Artículo publicado en El Correo (27/03/2023)
La banca es un sector ‘sui generis’. Los ciudadanos depositan dinero en el banco hoy porque están seguros de poder sacarlo mañana. Profesan una confianza filial en su institución. El banco, por su parte, no almacena todos los euros ingresados en una caja fuerte a la espera de que los vayan disponiendo sus propietarios. Si así fuera perdería dinero. Utiliza las entregas de sus depositantes para conceder préstamos, comprar bonos o inmuebles, participar en empresas, especular en divisas y otros destinos legítimos y obtener así unos rendimientos asociados a diferentes grados de riesgo. La experiencia de décadas le ha enseñado que basta con reservar una liquidez simbólica para las personas que necesitan efectivo. Esa fracción se llama coeficiente de caja.
Todos confían en que si reclaman la totalidad de su dinero el banco lo tendrá. De ahí que, en su conjunto, no lo piden, así que cuando lo hacen solo algunos en el día a día el banco sí lo tiene. La confianza genera virtualidad. Cuando aquella desaparece se desatan colas despavoridas de clientes a la búsqueda de un dinero que es suyo y cuya desaparición o merma temen. O en la era digital, cuando se teclean cientos de miles de solicitudes de reintegros en una corta fracción de tiempo. Cuando la caja se termina, acaban los reembolsos y la entidad suspende pagos.
Aunque la actuación del sistema financiero parezca acercarse al límite de lo fraudulento, con el mecanismo descrito se cumple, sin embargo, una importante función económica basada en la mera dispersión estadística: la de acometer proyectos a largo plazo –conceder un hipotecario a 25 años– que los clientes uno a uno no podrían realizar, porque el banco ha diversificado el riesgo de liquidez –en realidad el riesgo de interés– entre una vasta suma de depositantes. Como es lógico, y como es el caso en todos los planos de la vida, en la proporción y en la mesura aplicada a la dispersión señalada se halla la virtud, la virtud financiera.
Por si la áurea prudencia no fuera suficiente, las legislaciones de los distintos países regulan con mayor o menor minuciosidad todos los aspectos que hagan de un balance bancario un espejo de equilibrio que preserve los intereses del cliente por encima de cualesquiera otros, incluso por encima del interés de los accionistas. Por si todo lo anterior no constituyese un mecanismo apto de seguridad, nuevas regulaciones dictan compensaciones directas del Estado a los damnificados en casos de insolvencia de una entidad financiera. La normativa europea fija el límite de indemnización en 100.000 euros por depósito. La estadounidense lo establece en 250.000 dólares. Una indemnización razonable que obliga a los propietarios de grandes sumas –exceptuadas de dicha compensación– a seguir con cautela los avatares de cada entidad en la que depositen su dinero.
Sigamos ahora con una propuesta asombrosa.
En EE UU, tras el colapso de Silicon Valley Bank (SVB) y la crisis en First Republic, una coalición de bancos medianos ha solicitado del Gobierno que, para preservar la confianza en una situación como la actual de elevada turbulencia, se extienda el seguro de depósitos a todas las cuentas sin límite de importe. La Comisión Europea estudia algo similar. Se trataría de generalizar la excepción puntual ya aplicada al SVB.
La pretensión de este grupo de bancos presentaría dos características que acabarían de un plumazo con el sistema financiero que hoy conocemos. De un lado nos encontraríamos con un sector que sería la mera elongación del Estado con todas las consecuencias que ello acarrea. De otro, la medida introduciría en la industria bancaria un componente de riesgo moral que lo lanzaría a una actividad dictada por la irresponsabilidad. Algo sin sentido y, en consecuencia, impensable. Es, además, muy dudoso que la introducción de dicha medida reforzase la necesaria confianza de los clientes en las entidades bancarias. Más bien sería al revés y podría dar lugar a una explosión del atesoramiento doméstico.
No cabe en cabeza alguna promocionar el modelo demandado. De momento los depositantes harán bien en revisar periódicamente el balance de su banco. No hay nada que aliente tanto la confianza en un banco como su balance saneado, derivado de unas prácticas prudentes y de una transparencia impecable.
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