Artículo publicado en El Diario Vasco (17/05/2023)
Dos sucesos recientes han convulsionado el territorio que se mueve en torno a la memoria de las víctimas en nuestro contexto vasco. El primero, la inclusión por parte de EH Bildu en sus listas de perpetradores que asesinaron en esos mismos lugares en los que se presentan y que ha finalizado con su retirada, una medida, esta última, que, si bien debemos aplaudir, sería deseable que se produjera por una sincera convicción más que por mero cálculo electoral tras la polémica surgida. El segundo fue motivado por las páginas web de varias localidades que, como Galdakao, situaban como víctimas, aunque no de las mismas vulneraciones, a asesinados como Víctor Legorburu Ibarreche y a asesinos como García Gaztelu ‘Txapote’. El debate ha sido intenso y no estaría de más realizar una breve reflexión al respecto.
Respecto al primer asunto, el hecho de que se hubiera incluido a victimarios, algunos marcados por acciones especialmente crueles, en las listas de EH Bildu nos remite a una interesante porfía. Esas personas han cumplido sus condenas y su situación es legal, lo que conlleva, desde una óptica de re-
inserción, que puedan ejercer sus derechos ciudadanos. Ahí nada puede objetarse. Ahora bien, ¿es correcto este proceder desde una postura éticamente aceptable?
Creo que no, como resulta una ofensa a las víctimas de la matanza de Atocha de 1977 que se presentara como candidato por Falange uno de sus asesinos, Carlos García Juliá. Que esta tipología de candidatos se encuentre amparada por la legalidad no evita que su presencia pública resulte preñada por una cuestionable falta de compasión para con sus víctimas y que una aceptación acrítica del hecho contribuya a diluir la gravedad de su acción victimizadora y, por lo tanto, pueda incluso interpretarse que la legitima. Galo Bilbao nos recuerda que «(…) pareciera que se está dispuesto a cubrir con un velo tejido de distintos materiales (la comprensión exculpadora, la bienintencionada voluntad, la ilusión por un futuro luminoso…) las diferencias evidentes entre los protagonistas (unos víctimas, otros victimarios) y sus respectivos padecimientos (unos injustos, otros resultado del propio mal), la necesaria delimitación e imputación de responsabilidades sobre lo ocurrido (…), su sola presencia en la línea de demarcación ratifica de hecho las conquistas de los agresores e impide que las víctimas recuperen el territorio perdido».
Si nos centramos en la segunda cuestión, resulta necesaria una aproximación a la complicada doble condición de las víctimas que han sido a su vez victimarios. Para ello no encuentro mejor referencia que la obra del compañero Galo Bilbao ‘Jano en medio del terror. La inquietante figura del victimario-víctima’ (2009). Desde la sugerente simbología de Jano, el dios romano de las dos caras, el autor nos acerca, no sin cierta incomodidad epistemológica, a victimarios, que bien han pertenecido a una organización terrorista (ETA, BVE, GAL…) o han practicado la violencia desde estructuras del Estado (tortura, vejaciones…) siendo luego asesinados o maltratados por alguno de esos grupos mencionados u otros.
Podríamos poner como ejemplo a Melitón Manzanas, torturador, asesinado por ETA, o a Mikel Goikoetxea ‘Txapela’, verdugo de la inspectora Marijose García y asesinado posteriormente por mercenarios de los GAL. En ambos casos nos encontramos con esta doble condición de víctima-victimario y esto, desde una perspectiva ética, nos exige denunciar de forma radical las acciones de ambos como victimarios y reconocerles también como víctimas de una violencia ilegítima que, aplicando la venganza, termina con sus vidas.
Ahora bien, ese reconocimiento como víctimas no puede ni obviar ni esconder su condición de victimarios; es más, hacerlo conlleva automáticamente la legitimación de su acción como perpetradores. En esto se ha de ser escrupuloso y la equidistancia no debiera tener cabida, cuestión esta que, opino, ha resultado fallida en los dos procesos analizados. De nuevo Galo Bilbao nos ilustra: «El acompañamiento social a la condición de víctima del que también es victimario debe incluir, ineludiblemente, la exhortación perentoria a que rechace no sólo fáctica sino moralmente, no sólo privada sino públicamente, su pasado de victimario y a que exprese dolor por el daño causa- do y solidaridad con sus víctimas».
Este recorrido reflexivo, desde una mirada ética, subraya que un futuro de reconciliación para nuestra tierra vasca no debe dibujarse desde una supuesta simetría, por el contrario, es la asimetría su condición inherente. Mezclar víctimas con victimarios de forma acrítica, como ya dijo Primo Levi, sería la mejor contribución a un olvido lesivo para las primeras y blanqueador para los segundos.
Jano nos presenta dos rostros, ambos diferenciables, no necesariamente intercambiables y radicalmente opuestos desde la moral. Solo desde un adecuado abordaje podrá resultar fecunda, en términos sociales, esta problemática tarea.
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