favorecen la convivencia, frente a un 22% que opina que es mejor no remover el pasado. El porcentaje de la población en general se sitúa en un 60% en el caso de quienes apoyan las medidas de memoria. Este porcentaje desciende al 50% en el caso de las personas mayores de 65 años.
Todo esto nos deja, en mi opinión, varias conclusiones claras. En primer lugar, la necesidad de trabajar en políticas públicas de convivencia es más importante que nunca, entendida ésta en modo amplio como la lucha contra las desigualdades sociales y las situaciones de discriminación. Es la ampliación de los significantes. En segundo lugar, la agenda de la memoria también sigue siendo necesaria tal y como demuestran los datos. En tercer lugar, y frente a discursos catastrofistas, se abre un horizonte de luz y esperanza con las personas jóvenes. Son ya presente y entienden y valoran, a veces mucho mejor que el resto, la importancia de estas temáticas.
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