Artículo publicado en El Correo (16/07/2023)
Jugadores en el final de sus etapas profesionales como Messi, Benzema o Ronaldo generan mucho menos fútbol que años atrás. Sin embargo, el mercado paga por ellos mucho más dinero que nunca. ¿Por qué? Porque han sabido gestionar su marca personal mucho mejor que la mayoría de nosotros.
Hace aún no mucho, en la España de los años 50 y 60, nuestros padres y abuelos migraron del pueblo a las grandes ciudades. De ellos recibimos una gran parte de los valores que hoy tenemos. Uno de ellos fue el de la humildad. «Hay que ser humildes en esta vida», nos repetían una y otra vez. Y no puedo estar más de acuerdo. Sin embargo, vivimos en una sociedad muy diferente a la que ellos vivieron. En el pueblo eran pocos. Todos se conocían y saludaban. Sabían al detalle las destrezas y defectos de sus vecinos y cuando uno pensaba en contratar a un carpintero o a un electricista, tenía muy claro a quién llamar, ya que la oferta era muy limitada.
Pero el mundo ha cambiado. Hoy vivimos hacinados en grandes ciudades. Caminamos por ellas sin saludar a nadie. No nos conocemos. Más aún, requerimos de servicios que incluso compramos fuera de ellas. Ya no trabajamos en pequeñas empresas locales sino en grandes corporaciones deslocalizadas donde ni siquiera conocemos a nuestros propios compañeros de empresa. Es la parte negativa de esta globalización deshumanizada que nos está tocando vivir.
Y ante esta circunstancia, dígame una cosa: ¿Cómo pretende que alguien opte por sus servicios si usted ni siquiera se atreve a poner en valor sus virtudes por un mal entendimiento del concepto de humildad? ¿Cómo pretende que su jefe de Alemania se acuerde de usted ante una promoción si malamente le ve una vez al cuatrimestre? En este contexto, no venderse es como no existir.
Tenemos que adaptar ese concepto de humildad que nuestros mayores nos enseñaron, sin renunciar a su sabia esencia. Quizás estos dos aspectos que quiero señalar puedan ayudarnos a desarrollar un concepto de humildad 2.0 necesaria para la vida actual.
Por un lado, ser humilde es diferente a no poner en valor las habilidades de una persona. Ser humilde es conocer y obrar en consecuencia sobre nuestras limitaciones y debilidades. Y esto no está en contraposición con poner en valor nuestras habilidades. Es más, la característica común a todas las personas que ejercen bien el liderazgo es que lo hacen desde la determinación. El buen estilo de liderazgo de cada persona viene muy marcado por sus fortalezas –apuntalando sus debilidades–. Por lo que, desde un detallado autoconocimiento personal, tenemos que ser conscientes de que todos nosotros somos buenos en algunas cosas y malos en otras.
Y más allá, es un hecho que, a partir de una cierta edad, difícilmente llegaremos a ser brillantes en aquello que no somos buenos. Por ejemplo, quien es muy directo, suele ser poco empático; quien es muy diplomático, suele rehuir el conflicto y no termina de ser claro. Y la realidad es que, para gestionar bien una circunstancia, a veces necesitamos ser de una manera, y otras veces de otra. Ninguno de nosotros es bueno en todo. Por tanto, ser humilde no significa no poner en valor nuestras virtudes, sino ser conscientes de nuestras limitaciones.
Y precisamente, ese es el segundo aspecto que me gustaría destacar. En la sociedad globalizada y deshumanizada que nos está tocando vivir –lejos de la vida de pueblo de nuestros padres y abuelos–, tenemos que vendernos. Venderse en su justa medida no es arrogancia, es poner en valor las virtudes de uno. En caso contrario, jamás saldrá en la foto. Esto es especialmente importante en el ámbito laboral. Tenemos que crear lo que hoy en día se denomina nuestra ‘marca personal’. Esa que habla por usted cuando no está presente. Tiene usted dos opciones: ser proactivo y tratar de definir lo que quiere que se diga –es decir, ponerle un puntito de márketing a su relato profesional– o dejar que sean los demás lo que definan lo que es –en cuyo caso, créame, no es tan importante para el prójimo, por lo que tenderá a desaparecer del escenario profesional, no deja tanta huella como cree–.
Este ejercicio de humildad 2.0 que le propongo no es nada sencillo. Debemos prestar atención para, por un lado, no caer en la inexistencia, en cuyo caso olvídese de que le llamen para las promociones o nuevos trabajos; pero, por otro, para no caer en la arrogancia propia de quien se sobrevalora y desarrolla un cierto sentimiento de superioridad, en cuyo caso, tampoco le llamarán y además nadie querrá estar con usted. Bill Gates, Roger Federer, David Beckham, Rafael Nadal, Barack Obama o Richard Branson son ejemplos que pueden inspirarnos en mayor o menor medida para buscar ese difícil equilibrio. Como decía la Madre Teresa, «si eres humilde, nada te dañará, ni los elogios, ni la desgracia, porque sabes lo que eres».
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