Artículo publicado en El Correo (12/05/2023)
Hay dos campañas en marcha con mucha trascendencia para nuestras vidas. Las dos tienen muchos recursos para la comunicación e intentan llegar a toda la ciudadanía. Una es la de la Renta y otra la de las Elecciones Locales y Forales. Uno de cada tres ciudadanos desconoce qué institución está detrás de la campaña de la Renta. La mayoría desconoce qué son las Juntas Generales que se forman a través del voto que se pide en la campaña electoral. El desconocimiento de las diputaciones implica que la ciudadanía no le atribuye la responsabilidad de la política fiscal y que sus representantes, pese a la potencia de los recursos a su disposición, no tienen encima el escrutinio ciudadano que sufren en otros niveles de gobierno. Por ejemplo, el diputado general de Bizkaia ha terminado sus ocho años de mandato siendo un desconocido para el 70% de la ciudadanía, según una encuesta de la propia Diputación. El votante dual que diferencia las urnas locales de las forales es insignificante y la inmensa mayoría de los que decidirán ir a votar el próximo 28 de mayo solo tienen en la cabeza las elecciones locales y meten la papeleta foral porque está muy bien explicado en la mesa donde se vota y porque está pegada a la urna de las locales.
Así que lo importante para la gente que se siente interpelada por la campaña electoral es la decisión sobre quién será su alcalde o alcaldesa. Existe la creencia popular, que los medios de comunicación potencian, de que es muy importante el liderazgo, el carisma y la popularidad de los alcaldes para explicar las probabilidades que tienen de ser reelegidos. En cambio, los estudios sobre elecciones locales que tienen un método de selección parecido al nuestro, en el que no se elige directamente al alcalde, nos hablan de que la relación entre la popularidad del alcalde y la reelección es débil. Que hay factores como la identidad partidista, la ideología, la valoración de la situación económica o la valoración de los candidatos de la oposición que pesan más que el carisma y la popularidad del alcalde o la alcaldesa.
Generalmente los alcaldes caen por casos de corrupción, arrasados por la mala reputación de su partido, por la crisis económica, por no haber conectado con un problema local que ha movilizado de forma intensa a toda la ciudadanía, por la ilusión que haya despertado una candidata o candidato de la oposición o por su incapacidad para llegar a acuerdos si está en minoría.
Corren buenos tiempos para los alcaldes descargados de megalomanía, de sueños de futuro o de simpatía abrasiva. La gente ya no está para gritar ¡Viva el señor alcalde! cada vez que se cruza por la calle a su alcalde como en la película ‘Amanece, que no es poco’. Eso ya solo pasa en Vigo.
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