Artículo publicado en Cinco Días (01/01/23)
En este comienzo de año parece ser que la inflación nos sigue acompañando aun lanzando señales de suave ralentización desde los dos dígitos del año pasado. Si hemos cerrado 2022 con uno de los niveles más altos de las últimas décadas, acompañado por un elevado nivel de incertidumbre y un coste del dinero que nos recuerda al siglo pasado, es cierto que este 2023 nos lleva directos hacia la estanflación: el mix de estancamiento económico e inflación elevada. Elevada, porque el valor ideal de la inflación no es ni el valor del 5,8% del IPC total conocido este lunes ni del 7,5% del IPC subyacente, sino que debería ser del 2%. Para que quede más claro, es como si nuestro presupuesto mensual fuera de 1.000 euros y hubiésemos pasado de gastar 5.000 euros al mes a 3.000/4.000 euros al mes. Nos alegramos claramente por la reducción del gasto, que ha ido disminuyendo durante los últimos meses, pero nos tenemos que centrar en la senda de los 1.000 euros para ser solventes y no incurrir en problemas. Y el recorrido es bastante amplio.
Los bancos centrales nos han estado echando una mano, pero esa terapia de choque está lentamente impactando con el crecimiento económico de las economías del mundo que están entrando en ralentización/recesión y llevando a las economías más grandes del planeta a una situación de estanflación. Lo que preocupa de esta tendencia inflacionista en 2023 es, sin duda, el incremento constante de la inflación subyacente que, en lugar de ir remitiendo como la inflación total, está registrando subidas. Y es este indicador el que nos señala la elevada posibilidad de que se haya activado en nuestra economía española una inflación de segunda ronda, más bien típica de una inflación de demanda, tras haber sufrido durante los últimos dos años una dura inflación de oferta.
En otras palabras, si las medidas tomadas en el ámbito energético han servido para paliar los incrementos de los precios en el sector de la energía, las revisiones salariales y la indexación de las pensiones están empezando a lanzar unas señales preocupantes de que la inflación se ha ido dispersando por toda la cesta de la compra, más allá del sector alimentario y energético.
Si es cierto que una parte de este crecimiento del valor de la inflación subyacente está determinada por los cambios metodológicos que la han impulsado hacia arriba, también es cierto que hay que proceder con extremo cuidado en las revisiones salariales para así evitar lo que ya ha vivido Estados Unidos con la inflación de demanda.
Para salir de esta situación de estanflación resulta clave impulsar políticas económicas que consigan aligerar el peso de estos incrementos de coste de producción y por lo tanto fomentar políticas de mejora de la productividad empresarial, potenciando las inversiones en innovación. En pocas palabras, liderar el cambio medioambiental y digital que los fondos europeos nos ofrecen tras la pandemia sufrida estos pasados años.
En un escenario de clara ralentización económica es evidente que 2023 entrará peor que 2022, pero probablemente terminará mejor que el año que acabamos de cerrar. Porque si es cierto que la inflación irá lentamente remitiendo hasta 2024, también lo es que el mercado laboral está respondiendo de una forma distinta a los acontecimientos económicos de estos años.
La mayor flexibilidad introducida por los ERTE ha demostrado que solo cooperando y no enfrentándose se pueden superar las peores crisis económicas. En este momento, más que nunca se necesita de una colaboración especial entre trabajadores y empresarios para poder salir de una situación económica que no vivíamos desde el siglo pasado.
El resultado de esta cooperación se ha trasladado en el Código de Buenas Prácticas entre el Gobierno y las entidades financieras para hacer frente al pago de las hipotecas. Igualmente debería ofrecerse en el ámbito alimentario con una cooperación reforzada con las grandes empresas distribuidoras de las grandes superficies. Tendría que seguir actuando en el mercado energético con las compañías eléctricas para seguir fomentando las inversiones en las empresas renovables al mismo tiempo que se mantiene bajo control el precio de las facturas eléctricas para los consumidores.
Cooperación y flexibilidad son por tanto las dos palabras que nos pueden ofrecer nuevas oportunidades para reforzar las conexiones empresariales y una nueva relación entre ciudadanía y tejido productivo, suavizando los enfrentamientos y apoyando la capacidad de alcanzar acuerdos comunes.
Sin embargo, hay que mantener bajo control este nivel de inflación creciente y tener en cuenta que este encarecimiento del coste del dinero es un efecto indirecto de los errores que la falta de cooperación puede contribuir a generar. El pago de la hipoteca, el encarecimiento de los bienes básicos de la cesta de la compra, la subida del recibo de la luz, son elementos claves para cada uno de los hogares y son fundamentales para las empresas que proporcionan a los mismos estos productos.
Para que el sistema siga funcionando y la rueda siga girando se necesita el esfuerzo conjunto de todos los actores y este 2023 tiene que poner de manifiesto estas dinámicas para evitar caer en los errores del pasado, que si algo nos ha enseñado es que la falta de cooperación no nos lleva a ningún otro lugar que no sea el deterioro de nuestro entorno económico.
Necesitamos esto y más en un año que viene cargado de elecciones locales y nacionales y de una visión común.
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