Entrevista publicada en la Vanguardia (02/05/2023) | Mayte Rius.
Estamos en el inicio de una nueva revolución social, la de las personas mayores. Por más que haya aún muchas personas que se resisten a creerlo, Marijé Goikoetxea (Bilbao, 1961), doctora en Derechos Humanos, psicóloga y profesora de la Universidad de Deusto con una larga trayectoria como consultora en ética asistencial, asegura que es una evidencia que vamos a ser una sociedad de personas mayores y eso lo va a cambiar todo, desde la arquitectura hasta la política pasando por la economía, los modos de relación o incluso el lenguaje. El cambio en este último ya se detecta entre quienes trabajan en este ámbito: en lugar de hablar de envejecimiento hablan de longevidad.
“El lenguaje discrimina y genera concepto y narrativa: si hablo de envejecimiento hablo de un proceso de decrepitud; si hablo de longevidad hablo de un proceso donde la vida es más larga y puede haber muchas vidas en una vida, y en cada edad te toca reconfigurar una nueva”, justifica Goikoetxea durante una entrevista con La Vanguardia el pasado día 25 en Barcelona, donde impartió una conferencia organizada por el programa de Personas Mayores de la Fundación “la Caixa”.
Más allá de esta modificación de términos, ¿qué otros cambios impulsa la longevidad en España?
Algunos económicos, como el crecimiento de la silver economy, porque hay un gran nicho de negocio y de beneficios más allá de las residencias. Pero también cambios en las políticas de pensiones o de los cuidados. Y un cambio social, porque comienza a haber muchas personas con muchas capacidades, muchas habilidades y mucho conocimiento que llegan a la jubilación y se empieza a hablar de cómo no perder todo ese valor añadido, cómo ese saber puede beneficiar a las empresas y al resto.
Pero siguen siendo mayoría quienes piensan que, a partir de determinada edad, poco se puede hacer o esperar de la vida. ¿Cómo se vence ese edadismo?
Creo que una parte tiene que ver con los roles y patrones que nos dan. El modo de entender una buena vejez era que hubiese otras personas que controlasen tu vida y tú te adaptases a perder el control sobre ella y te dedicases a estar entretenida. Y si ese entretenimiento contribuía a reducir problemas de salud, mejor, porque así causas menos gasto sanitario y menos problemas de cuidado. Pero ese modelo, esa visión, ya está en crisis.
¿Por qué? ¿Qué ha cambiado?
Las personas que nos hemos educado en la autonomía y que siempre hemos decidido sobre nuestra vida llegamos a esa edad (de jubilación) y no aceptamos que vamos a perder el control de la misma, queremos seguir responsabilizándonos de ella, incluidos los límites que suponga la edad. Y eso es una situación absolutamente nueva. Y compleja. Porque no sólo es que queramos ser protagonistas de nuestra vida, es que además somos diversos, y eso derrumba la idea de tener un modelo de envejecimiento porque los de más de 60 no encajan en un único molde: son personas cada una con una biografía que no para.
A ese “envejecer entretenido” caduco usted contrapone el “envejecer con sentido”. ¿A qué se refiere?
Los seres humanos tenemos que acertar en nuestra vida, sentir que lo que vivimos hoy merece la pena. Y si esa es la máxima que nos mueve para hacer proyectos hasta los 60, no puede ser que para las décadas que siguen a esa edad nos digan que da igual si lo que vivimos tiene sentido o no. Las personas no podemos vivir sin sentido, y eso no quiere decir hacer algo que nos haga feliz. A veces lo que tiene sentido es algo que te hace sufrir, te resta salud o perjudica tu economía, pero que a ti te merece la pena. Porque si lo que hacemos no es valioso para nosotros es muy probable acabar con un síndrome de la desmoralización.
¿Qué síndrome es ese?
Es soledad existencial que termina transformándose en un deseo anticipado de muerte porque la persona siente que lo que le queda por vivir no le merece la pena; o intuye que le va a tocar vivir situaciones de sufrimiento o que no desea experimentar porque otros deciden por ella; o siente que no tiene recursos para atender su situación de fragilidad.
¿Cómo se resuelve?
