Artículo publicado en El Correo (19/04/2023)
Quizás el año que viene tengamos una Celedona. La polémica está servida, y además en el peor momento posible, es decir en tiempo de campaña electoral. Así nuestra ciudad, tan dada a ello, se enzarzará en debates sin fin en la cola de la pescadería, en las cenas de la ‘sociedad’, en las barras de los bares y en las gradas de Mendizorroza. Celedona sí, Celedona no.
Voy a darles mi opinión, desde el más profundo respeto por la iniciativa y sus promotoras/es, pero lo haré desde una doble condición. La primera como analista social. Desde esta óptica, el que Vitoria-Gasteiz observe esta posibilidad como una victoria en la lucha por la igualdad de género, no deja de decepcionarme pues observo en él dos aspectos tóxicos, ampliamente tratados desde la sociología en la última década: por un lado, la tendencia a juzgar con ojos del S. XXI, aspectos de nuestra vida social que son del S. XX o anteriores (la figura de Celedón ya se glosaba, según Venancio del Val, en el XIX) y en segundo lugar, porque de nuevo caemos en la moda de esta posmodernidad líquida que se centra más en cuestiones epidérmicas que en la raíz del problema y su solución. Así creemos que con Celedona ya hemos conseguido unas fiestas más igualitarias, cuando realmente la igualdad de género se logra con políticas transformadoras; esas que consiguen que la mujer sea alcaldesa, concejal, presidenta de la comisión o federación de Blusas y Neskas, que toque en una fanfarre o en la Banda Municipal, que gane el concurso gastronómico, que informa de la fiesta como periodista, que salga a cenar sin miedo a una agresión, que disfrute de la fiesta sin problema alguno porque su pareja se queda con los hijos y realiza las tareas domésticas, que compatibilice la maternidad con su profesión y que no tenga un sueldo inferior por ser fémina. Ahí están los avances en materia de igualdad y no, como afirma Lipowetsky, «en prometernos felicidad en cada esquina cuando en verdad la vida cotidiana sigue siendo una dura prueba». No, no creo que estas «satisfacciones compensatorias» sean el mayor éxito de nuestra sociedad, no creo que la igualdad real se consiga con el invento de Cristobala Colon, Napoleona, Karla Marx, Johna Lennona o Santa Prudencia de Armentia. Más bien opino que son maniobras de distracción que nos permiten pasar, otro año más, sin abordar las soluciones definitivas con las que enfrentar los problemas reales de nuestra sociedad.
Y, en segundo lugar, puedo opinar también como blusa, viejo es verdad, pero como blusa en ejercicio. Y ahí, desprovisto de mi traje académico, vuelvo a incidir en algo que he repetido infinidad de veces. En aras de lo políticamente correcto, cercados por lo que el científico antes mencionado llama «estar ahogados por los flujos ininterrumpidos de información y presión», hemos despojado a nuestra fiesta de elementos centrales, aspectos mágicos que han mermado y disminuido el capital distintivo, único, de nuestra jarana. Así los antes ‘paseíllos’, despojados de su origen primigenio, languidecen año tras año, pues los toros no han encontrado sustituto. Similar sensación tengo con las canciones y las parodias de las distintas cuadrillas; lo mismo digo respecto a la pérdida del humo del habano en la bajada de Celedón y… la lista sigue. Temo que Celedona no deje de ser sino otro debate superficial o una aportación más para conseguir que las fiestas en honor de la Virgen Blanca deriven, poco a poco, hacia otra cosa.
No sé si Celedonia Anzola hará una casa nueva, pero lo que se debiera evitar, a toda costa, es que hiciera un pan como unas tortas.
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