Trabajar en equipo es uno de los valores más duraderos a lo largo de nuestra vida. Una capacidad que iniciamos ya en nuestra niñez con los juegos de rol en el parque o en el colegio, y que más tarde continuamos en los trabajos grupales del instituto, para pasar a vivirlo con mucha intensidad en el estudio superior o grado universitario que realizamos, y finalmente, al dar el salto al mundo laboral con los compañeros de trabajo.
Ya lo decía uno de los artículos que nos ofrece el blog del Servicio de Orientación Universitaria “Buscando el Norte“, que a lo largo de nuestra vida se presentan multitud de momentos en los que se tendrá que aplicar la destreza de saber cooperar. Sin embargo, existen ciertos obstáculos al encontrarnos ante este tipo de situaciones. Entre ellos, el no ser capaz de realizar esta tarea de manera eficaz, ya sea por la dificultad de coordinar los diferentes ritmos de trabajo, de criterios de calidad o el rendimiento de los miembros del equipo, entre otros.
Otra desventaja que acaba perjudicando a un nivel más personal y no únicamente a los resultados del trabajo laboral o académico es la “presión de grupo”, también denominada como “presión social” o “presión de los pares”, que la American Psychological Association (APA) define como la “fuerza de la influencia en una persona o grupo ejercida por otra persona o grupo”. Y es que, ya desde nuestra infancia, nos podemos sentir presionados a actuar, pensar o hablar de una determinada manera, que no siempre resulta adecuada o correcta para nosotros.
Una realidad que se agrava al convertirnos en adultos, ya que el peso de la opinión externa, que nos fuerza a cambiar actitudes e incluso valores, se extiende a los diferentes ambientes en los que convivimos: estudios, trabajo, familia, amistades… Por todo ello, puede resultar complicado mantener la identidad propia cuando sentimos que las personas que nos rodean van en dirección contraria.
Sin embargo, según el artículo “How to handle peer pressure“, publicado por Fairfax County Public Schools, la presión puede ser tanto positiva como negativa. La positiva puede impulsarnos a lograr nuestros objetivos y dar lo mejor de nosotros mismos, mientras que la negativa se produce cuando alguien que es amigo o parte de un grupo al que pertenecemos nos fuerza a realizar una acción para sentir que somos aceptados. Es en este segundo caso cuando se usa la expresión “presión de los pares”, ya que al dejarnos llevar por esta presión solemos sentirnos decepcionados con nosotros mismos.
Por todo ello, resulta vital tomar medidas para poder afrontar el dominio social. En este sentido, la mayoría de los estudios del ámbito de la psicología concluyen que es necesario realizar un trabajo a nivel personal, haciendo uso de estrategias que nos permitan liberarnos de esa carga: dándonos permiso para evitar personas o situaciones que no sentimos correctas, prestando atención a cómo nos sentimos, recordando que no podemos (ni debemos) complacer o ser queridos por todo el mundo o hablando con una fuente confiable, entre otros.
En cualquier caso, la base para poder empezar a emplear estas estrategias se encuentra en nosotros mismos. Si no reconocemos nuestros propios sentimientos y valores, los principios en los que creemos y nuestra auténtica moral interior, nunca seremos capaces de ser fieles a nosotros mismos, y acabaremos sometiéndonos al impacto ejercido por nuestro entorno con mayor facilidad.
Otro punto importante a tener en cuenta es el tipo de personas con las que creamos lazos. No podemos evitar que las personas de las que nos rodeamos tengan opiniones que no compartamos, no obstante, sí podemos elegir las personas con las que nos vinculamos de manera más estrecha. Es por ello por lo que, si nos rodeamos de gente que respete nuestras decisiones sin tratar de influir en ellas, tendremos más fuerza para decir que no ante una situación en la que no estemos de acuerdo.
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