Artículo publicado en El Correo (05/03/2023)
La incertidumbre es una experiencia inseparable de la vida humana. Sabemos lo que nos ocurrió ayer, pero desconocemos lo que nos ocurrirá mañana. La historia de la ciencia es, en realidad, la aventura humana para disolver la incertidumbre y lograr certezas firmes. Su esfuerzo no ha sido inútil, pero todavía pesa más lo que desconocemos que lo que conocemos.
Ni la bola de cristal ni el horóscopo revelan de modo fiable lo que ocurrirá en el futuro. Por mucho que nos esforcemos, no lograremos conocer con absoluta certeza lo que nos ocurrirá mañana. Estamos expuestos de forma continua a lo inesperado. En el mundo actual, globalizado e interconectado, los problemas de un lugar provocan o exacerban el sentimiento de incertidumbre en todo el planeta.
El escritor, ya clásico, de la literatura de terror H. P. Lovecraft reconoce en un ensayo que el miedo es la emoción más antigua y la más fuerte, y que el miedo más antiguo y el más fuerte es el miedo a lo desconocido. Varios psicólogos han probado que el miedo a lo desconocido es posiblemente el componente principal de la ansiedad patológica. Con alguna excepción, como ante las novelas y películas de misterio, rechazamos lo desconocido y queremos, por encima de todo, saber lo que va a ocurrir.
Y es que la intolerancia a la incertidumbre afecta de forma radical al ser humano. Incluso se ha localizado una zona del cerebro relacionada con el miedo a un futuro incierto: el núcleo estriado, que también se relaciona con los trastornos de ansiedad. En los estudios realizados por el profesor Justin Kim y sus colegas se comprobó que el núcleo estriado, y no otras zonas del cerebro, era de mayor volumen en aquellas personas, sin patología, con puntuaciones más altas en un cuestionario de intolerancia a la incertidumbre.
Así pues, el grado de intolerancia a la incertidumbre no es el mismo en todas las personas. Aquellas con alto grado de evitación de la incertidumbre muestran una intolerancia a la ambigüedad, a la vez que una necesidad de normas o reglas claras, que no dejen espacio para la duda. Cuando la evitación de la incertidumbre alcanza un grado elevado se muestra en una fuerte tendencia a adherirse a lo ya sabido o aceptado socialmente. Esto puede conducir a posturas extremas o radicales; por ejemplo, en lo ideológico, en lo político o en lo religioso.
Estas personas necesitan de forma llamativa la validación de sus opiniones y decisiones. Muestran también una búsqueda excesiva de seguridad al tomar decisiones y con frecuencia evitan delegar tareas en otras personas, pues no están seguras de que, salvo que las realicen ellas mismas, se llevarán a cabo correctamente. También es probable que practiquen la procrastinación, el dejarlo para mañana -o para nunca-, como paliativo de la incertidumbre.
En el otro extremo se encuentra la orientación o tendencia a aceptar, e incluso a buscar, lo incierto, propia de las personas que buscan nuevas ideas y nueva información. Prefieren explorar y descubrir a simplemente aceptar pasivamente o acatar lo ya sabido y establecido.
Para la mayoría de las personas, la dificultad mayor está en lograr evitar la sensación de incertidumbre, que erosiona el bienestar personal. Por supuesto, no hay una fórmula mágica para conseguirlo e ignorar el problema o adoptar un estilo de vida superficial y evasivo no lo resuelve, sino que lo agrava.
Por el contrario, comenzar por aceptar la sensación de incertidumbre es la mejor o la única vía de solución. Y, además, aunque suene a truismo, actuar ‘como si’ fuera uno tolerante a la incertidumbre, pues cambiar la conducta ayudará, sin duda, a modificar la forma de pensar y de sentir sobre la incertidumbre.
Fantaseamos el futuro como peor de lo que suele ser. Decía con su habitual ironía y penetración Mark Twain: «He tenido muchas preocupaciones en mi vida, la mayoría de las cuales nunca ocurrieron». Tomando la imagen del pensador libanés Nassim Taleb, los cisnes negros, es decir, los acontecimientos del futuro impredecibles no siempre resultan negativos; tras la Gran Guerra, Fleming descubrió la penicilina. Centrarse en el presente es la mejor forma de sanar el pasado y de prepararse para el futuro. Equiparse con las fortalezas interiores (autenticidad, gratitud, amor…), resistentes al tsunami más potente, es mejor que vivir -si eso es vivir- angustiado por la sensación de incertidumbre. En fin, se trata de ampliar nuestra zona de confort, ese espacio limitado donde nos sentimo seguros al socaire de la ansiedad para afrontar experiencias nuevas y crecer como personas.
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