Artículo publicado en El Correo (15/05/2023)
No sin asombro, uno se pregunta por qué la República de Irlanda ha alcanzado una renta per cápita de 98.260 euros en 2022, frente a los 27.870 euros de los españoles, menos de la tercera parte, no obstante haber registrado niveles similares de renta en los años setenta. Irlanda creció incluso durante la reciente pandemia, un 6,2%, mientras nosotros naufragábamos. En 2021 ellos aumentaron el PIB un 13,6%, y un 12% en 2022, mientras que España sigue sin recuperar la producción de finales de 2019.
La población irlandesa (5,1 millones) es muy inferior a la española (47,6) aunque en índices de gestión, el tigre céltico casi siempre sale ganador. (El parámetro español se consignará en segundo lugar entre paréntesis). Así en la menor deuda en porcentaje de PIB, 44,7% (113,20%); menor déficit fiscal sobre PIB, -1,6% (-4,81%); menor ratio de desempleo, 3,9% (12,8%); rating internacional más favorable, Aa3 (Baa1); salario medio dos veces superior, 54.649 euros (28.360 euros); o inferior coste del bono a 10 años, 2,77% (3,395).
¿Por qué Irlanda configura una economía pujante? Mucho se ha achacado a las ayudas de la Unión Europea. Pero las razones básicas hay que encontrarlas en el dinamismo de su sector industrial que representa el 41% del PIB, (15,3% en España), orientado en un 80% a las exportaciones. Las exportaciones totales, un componente esencial de la demanda agregada representa un 40,48% del PIB, (29,9% en España). Adicionalmente la economía irlandesa está siendo impulsada por un consumo vigoroso y unas inversiones sostenidas en el sector de la construcción. Por último, no pueden obviarse factores como la educación y el talento humano. Irlanda ha invertido en su sistema educativo y ha fomentado el desarrollo de habilidades y talento en áreas como la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas. Una fuerza laboral altamente calificada y anglófona ha atraído inversiones y ha impulsado la productividad y la innovación en el país.
Pero con ser todo lo citado de gran importancia, la razón principal de la pujanza de la economia de la Isla Esmeralda reside en el hecho de que, durante años, atraídas en gran parte por los bajos tipos del impuesto de sociedades –el 12,5%–, un buen número de grandes corporaciones transnacionales ha reubicado en ella sus actividades económicas y, en todo caso, la sede de su propiedad intelectual.
Gracias a una favorable infraestructura fiscal, más de 1.700 empresas multinacionales, la mitad norteamericanas, tienen su casa matriz en Irlanda. Suponen el 82% de la recaudación por Impuesto de Sociedades y el 33% por Impuesto sobre la Renta. Más de la mitad de los ingresos por Sociedades procede de diez empresas, entre ellas Apple, Amazon, Google, Intel, Meta y Pfizer.
Irlanda, con una presión fiscal ‘amable’ sobre PIB del 20,8%, adelanta por la izquierda y la derecha a la ratio española del 38,4%. Sus líderes han apostado y han sabido ganar la apuesta de contener el tamaño de lo público y del Estado.
Mirando al espejo de dicha fiscalidad algunos países han reducido la suya, como ha sido el caso de Alemania. Otros muchos han frenado sus planes. Pero en un alarde de clarividencia, España ha escalado al puesto número uno de la OCDE en crecimiento de su presión fiscal durante la última década. No satisfecho con ello, el gobierno de Madrid aspira a subirla aún más.
Esta estrategia compartida por los tres partidos del Ejecutivo, junto a la ley de vivienda y otras medidas expoliadoras y colectivistas que atentan contra el derecho a la propiedad, son un pésimo presagio para nuestra competitividad y por tanto para nuestro crecimiento y nuestro empleo. La movilidad de nuestro entorno nos obliga a estudiar minuciosamente la incidencia de los parámetros fiscales y las larvadas maniobras de expropiación para evitar la deslocalización de inversiones y la fuga de contribuyentes.
Pocos gobernantes recuerdan que las alzas tributarias desincentivan la inversión y provocan el éxodo del capital físico y humano. Pero luego se sorprenden de que Irlanda gane la carrera de la eficiencia, el crecimiento y la productividad con absoluta holgura. Irlanda se erige en un argumento práctico de cómo una mayor libertad económica, con respeto a la iniciativa empresarial y en ausencia de amenazas estatales confiscatorias conduce al éxito económico.
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