Artículo publicado en El Correo (15/05/2023)
Nací en una ciudad de aproximadamente 70.000 habitantes, cuando llegué a la mayoría de edad mis conciudadanos eran más de 180.000 y en la actualidad somos 256.700. Es por lo tanto la nuestra una ciudad que ha visto multiplicada su población en distintas etapas históricas, en función de cambios económicos y sociales, pero también, no evitemos esta reflexión, en base a determinados momentos políticos y como consecuencia de determinadas políticas. Y cuando hablo de política, no me refiero a la que se impregna de ideología, sino a aquella que se materializa en la gestión de las viviendas, los servicios, el transporte, la educación, la sanidad, el comercio, el ocio y, en definitiva, la calidad de vida de los habitantes de una ‘polis’, en este caso nuestra Vitoria-Gasteiz.
Una villa, que, a pesar de su desarrollo urbano, no ha perdido ese cordón umbilical que le une al resto del territorio alavés, del que tantos procedemos, y que, a la postre, hace que los vitorianos y vitorianas tengamos una lógica tan cercana a lo rural como a lo urbano. Al menos desde mi propia pertenencia, creo que esa ruralidad (que tanto se evidencia en nuestra forma de celebrar la fiesta) se conjuga a la perfección con lo que es hoy una ciudad plural, amable, mestiza y muy ‘vivible’. A pesar de que la vieja Victoria es una urbe que busca su lugar en esta incierta postmodernidad, observo que seguimos necesitando de determinados debates y de no pocas discusiones bizantinas para seguir portando, no sin cierto orgullo, el pasaporte de vitorianos, sin reparar en que a veces esa práctica puede resultar paralizante de la ciudad.
Sí que en más de una ocasión he pensado que el término ‘ciudad levítica’ se ajusta un tanto al devenir de nuestra vida social vitoriana. Si bien ese modelo se ha quebrado en numerosos momentos, especialmente significativo fue el 3 de marzo de 1976, Vitoria sigue debatiéndose entre la modernidad y la tradición. Precisamente ahora, cuando comienza una nueva campaña electoral de cara a la cita del 28 de mayo, veremos a las distintas fuerzas políticas debatir y situarse en parámetros que, a pesar de que todo ello se produce en una nueva sociedad de la información y la tecnología, vuelven a resultarme similares a los de otros tiempos. A pesar de que somos un municipio con alto nivel de servicios sociales y bienestar, los elementos identitarios, la ligazón romántica con el terruño, los vectores progresismo – tradición estarán, una vez más, presentes en campaña junto a los problemas de alcantarillado, de movilidad o de urbanización de nuevos barrios.
Toti Martinez de Lezea centró su mirada literaria en una villa de judíos conversos, artesanos y linajes en lucha; Raúl del Pozo nos habló de ‘la ciudad levítica’; Carlos Carnicero se refirió a nosotros como «la ciudad donde nunca pasa nada», hasta que pasó, el genial Ángel Resa decía, desde su mirador, que era «la ciudad que observa a través de los reyes godos de la Florida»; Eduardo Rojo escribía de «la ciudad que sustituyó una fábrica de hierro y fuego por un flamante centro comercial» y Eva Gª. Saénz de Urturi nos definió como la silenciosa «ciudad blanca». Quizás todas esas acepciones pudieran configurar nuestro retrato robot. Es posible, pero ahora que comienza el tiempo de campaña electoral yo desearía que todos los candidatos, y especialmente todas las candidatas, pues mujeres son quienes se postulan, centraran sus fuerzas, no en el mitin puntual, sino en trabajar desde la transversalidad y la integración de toda la ciudadanía, no sólo de sus afines (cuestión ésta que hay que reconocer a Gorka Urtaran, pues creo la ha cuidado con esmero). Tan sólo desde estas premisas, y sabiendo que los jóvenes representan el futuro, no les olvidemos, podremos hacer que nuestra ciudad pase de ser una mera ‘ciudad levítica’ a ser una ciudad convertida en ágora, en lugar de encuentro; un impulso creador que, con voluntad de mejora y bien común, pueda conducir a esta urbe levítica que avanza imparable por el tercer milenio.
Decía Maquiavelo que, el único medio de dominar una ciudad libre es destruirla. No seamos estúpidos, no le hagamos caso.
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