Seamos autocríticos y empecemos nuestra parte de responsabilidad individual para mejorar las relaciones humanas
Artículo publicado en El Correo (22/10/2023)
Podrá Rusia albergar algún día las oficinas centrales de la OTAN? Yo creo que sí. ¿Podrán entenderse algún día palestinos e israelíes? Sin duda. ¿Podrán entenderse el PP y el PSOE para formar un Gobierno de centro en España? Claro que sí.
Lo que desconozco es cuánto queda para que eso ocurra, ya que para lograr la paz exterior el trabajo comienza buscando la paz interior. Y por el camino, aunque no llegue esa ansiada paz, iremos amortiguando esa violencia y viralidad generada. Lo malo es que hay trabajo que hacer, aumentar su paz interior y la mía. Quisiera compartir tres reflexiones al respecto.
Por un lado, hay que ser conscientes de que todos aspiramos a vivir en paz con el prójimo, una de las principales fuentes de felicidad. El problema es que nos gustaría que esa felicidad –esa paz–- llegara sin sufrimiento previo. Y eso no es posible. Es una falacia pensar que se puede vivir sin sufrimiento. Tenemos que entender que el crecimiento, el desarrollo, la evolución siempre vienen precedidos de una dosis de sufrimiento ya que se trata de romper con una realidad anterior.
Romper un paradigma conlleva pérdidas dolorosas. Y si no sabemos gestionar adecuadamente ese dolor –hablo del mental en particular– puede desembocar en aislamiento, celos, confusión, resentimiento, odio o temor, es decir, el inicio de un gran conflicto. ¿Pueden factores materiales externos reducir este dolor? Me temo que no. La opulencia, la fama o el poder no pueden apaciguar ese ruido interior; de hecho, en ocasiones lo acrecientan.
Y ahí viene mi segunda reflexión: la paz mental no puede ser apaciguada por el confort físico; como mucho, solo temporalmente. Está muy bien acudir a un spa, a talasoterapia o a una sesión de masaje tailandés; bajará nuestro nivel de estrés. Pero no nuestra ira u odio. Nuestra vehemente verbalización reaparecerá en breve y, en consecuencia, nuestro violento actuar frente a esas cuestiones.
La dificultad estriba, además, en aplicar mi tercera reflexión: esa quietud mental debe darse en ambas partes implicadas en el conflicto, ya que la base de una negociación es la confianza entre las partes. Y ¿qué es la confianza? Es ceder la potestad a un tercero pensando que nos llevará a un buen destino. Dicho de otro modo, dejar que un taxista nos lleve al hotel pensando que lo hará por el lugar más rápido y económico. Es decir, un ejercicio de vulnerabilidad.
Por eso, solo se puede empezar a andar sobre un camino de paz exterior cuando ambas partes gozan de suficiente paz interior, posiciones diferentes, pero confianza en el otro. No me llame iluso. Sé que usted está pensando que el interés por el prójimo escasea. Pero ¿y usted? ¿Realmente tiene un interés genuino por el prójimo? ¡Vaya por Dios! Resulta que yo sí, pero los demás no. No se haga trampas al solitario. Lo mismo que probablemente no es tan empático como piensa, tampoco legitime al prójimo en todas sus discusiones. Seamos autocríticos y empecemos nuestra parte de responsabilidad individual para mejorar las relaciones humanas.
Pero ¿qué ocurriría si en lugar de habitar el odio, el resentimiento y la ira, en nuestro interior habitaran sentimientos más positivos como la compasión y el perdón hacia un mundo tan imperfecto como el nuestro? De la ira jamás surgió una idea buena. Seguirá llamándome iluso porque piensa que no siempre puede aplicarse paz y amor para cumplir mis objetivos. Y quizás sea cierto, lo que pasa es que lo que usted se ha puesto como objetivo puede que sea una meta intermedia. No hay posibilidad de tenerlo todo y a veces renunciar a algunas batallas merece la pena para alcanzar una felicidad más plena. Sin cesión no hay victoria plena.
Las realidades de este mundo no son blancas o negras. No es un ‘estás conmigo o contra mí’. Debemos abrir nuestras mentes y entender la rica escala de colores que tiene la vida. Lo que usted ve como una realidad irrefutable, quizás no lo sea, ni siquiera la muerte –hable con cualquier persona religiosa–. Hay muchos ángulos en cada uno de los problemas que nos rodean, pero para poder identificarlos debemos primero calmar nuestra mente. Y eso se entrena. No es suficiente con desarrollar el intelecto, también debemos desarrollar nuestra paz interior, ya que no existe una realidad única.
Este no es un mundo de buenos y malos, como algunos nos quieren hacer creer. Es enorme la amalgama de interpretaciones de los hechos y solo desde su entendimiento podemos comenzar el camino de entender al prójimo y buscar lazos de unión. Sí, lo mismo que usted no cree que un día habrá entendimiento entre israelíes y palestinos, tampoco Napoleón creyó que un día españoles y franceses trabajarían como hermanos. Y ese largo camino empieza siempre desde la paz interior. La suya y la mía.
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