El voto es la única acción política del ciudadano, es muy poderoso unido al de otras personas e imprescindible para formar voluntades en las instituciones
Artículo publicado en El Correo (19/07/2023)
La desafección política de la sociedad, por su decepción respecto a instituciones y políticos/as, propicia la emoción tendente a no votar, lo que potencia la abstención electoral. Pero ¿es una buena decisión?
De estas elecciones surgirán instituciones clave para el funcionamiento del Estado, como son el Congreso, el Senado y el Gobierno. Cada voto tiene un carácter limitado, circunscrito a cada persona, por lo que se tiende a minimizar su importancia, como si fuera una gota de agua en el océano. Y así, la posibilidad de votar puede ser abandonada por otras circunstancias (el calor del día, la preferencia por la playa…).
Pero no se puede olvidar que el voto es la única acción política de cada ciudadano/a de a pie y que la suma de insignificantes votos individuales produce el resultado de importantes grupos políticos elegidos, por lo que el voto es muy poderoso considerándolo agrupado al de otras personas; y resulta imprescindible para formar voluntades políticas en las instituciones, que afectan también a quienes no hayan votado. Además, la abstención electoral carece de efectos en el reparto de escaños. Puede afirmarse que, si no haces política (a través de ese voto), otros te la hacen (quienes sí votan). Por ello, yo creo que racionalmente el voto es más útil que la abstención, por encima de cualquier emoción.
Y ya en las urnas, ¿a quién votar?
Teniendo en cuenta la importante labor del Congreso, el Senado y el Gobierno que resulten de estas elecciones, parece que cada opción electoral debería informar de las propuestas de políticas, proyectos y acciones que pretenda llevar a cabo si resulta elegida, ilustradas con sus características más importantes –en qué consisten, cuánto cuestan, cómo se van a financiar, qué efectos tendrán en la ciudadanía…–, expuestas de forma concreta y clara, sin vaguedades ni palabras vacías, acompañadas de un compromiso firme de su realización. Para su conocimiento general, todo ello ha de ser objeto de una publicidad electoral que transmita las propuestas con la seriedad y el rigor necesarios para una mínima comprensión por la ciudadanía. A mí me parece que estas ideas son de una lógica aplastante.
Sin embargo, desde hace años se han ido instalando en la publicidad electoral, y de un modo creciente, las técnicas de publicidad comerciales, con las que se pretende obtener votos como si se tratase de la venta de tornillos o de patatas fritas. Así, proliferan publicidades electorales efectistas, agresivas y simplistas, impregnadas de medias verdades y de expresiones confusas. Pero, además, se observa una correlativa y progresiva disminución de propuestas de políticas, proyectos y acciones de cada opción electoral.
De este modo, el descarnado márketing electoral de perfil comercial y las propuestas electorales operan como vasos comunicantes; cuanto más hay de ese nefasto márketing, menos hay de esas propuestas de políticas, proyectos y acciones.
Entre las prácticas de esa estrategia comercial electoral se ha consolidado el empleo de eslóganes de todo tipo, cuya finalidad es tocar la fibra emocional de la ciudadanía para generar en ella un impulso anímico que le lleve a depositar un voto para la opción electoral autora del eslogan. Eslóganes que no van acompañados de propuestas de políticas, proyectos y acciones, específicas y nítidas sino que intentan que el solo enunciado del eslogan genere la emoción conducente al voto. Pero un buen eslogan de márketing no garantiza que el producto sea bueno, ni en la actividad comercial ni en las elecciones. Aquí, el ‘producto’ ofrecido por cada opción electoral viene constituido por las propuestas de políticas, proyectos y acciones que plantee, y por sus características. Y ese ‘producto’ será mejor o peor según la apreciación que haga el votante de tales propuestas y características, en función de sus propios intereses y preferencias, como manifestaciones del pluralismo político de la sociedad.
Por ello, si la publicidad electoral no las recoge, falta un elemento esencial para que el votante pueda apreciar el ‘producto’ que se le ofrece, y, por tanto, para decidir racionalmente su voto. Y eso mismo ocurre con los eslóganes electorales; un eslogan huérfano de dichas propuestas y características, que solo sea un reclamo fácil y pelado del sufragio, no debería decidir el voto en favor de la opción electoral que lo haya acuñado.
En mi opinión, la madurez política de una sociedad no queda acreditada solamente con la acción de votar. Además, es preciso que el voto sea meditado y responsable, que tenga en cuenta las propuestas de políticas, proyectos y acciones de cada opción electoral en su relación con los intereses y preferencias de quien vote. O sea, un voto racional, no emocional. Que, por otra parte, también puede servir para reducir el número de indecisos.
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