Artículo publicado en El Correo (04/03/2023)
El domingo presentó su candidatura a presidenta del Gobierno la política mejor valorada de España, la vicepresidenta y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz. Se ha hablado mucho de las ausencias y de las presencias y menos del discurso de presentación de su candidatura. Creo que el eje central de su discurso buscaba acercarse a los más pobres, a los más vulnerables, a los que tienen dificultades para llegar a fin de mes. Precisamente los ciudadanos que menos votan en las elecciones, que se concentran en las barriadas más humildes de las ciudades y que hemos denominado agujeros negros de la democracia porque en esos espacios las urnas aparecen casi vacías al final de cada jornada electoral.
Yolanda Díaz considera imprescindible tapar esos agujeros negros de la democracia a través de una nueva ola movilizadora. Dijo que esto va mucho más allá de la unidad de los partidos y que lo que busca Sumar es movilizar. Se preguntaba por qué hay barrios humildes en nuestras ciudades que no están movilizados políticamente y se contestaba a sí misma reconociendo que habían decidido excluirse de la vida pública porque les habíamos fallado. Y esto supone reconocer el fracaso de la que se llamó nueva política, y de Podemos en particular, para movilizar electoralmente a los que más necesitaban de sus políticas.
Porque la realidad es que los más pobres no se llegaron a enterar nunca de la nueva política que se enterró definitivamente este domingo. Tampoco la nueva política fue lo suficientemente innovadora y creativa para atraer a las urnas a los ciudadanos más desfavorecidos. La desigualdad política no se redujo con la inclusión de Podemos en la oferta electoral en los últimos siete años. Casi nadie ha echado en falta la voz de los excluidos sociales en las urnas y pocos se han alarmado por la existencia de barrios donde no votan sistemáticamente el 70% de sus habitantes.
Por eso, la centralidad del problema de la desigualdad política en el discurso de Yolanda Díaz supone una novedad y una apuesta de riesgo por la dificultad que entraña la incorporación al electorado de los más frágiles de nuestra sociedad. La movilización ruidosa de las redes sociales y la extensión de la participación digital que ha caracterizado la estrategia comunicativa de Podemos nunca llegó a estos agujeros negros de la democracia. Sabemos que los más pobres no están todo el día enganchados a Twitter, TikTok o a un podcast. Más bien al revés, son los ciudadanos con menos recursos económicos y los de clase más baja los que menos acceden a la red en busca de información política. Y si no buscan información, no digamos ya participar o tomar decisiones en las nuevas ventanas digitales. El acercamiento deberá ser analógico y respetuoso, la desconfianza es alta. Si la estrategia tiene éxito, Sumar habrá contribuido a solucionar uno de los problemas más relevantes de nuestras democracias representativas.
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