Es difícil, lo que hay que hacer es prevenirlo. El programa Siempre Acompañados de Fundación “la Caixa” tiene esa virtud, que empieza detectando personas con soledad no deseada y las conecta con otras, los voluntarios, que como no cobran por ir a visitarlos les hacen sentir que son valiosos por sí mismo, establecen relaciones de confianza y es más fácil que salgan de su soledad y se sientan mejor.
¿Y qué podemos hacer cada uno para adaptar nuestro proyecto vital y envejecer de forma satisfactoria?
A partir delos 65 años van a ocurrir tres fenómenos en la mayoría de personas: una crisis de identidad personal, la pérdida de relaciones y la aparición de déficits que nos van a llevar a perder en gran parte el control sobre nuestra vida.
Hay que ser realista sobre eso y plantearte cómo vas a organizarte para vivir esa nueva etapa de manera que te merezca la pena, ver qué apoyos tienes para ello y, los que no tienes, dónde los vas a encontrar.
Porque nos hemos de responsabilizar no sólo de nuestras capacidades sino también de nuestras limitaciones para ser capaces de decidir sobre nuestros déficits y que no sean otras personas, quizá con otros valores, quienes se ocupen.
¿A qué se refiere con que nos aguarda una crisis de identidad?
Lo que nuestra sociedad nos devuelve como identidad tiene mucho que ver con la vida laboral y profesional. Si me pregunta qué soy, le diré que psicóloga y profesora, así que, en el momento en que deje de serlo, la primera pregunta que me habré de hacer es ‘qué soy’. Por tanto, ir haciéndose esa pregunta, pensando qué me va a dar identidad, es importante. Puedo ser una activista por los derechos de las personas mayores. O abuela con plena disponibilidad para mis hijos… Cada uno decide qué le va a dar sentido en esa etapa vital.
Respecto a la pérdida de relaciones, preocupa la soledad de las personas mayores pero son mayoría quienes priorizan envejecer en casa en vez de en lugares donde socializarían más. ¿Por qué?
Porque ahí se mantiene tu identidad y además sientes que estás en un lugar que controlas. De esa manera te sientes más capaz y te estimas más. Además, el hogar mantiene tu historia personal y te da más evidencia de que vivir ha merecido la pena y puede seguir mereciéndola. Te sientes menos solo porque a través de los objetos del entorno estableces relaciones de vínculo emocional con personas que no están.
Una de las reivindicaciones más reiteradas por los mayores es que les dejen envejecer con dignidad, que no les discriminen. ¿Por qué? ¿Se les trata mal?
Sólo se maltrata a quien no se estima, y sólo no se estima a quien no se estima a sí mismo. Lo hemos aprendido en la violencia contra las mujeres. De ahí que si tengo una sociedad que me estima menos por ser mayor, yo interiorizo esa idea de que valgo menos, entonces se me estima menos y se me trata peor: es un círculo vicioso. En cambio, si yo, sea niño o anciano, soy una persona tenida en cuenta, que intervengo en lo que ocurre a mi alrededor, que mi opinión es escuchada aunque no siempre se me haga caso, mi autoestima aumentará y yo misma toleraré menos que alguien no me tenga en cuenta.
Por otra parte, como ocurre con el enfoque de género, cuando te pones las gafas de enfoque en la dignidad de las personas mayores descubres de pronto que son valiosas y, por tanto, merecen ser bien tratadas.
¿Y en qué debe traducirse ese buen trato?
Lo primero es reconocer a esa persona como única, distinta, con una identidad concreta y una historia concreta. Es decir, conocerle. Y una vez le conoces bien, ver qué apoyo puedes darle para que su vida sea buena.
Algunos de esos apoyos serán derechos y otros no, y deberá ser la sociedad quien decida cuáles, porque no es fácil decidir cosas para todos cuando no hay personas mayores sino persona mayor: cada cual es distinto.
Pero por lo menos hemos de establecer uno: el derecho a la libertad, garantizar que la persona pueda seguir decidiendo libremente cómo quiere vivir, a cualquier edad. Por ejemplo, si para mí es fundamental vivir con mi mascota, habrá que pensar cómo se consigue, no decirme que en las residencias o en mis circunstancias no se puede y ya está.
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