Artículo publicado en El Correo (06/02/2023)
Como ya es conocido, la inflación anual medida por el IPC (Índice general de Precios de Consumo) en enero ha sido del 5,8%. Por su lado, la tasa de variación anual de la inflación subyacente ha aumentado cinco décimas, hasta el 7,5%. A partir de noviembre del año pasado, esta última viene registrando un ‘efecto tijera’ y supera a la inflación general, un fenómeno que no por esperado deja de ser atípico, lo que motiva el contenido de las líneas que siguen.
No todos los países, incluso los pertenecientes a la Unión Europea, entienden de igual manera dicho índice, lo que lleva a resultados distintos del mismo. Para empezar, ¿de dónde surge y qué utilidad tiene el concepto de inflación subyacente?
La crisis del petróleo de 1973, desatada a raíz de la decisión de la OPEP y otros de cortar el suministro de crudo a los países que habían ayudado a Israel durante la guerra de Yom Kipur, hizo que su precio se disparara a lo largo de la década. Como resultado, industrias que dependían fuertemente de los combustibles fósiles, como el transporte y la manufacturera, y otros sectores menos dependientes, como la agricultura y los textiles, vieron cómo sus costes se disparaban. Medir la incidencia inflacionaria de la crisis del petróleo en la economía, y especialmente en los sectores afectados por la guerra, resultaba esencial. Así surgió un indicador llamado ‘inflación subyacente’.
Los conflictos armados, la escasez de suministros, los desastres naturales, los problemas logísticos y otros factores que pueden interrumpir la producción o el comercio a menudo hacen que los precios de la energía y los alimentos se desboquen. Al descartar su cómputo, los gobiernos pueden evaluar cómo están evolucionando los precios, exceptuando situaciones a menudo con procedencia exógena, de una manera más rápida. Debido a que los precios de los alimentos y la energía pueden hacer que los mercados sean más volátiles, la inflación subyacente demuestra ser un indicador más estable que los índices de precios más generalistas. Además, en circunstancias normales muestra un porcentaje de fluctuación de los precios más bajo que la tasa de inflación total.
La inflación subyacente expresa, en consecuencia, la variación de los precios de la cesta de la compra sin tener en cuenta la energía ni los productos que no requieren fabricación, como los alimentos elaborados o sin elaborar. Debe mencionarse aquí el índice IPSEBENE, (Índice de Precios de Servicios y de Bienes Elaborados no Energéticos), que excluye solamente los precios de los alimentos frescos y el de la energía, que es justamente el que utiliza el INE. En otros países se excluyen asimismo los alimentos elaborados y esa es la razón, en buena medida, de que su inflación subyacente sea menor que la nuestra.
Que la inflación subyacente sea elevada es un problema serio. Pero que además supere a la inflación general aumenta el riesgo de que los precios se cronifiquen en la economía como consecuencia de los temidos efectos de segunda ronda. Para un país y sus gobernantes se trata de una situación altamente peligrosa. Aunque los precios de la energía hayan bajado al cabo de algún tiempo, su nociva presencia anterior ha contagiado a todo el sistema productivo a través de los costes de transformación en las empresas y al deterioro de la capacidad adquisitiva en las familias. La inflación crónica amenazará con su presencia si empresarios y trabajadores inician una pugna desordenada para recuperar posiciones perdidas. Los indicios que adviertan de tal peligro son, en la actualidad, relativamente moderados en nuestro país.
Pese a que los problemas persisten, pocos dudan de que la inflación general ha tocado techo. En cuanto a la subyacente, las grandes casas de análisis vaticinan su permanencia hasta prácticamente finales del presente año, situándose por encima del índice general. La previsión de consenso del panel de Funcas para la inflación media anual de 2023 se sitúa de promedio en el 4%, pero en cuanto a la subyacente se ubica en el 4,5% en media anual.
Quedan aún once meses para comprobar cómo este voraz enemigo de la estabilidad económica cede su paso a una nueva normalidad. Siempre, naturalmente, que la geopolítica no desmonte estas voluntariosas previsiones.
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