Artículo publicado en El Correo (18/03/2023)
Al hilo de la intención de Ferrovial de cambiar su sede a Países Bajos, a todos nos surge una duda. ¿A quién se debe realmente una empresa? Por supuesto que, ante todo, a sus socios. Pero ¿se deben a alguien más?
Quizás la pregunta correcta sea ¿para qué se crea una empresa? Y ahí la respuesta es clara: para ganar dinero –salvo que sea sin ánimo de lucro–. La duda surge cuando tenemos que definir las líneas rojas. No vale ganar dinero de cualquier manera. Pero vayamos al origen: una empresa surge como apuesta de unos emprendedores que invierten su patrimonio y tiempo para sacar adelante una idea. En sus etapas iniciales, tendrá suerte si llega al selecto grupo del 5% de empresas españolas que sobreviven a sus cinco primeros años de vida, es decir, su foco será no perder dinero.
Pasado ese tiempo, probablemente comience a crecer, contratará a empleados y se relacionará más con su comunidad cercana. Si todo sigue bien, la facturación y el resultado irán aumentando y se convertirá en un actor importante de su región, su país y finalmente en el extranjero. Atraerá cada vez más interés, ya que será motor de arranque de cualquier economía. Generará impuestos, puestos de trabajo y riqueza al entorno. Ahora bien, para soportar ese crecimiento tendrá que pedir nuevos créditos, adquirir compañías y dar entrada a nuevos socios.
Antes, los socios fundadores ya habrán definido una razón de ser más allá de ganar dinero, una respuesta a ¿para qué creamos esta empresa? O lo que en el mundo empresarial se conoce como misión. Por ejemplo, la misión que Walter Elías Disney creó hace cien años para su empresa fue «crear felicidad al brindar el más fino entretenimiento para personas de todas las edades, en cualquier lugar». O la que Morita y Masaru crearon para Sony hace ochenta años fue «experimentar abiertamente la alegría de la innovación y aplicar la tecnología a beneficio y satisfacción del público».
La misión refleja por tanto la motivación de los socios para crear una empresa. No vale ganar dinero de cualquier manera. Este enunciado no variará mientras sea suya. Ahora bien, hay misiones (motivaciones) de todo tipo. Podríamos agruparlas en tres tipos básicos. Por un lado, aquellas que ni siquiera están reflexionadas –y a veces ni escritas–, empresarios extrínsecos, egoístas, a los que poco les importa el impacto de su compañía en su comunidad, ya que lo único que quieren es ganar dinero como sea. Aunque comúnmente, caen pronto, ya que pagan mal y los clientes no las aprecian a largo plazo. De hecho, si el comprador sólo se fija en el precio y no en la calidad del producto o su responsabilidad social, el cliente estará dando de comer a un monstruo (por ejemplo, una licitación pública donde solo se valora el precio lo está alimentando).
Por otro lado, tenemos empresarios que buscan ganar dinero aportando nuevos productos o soluciones, es el caso de Sony. Empresarios más centrados en una motivación intrínseca. Y finalmente, tenemos empresarios más trascendentes, para los cuales ganar dinero es una consecuencia. Empresas cuyo foco principal es aportar un bien a la sociedad, no como consecuencia, sino como fin en sí mismo, ganando dinero para ellos y su comunidad por el camino.
Es atrevido hacer un juicio de las motivaciones humanas de los socios actuales de Ferrovial. Ahora bien, si entra en su web, verá que en su propósito nada dicen de vincularse con una comunidad o región: «Estamos comprometidos con hacer cada día una mejor empresa para todos, desde nuestros empleados y nuestros clientes hasta nuestros accionistas y la sociedad en la que operamos». Y la sociedad en la que hoy operan es en un 85% el extranjero. No es una excepción, otras como Banco Santander o ACS superan más del 90%. A aquellas pequeñas ‘start-ups’ que nacieron en Santander o Badalona se les quedaron hace mucho tiempo pequeños su pueblo, su comunidad autónoma y la capital de su país. Además, para seguir creciendo, tuvieron que introducir nuevos socios y comprar empresas con menor o nulo arraigo con el entorno de sus otrora poderosos fundadores.
Por eso debemos de tener mucho cuidado con las empresas grandes. Es un equilibrio inestable. El país que las vio nacer debe cuidarlas. Tildar a sus fundadores de despiadados o tratar de intervenir en exceso sobre ellas es muy peligroso. Alemania o Francia cuidan a sus buques insignia: Mercedes, VW, BMW o Danone, Carrefour, Louis Vuitton… no oirá hablar mal de ellas a sus gobiernos. No demonizar a los accionistas para que sigan viendo en el lugar de origen una seña de identidad y sentirse arropados por sus gobiernos es fundamental para tratar de que las compañías no se vayan. El planeta es muy grande y competimos contra otros países que estarán encantados de recibirlas con los brazos abiertos.
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