Artículo publicado en El Correo (30/04/2023)
El dicho ‘poner palos en las ruedas’ de alguien es un proverbio antiguo y no solo español. Lo representó en el siglo XVI el pintor holandés Pieter Brueghel el Viejo en un óleo sobre tabla titulado ‘Los proverbios flamencos’, que incluye en una compleja y colorida escena otros proverbios, algunos empleados todavía en la actualidad.
‘Poner palos en las ruedas’ de alguien significa poner dificultades importantes en la actividad de otra persona o institución para impedir que alcance sus objetivos o dificultar su avance hacia ellos. Aunque claramente egoísta, este tipo de comportamiento tiene una explicación, pero no justificación ética: al obstaculizar o impedir el progreso del que es percibido como rival en la carrera, por comparación, uno sale favorecido. Porque las comparaciones sociales resultan inevitables hasta cierto punto, pues responden a la tendencia a evaluarnos por comparación con otras personas.
Si al compararse con otra persona, sea en un aspecto concreto o en general, el resultado es desfavorable, una reacción posible –la más sana– es reconocer ese resultado desfavorable, aceptarlo y activar el deseo sano de superación. Pero también es técnicamente posible intentar salvar la ventaja del que se percibe como competidor con acciones encaminadas a obstaculizar su progreso; es decir, ‘poner palos en sus ruedas’ para evitar que avance, aunque con ello se produzca una avería en el carro, incluso un destrozo fatal.
Son varias las referencias a esta frase cuando se escribe en un buscador de internet. Políticos de diferente signo acusan a sus adversarios de ‘poner palos en las ruedas’, aludiendo a acciones que consideran poco limpias en la actividad política. La ciudadanía advierte también esta fea y reprobable costumbre de ‘poner palos en las ruedas’ del otro tanto en los que son acusados de saboteadores como en los que lanzan la acusación sin reconocer su propia falta (‘ver la mota en el ojo ajeno…’); incluso añadirá con indignación todavía más ejemplos.
En lugar de la cooperación o de practicar una competición limpia y noble, y siempre teniendo como fin el bienestar de la comunidad, se opta con frecuencia por poner zancadillas al competidor. El caso es ganar para alimentar o inflar la autoestima individual o del grupo, aunque la estrategia se limite a que otros pierdan, a reducir o aniquilar al adversario. «Si el otro pierde, yo gano»; un mérito hueco y perverso. Si las zancadillas en el fútbol llevan aparejada la tarjeta roja, en la vida social son las personas quienes deben actuar de árbitros y no dejar impune el juego sucio.
Poner palos u obstáculos a proyectos y actividades de otras personas resulta por desgracia comprensible, si apelamos al lado oscuro de la naturaleza humana, aunque nunca justificable. ¿Pero cabe pensar que uno ponga palos en sus propias ruedas, que sea uno mismo quien dificulte o impida alcanzar una meta propia?
Varios tipos de comportamiento prueban que la respuesta a esta pregunta es afirmativa. Que se crean obstáculos, sin advertirlo conscientemente, que impiden o dificultan conseguir determinados objetivos propios. Esos obstáculos pueden ser de varios tipos: no esforzarse (‘prefiero que me llamen vago que tonto’), no dormir lo necesario, procrastinación, consumir una droga…
¿Por qué se ponen estos obstáculos? ¿Por qué uno llega a poner palos en las propias ruedas? Los profesores Edward Jones y Steven Berglas publicaron hace más de treinta años un artículo pionero en el que ofrecieron una explicación de este tipo de conductas, a primera vista incomprensibles. Es la estrategia del autoperjudicarse (‘self-handicapping’). Aunque no son los únicos, los contextos de logro académico y deportivo ofrecen ocasiones de amenaza para la autoestima.
Ese impedimento hace menos probable la buena ejecución, pero, a cambio, protege la sensación de competencia. ‘El resultado no ha sido bueno porque no me esforcé lo suficiente’, ‘he tenido éxito a pesar de que las condiciones no eran favorables’. ‘Así me percibo como competente y mantengo o aumento una autoestima, aunque un tanto precaria’.
Poner palos en las ruedas ajenas o en las propias, es decir, obstaculizar el avance de los demás o perjudicarnos a nosotros mismos. Una muestra de los pobres ardides que a veces se utilizan para mantener la autoestima, pero una práctica contraproducente y sin sentido. En lugar de poner palos en las ruedas, ajenas o propias, es preferible y necesario no dañarlas, incluso engrasarlas y cuidarlas, para que así avancemos hacia una sociedad integrada por personas con una autoestima sana y solidaria.
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