Artículo publicado en El Correo (28/05/2023)
Ahora que Nadal afloja y comunica su retirada, es un buen momento para reflexionar sobre el sufrimiento. ¿Es Nadal un buen ejemplo a seguir en este aspecto o, por el contrario, es malo como algunos le critican por no saber parar a tiempo?
Reflexione un poco sobre las cosas de valor que usted tiene –no solo las materiales– y verá cómo la mayoría de ellas han venido precedidas de sufrimiento. La creación de su familia, su trabajo, su casa, su destreza en un ámbito determinado… Sufrir nos suele dar crecimiento. Sin embargo, ¿hasta dónde tengo que llevar ese límite?
Realmente, primero hay que aclarar que existen dos tipos de sufrimientos: el físico y el mental. Del primero no es tan difícil conocer el límite razonable, ya que tiene una base bastante técnica: cuando el sufrimiento físico conlleva un posible daño crónico de por vida, es momento de parar. Mire, si no, Nadal. Su expediente de lesiones físicas es tremendo: fisura en codo (2003), síndrome de Müller-Weiss (2005), rotura del rotuliano (2012), desinserción de muñeca (2014), inflamación de muñeca (2016), lesión en el psoas (2018), artroscopia del tobillo (2018), lesión de cadera (2019)… Eso, de las que se ha ido recuperando en mayor medida.
La duda principal, por tanto, no es esa, ya que es una respuesta técnica, sino hasta dónde llevar el sufrimiento mental. Ese límite es más disperso. Rafa lo expresó muy bien en su despedida: «La salud mental hay que entrenarla. Si nos frustramos a la primera de cambio, lo que hacemos es ser más infelices. Cuando uno no da para más, hay que parar. Pero uno tiene que haberse dado muchas oportunidades antes de tomar esa decisión».
Lo cierto es que parte de la sociedad actual nos dice que el sufrimiento se puede y se debe evitar. Personas como el músico Iván Ferreiro o Ione Belarra han criticado mucho a Nadal por ello. Pero este pensamiento es una falacia. El sufrimiento no podemos evitarlo. Es intrínseco al individuo. No existe ningún ser humano que no sufra. Y lo que es peor, algunos entramos en bucle por creer que no tenemos derecho a sufrir. ¿Y qué podemos hacer ante este hecho?
Lo primero, diferenciar dolor y sufrimiento. No son lo mismo. El dolor (psicológico) es una emoción y, como tal, no la puedo evitar: llega a mí de manera automática. Lo que sí puedo gestionar es la respuesta que doy frente al dolor. De hecho, el sufrimiento es la multiplicación de dolor por resistencia. Es decir, probablemente no puedo hacer desaparecer el sufrimiento porque se basa en el dolor automático, pero puedo bajar su intensidad reduciendo mi resistencia a ese dolor.
El sufrimiento psicológico surge de comparar nuestra realidad con nuestros ideales y, lamentablemente, la probabilidad de que siempre ambos casen es mínima. Si usted se resiste a ese hecho, vivirá frustrado, con ira y estrés continuamente; es decir, sufriendo. Aterrizar mejor las expectativas de una vida imperfecta y entender que, como seres humanos, somos personas frágiles es clave para disminuir el sufrimiento.
No se trata de poner expectativas demasiado bajas, ya que eso no nos hará crecer, sino de entender que no siempre las alcanzaremos. Dos personas que salen de casa en sendos coches a una reunión importante, se encuentran con un atasco con el que no contaban y, por tanto, llegarán tarde a una reunión, pueden tener experiencias de sufrimiento muy diferentes. Una se resiste a aceptar lo que le está ocurriendo y entra en bucle estallando en su estado de ánimo –con sus consecuentes sobrerreacciones emocionales–, mientras que la otra puede aceptar el lamentable hecho de llegar tarde a la reunión porque esas cosas a veces ocurren y tendrá que aplicar su sentido racional para tratar de que afecte lo mínimo posible a su trabajo, buscando soluciones. A la primera, su amígdala le impide pensar de manera racional.
Otra vía interesante para sobrellevar mejor el sufrimiento es la de reflexionar sobre el concepto de fortaleza interior. Como comentábamos anteriormente, el dolor, los conflictos, los errores, las desavenencias, las pérdidas, el malestar… el sufrimiento en general forma parte intrínseca de la vida humana. Pero probablemente ese sufrimiento en el futuro tenga una consecuencia positiva: me hará crecer. Fíjense, por ejemplo, cómo una de las etapas de nuestra vida en la que más sufrimos, pero al mismo tiempo más crecemos, es la adolescencia.
En la lengua española es habitual asociar adolescencia con adolecer o tener carencia de algo; no obstante, la justa asociación debe ser con el significado de padecer o sufrir de alguna aflicción. Entender y reflexionar sobre que el sufrimiento es intrínseco al ser humano para su crecimiento puede darnos fortaleza interior. Paz espiritual ante tiempos adversos. Como afirma el fundador del ‘mindfulness’ Jon Kabat, «no puedes parar las olas, pero puedes aprender a surfear».
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