Artículo publicado en The Conversation (11/06/2023)
Tómese un par de segundos, cierre los ojos e imagine una persona con ludopatía…
Ahora ábralos y recuerde cómo se ha imaginado a esa persona. ¿Era un hombre? Probablemente sí. ¿Cree que podría impactar ese sesgo en la detección de las mujeres con problemáticas de juego? ¿Sentimos lo mismo cuando vemos a un hombre que a una mujer jugando?
Si no sentimos lo mismo, si no nos imaginamos lo mismo, si los pensamientos asociados a las adicciones de unos y otras no son iguales, ¿por qué esperamos que las intervenciones y estrategias preventivas funcionen para ambos sexos de manera similar? ¿Dónde quedan representadas las mujeres con ludopatía? ¿Por qué no nos ponemos las gafas violetas en este terreno?
¿Factor protector o tabú?
Se entienden por factores protectores todas aquellas características y circunstancias que reducen el riesgo de desarrollar una determinada enfermedad. Tradicionalmente, el hecho de que la ludopatía haya sido considerada una actividad predominantemente masculina ha podido aumentar la probabilidad de que los hombres se sumerjan con mayor facilidad en el mundo de las apuestas con dinero. Esto también explica, en gran parte, la mayor prevalencia del trastorno de juego (o ludopatía) en hombres que en mujeres.
Sin embargo, se estima que las mujeres representan aproximadamente el 30 % de la población que presenta una adicción al juego. Un porcentaje que indica que la ludopatía en la mujer no es precisamente una excepción. Además, las instituciones dedicadas a la rehabilitación de la ludopatía estiman que esta cifra podría estar infrarrepresentada, dado que tan solo un modesto número de mujeres solicita la ayuda terapéutica correspondiente.
¿Qué sucede cuando una mujer realiza algo que no se espera que haga? ¿Qué es lo que se nos hace difícil de hablar cuando es la mujer quien padece la adicción?
Usamos el concepto “tabú” para referirnos a una conducta prohibida, inmoral o inaceptable. Romper un tabú se considera una falta grave para la sociedad.
“Mala madre”: condena perpetua para la mujer jugadora
Investigaciones recientes donde analizamos los testimonios que comparten las mujeres con problemáticas de juego apuntan a que a ellas se les señala como “viciosas” o “malas madres”, mientras que a sus homólogos varones jugadores se les categoriza bajo la etiqueta de “enfermos”
“…yo quiero a mi hijo más que a mi vida, ¿Cómo me he podido hacer una mala madre?” Anónima.
La maternidad se ha construido históricamente como una serie de expectativas sociales femeninas que refuerzan el papel de la mujer como cuidadora y responsable del espacio doméstico. Los estudios informan de que cuando una mujer presenta una problemática de salud mental (como es la ludopatía), se les cuestiona a nivel personal y social en cuanto a sus capacidades para desempeñar la función que le ha sido asignada como “madres”. Algo que no tiende a ocurrir cuando el ludópata es un hombre.
Estos estereotipos negativos sociales terminan por interiorizarse (lo que se denomina “autoestigma”), generando valoraciones sobre una misma llenas de autoprejuicios y sentimientos de culpa.
Esto condiciona las conductas, pensamientos y emociones. Y podría afectar no solo a la salud mental y física de las mujeres con adicción al juego, sino también a la búsqueda ayuda terapéutica, la adherencia al tratamiento y la gravedad de la sintomatología asociada.
El vicio ha sido tradicionalmente un tabú para las mujeres porque les alejaba de su rol femenino tradicional] de madres y esposas. Esto se traduce en elevados niveles de culpa y vergüenza para las mujeres que juegan.
Vergüenza y soledad
De una mujer “no se espera” la transgresión de su rol y cualidades femeninas. En el imaginario colectivo social, las mujeres representan valores como la sumisión, el equilibrio, la responsabilidad o la tranquilidad. De ahí la enorme carga emocional asociada a la culpa y la vergüenza cuando no se cumplen las expectativas, pudiendo agravar la sintomatología psicológica y física.
Además de esto, se suma que las mujeres raramente acudan acompañadas a los centros de tratamiento, algo que se considera fundamental tanto para la abstinencia como para el proceso de rehabilitación del juego. De hecho, la opción más frecuente es que acudan solas; seguida de ir acompañadas de otra mujer (por ejemplo, madre, hija, hermana, amiga…).
Para afrontar la ludopatía habría que empezar por deconstruir los roles y mandatos de género asignados socialmente. La culpa, la vergüenza, la soledad, la carga real y mental de los cuidados, la violencia recibida y la autoestima son claves terapéuticas esenciales a tener en cuenta en el trabajo psicoterapéutico de mujeres con trastorno de juego.
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