Artículo publicado en en El Correo (20/02/2023)
El Gobierno de Pedro Sánchez acaba de decretar un Salario Mínimo Interprofesional (SMI de 1.080 euros en 14 pagas. La subida afectará a dos millones de asalariados.
Toda alza coercitiva de un salario equivale a un nuevo impuesto a cargo del empresario vulnerando el principio básico de que el salario viene dictado por la productividad marginal del último trabajador contratado, porque nadie en su sano juicio contratará un nuevo recurso que le aporte pérdidas marginales y recorte el beneficio bruto del que disponía antes de dicha contratación.
Un viraje forzado en las condiciones salariales de dos millones de trabajadores nos conduce al recurrente tema de si estas subidas comportan o no una pérdida neta de empleo.
Por un lado, se argumenta que las subidas del SMI tienen un efecto negativo sobre el empleo, ya que al aumentar los costos laborales para las empresas estas pueden optar por reducir la cantidad de trabajadores o bien reemplazarlos por tecnologías más eficientes. Esto, a su vez, generaría un aumento de la desocupación volviéndose la subida contra aquellas personas a las que se pretende beneficiar y contra las que esperan un trabajo de las oficinas de empleo.
Alternativamente, se defiende que las subidas del SMI tienen un efecto positivo en el empleo debido a que al aumentar la renta de los trabajadores, y con ello su poder adquisitivo, estos pueden ampliar su gasto, lo que a su vez impulsa la demanda y el crecimiento económico. Además, un salario mínimo más alto aumenta la motivación de los trabajadores afectados y contribuye a estrechar las desigualdades sociales.
Señalemos que, lamentablemente, la literatura económica conviene en señalar la inexistencia de un efecto único de los salarios mínimos sobre el empleo. En cualquier caso, sí existe consenso en que los aumentos del SMI serán bienvenidos siempre que las economías en que se produzcan registren aumentos de productividad y las tasas de empleo sean elevadas. Lo cual nos lleva al tema central del debate: realizar alguna conjetura de cómo afectará concretamente al empleo en España la elevación decretada del SMI.
La tesis podría ser la siguiente: en una economía en crecimiento cercano al pleno empleo el efecto neto se adivina nulo, ya que una demanda pujante invitará a las empresas eficientes a soportar la subida con cargo a sus beneficios, a compensarla a través de un traslado de costes a los consumidores o incluso a aumentar su capacidad productiva mediante la contratación de trabajadores despedidos. Lo contrario ocurriría en épocas de recesión económica o de estancamiento, donde el efecto neto sería de aumento del desempleo y contribución a la desaceleración económica.
Adivinar cuál es la elasticidad de nuestra economía a las subidas del SMI no es tarea sencilla. De una parte, si nos atenemos a la evolución del PIB, figuramos entre los países centrales de mayor crecimiento en 2022 y nuevamente, aunque en menor porcentaje, estaremos en el grupo de cabeza en 2023. Pero si analizamos nuestros porcentajes de paro registrado -un 13% a la fecha- la situación cambia radicalmente: todo nos lleva a concluir que el mercado de trabajo español está muy lejos de registrar un pleno empleo. Adicionalmente nuestra productividad decrece desde 2019.
Pero procede aquí una importante matización. Y es que con ser nuestra tasa de paro una de las más altas entre los llamados países desarrollados, se sitúa en una posición híbrida que podíamos llamar de ‘pleno empleo posible’. Esta afirmación viene avalada por una circunstancia empírica. Consiste esta en que el porcentaje de paro en España ha superado largamente los dos dígitos durante las últimas décadas con alguna excepción anual de carácter atípico. Lo cual, aunque penoso, otorga a nuestro alto paro el carácter de normalidad estadística estructural. Así lo refrenda el ‘Índice NAIRU’ (tasa natural de desempleo), según el cual nuestro desempleo, dado el conjunto de variables que lo condicionan, se mantendrá a corto plazo en la franja actual, que se considerará, en consecuencia, de equilibrio. Equilibrio triste, pero equilibrio.
Si aceptamos esta ‘plena ocupación relativa’ es posible que la reciente subida del SMI no aumente nuestra tasa de paro. Posible, ya que no cabe afirmarlo con rotundidad y solo podrá averiguarse pasado algún tiempo, cuando se contrasten las frías cifras con las estimaciones voluntariosas.
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