Artículo publicado en El Correo (05/06/2023)
Hará un par de meses que unas declaraciones del consejero de Hacienda y Economía del Gobierno vasco dieron lugar en los medios a unas sentidas réplicas que finalmente desembocaron en un consenso reparador. Manifestaba en aquella ocasión el consejero que, aunque el terrorismo etarra fue un drama humano, careció de influencia en el desarrollo de la economía vasca propiamente dicha. Esclarecido el lamentable malentendido, incluida una enmienda del Parlamento vasco aprobada con la abstención de EH Bildu, «reconociendo los graves efectos que ha tenido el terrorismo para la economía vasca», nadie de buena fe y medianamente informado respalda a estas alturas la inocuidad sobre el tejido económico vasco de la oficialmente desaparecida banda armada ETA. Aunque no sea fácil medir con exactitud la dimensión de los estragos causados, existen numerosos estudios que se acercan concienzudamente al tema, concluyéndose en que, lamentablemente, fueron muy altos.
Viene esta introducción a cuento de la aparición de un informe publicado por la Universidad CEU San Pablo que lleva por título ‘El éxodo vasco como consecuencia de la persecución ideológica’ de la que pueden extraerse algunas enseñanzas, en torno a la descapitalización relativa de nuestro país.
Y es que, entre 1977 y 2018, obligados por razones políticas, abandonaron Euskadi aproximadamente 180.000 nativos, fundamentalmente empresarios, directivos, altos ejecutivos, y miembros de la academia o de los medios de comunicación. Esa merma de aproximadamente el 9% de la población vasca de 1977 ha significado una pérdida demográfica adicional de varias decenas de miles de habitantes, que son los hijos y nietos de los exilados que habrían residido normalmente en el País Vasco. La impunidad de los asesinatos de ETA, amparada en el miedo y el silencio en la calle y los comentarios intimidatorios de los simpatizantes de nuestro ‘apartheid’ particular fueron las causas principales del inicio del éxodo. Con él se produjeron fuertes deslocalizaciones de empresas o de sus centros de decisión.
La descapitalización provocada, y no solo de orden moral, es evidente. La fuga de talento y deemprendedores y la pérdida de atractivo del País Vasco como tierra de oportunidades queda acreditada con datos incontestables. En 1975 el País Vasco suponía el 7,80% del PIB nacional y hoy apenas llega al 5,90%. La caída del ‘stock’ de capital se redujo desde aquella fecha en un 43%.
A muchos sorprende la falta de énfasis institucional por explicar que ha supuesto económi- ́ camente para Euskadi la existencia del terrorismo. Los empresarios que permanecen, aunque viven tiempos mejores, señalan como secuelas del pasado reciente la persistencia de una frialdad hacia el sector, clasificado como capitalista o explotador y en permanente diana de algunas siglas sindicales.
Quienes llegan hoy constatan que no hay violencia explícita y que existe en la población unas enormes ganas de vivir, aunque al cabo descubren un integrismo intolerable en lo político: ser conservador o constitucionalista es un estigma en Euskadi y muchos de los que lo son prefieren disimularlo.
En el apartado de la equidad política, la violencia extrema ha producido adicionalmente un sesgo sociológico grave. Una buena parte del edificio político de los años 70 fue demolido y la representación parlamentaria está socialmente falseada a causa de la emigración forzosa. El censo electoral quedó alterado desde entonces para varias generaciones.
Lo anteriormente dicho reabre ‘en passant’ otro tema que se evita sigilosamente en las instancias públicas, como si el admitirlo fuera un delito o una enfermedad vergonzante: el reconocimiento sereno de que podríamos estar mejor. En términos deportivos, nuestro declive relativo en la ‘premier’ económica.
El informe Zedarriak ha sido, en ese sentido, un aviso, y firmas autorizadas como las de Jon Azua o Luis Ramón Arrieta, han puesto de relieve la necesidad de una reflexión al respecto. Basta echar mano de la geografía económica y extraer conclusiones de países pequeños o regiones singulares en Europa, que se han situado a la cabeza del mundo en productividad o renta per cápita. En la geografía española también hay donde sacar provecho. No es ningún desdoro tratar de emular algunas de las políticas económicas de los competidores, sin por ello renunciar a los avances logrados ni a nuestras señas de identidad. Sencillamente, se trata de aspirar a más progreso desde la memoria.
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