Concediendo al progreso financiero el beneficio de la duda, todo apunta al escepticismo o al menos a un optimismo moderado
Artículo publicado en El Correo (30/10/2023)
Señores, estamos en la cuenta atrás del euro digital. ¿Constituirá esta innovación «la reforma más importante del siglo XXI, a la altura de la revolución de las telecomunicaciones en el siglo XX» como ha augurado recientemente el exgobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordoñez?
Mucho arriesga tal profecía.
Primero unas aclaraciones esenciales referidas a nuestro signo monetario particular: el euro. Conceptualmente, los euros más representativos son los billetes, que solo puede emitir el Banco Central Europeo (BCE). Cuando los billetes se ingresan en un banco para abrir una cuenta corriente, el saldo en la cuenta se convierte en euros contables. Son también dinero de curso legal, pero están sometidos a riesgo de impago porque no están producidos por el BCE. Son euros digitales, pero del sistema bancario privado que hoy en día lubrican la economía mundial de forma eficiente, en base a billones de transacciones semanales.
Lo que el BCE nos presenta ahora es un dinero digital no bancario sino emitido directamente por él y por lo tanto libre de riesgo. Este dinero digital estará asociado a una cuenta bancaria o similar, en Correos u otros, y se movilizará con herramientas similares a las que utiliza el dinero bancario: ‘monederos’ en sentido genérico, que probablemente adquieran la forma de tarjetas de pago. Nada que no se haga ya.
En consecuencia, ¿representa el euro digital un avance apreciable sobre el dinero que actualmente utilizamos? Concediendo al progreso financiero el beneficio de la duda, todo apunta al escepticismo o al menos a un optimismo moderado.
El BCE invoca algunas razones que alientan la novísima iniciativa. Comenzando por un objetivo político o de soberanía estratégica: lanzar una solución de pagos de ámbito europeo que no dependa de proveedores extranjeros y frene la competencia a los ‘stable coins’ privados. Razón aceptable. La fragilidad de las cadenas de suministro globales expuesta por la pandemia del coronavirus y la guerra en Ucrania ha demostrado dolorosamente los riesgos de depender exclusivamente de proveedores externos para necesidades básicas.
El euro digital «será accesible, gratuito, y podrá usarse de forma ‘online’ y ‘offline’. Ofrecerá los más altos niveles de privacidad y permitirá a los usuarios hacer pagos de forma instantánea con dinero del banco central. Podrá usarse de persona a persona, en los puntos de venta, en plataformas de ‘e-commerce’ y en transacciones oficiales con el gobierno. Ninguna otra forma de pago ofrece todas estas características. El euro digital rellenaría ese hueco», asegura el BCE.
Pero según otras fuentes no será tan gratuito. Su nivel de privacidad no podrá obviar los términos de cumplimiento normativo, en especial en lo que concierne a la prevención del blanqueo de dinero y no ofrece –excepto temas salvables– operatividad alguna que no ofrezca bizum, tan pronto extienda los límites de la compensación geográfica. Pero, repitamos, esas mismas funciones son realizables con el dinero tradicional.
El euro digital es dinero seguro al cien por cien, sí, pero el dinero bancario también está cubierto por el Estado hasta los 100.000 euros. No va a sustituir ni al efectivo ni a los medios digitales de la banca, no es una inversión y tendrá el mismo valor del efectivo. Podrá comprarse con cargo a la propia cuenta bancaria o a través de una aplicación directa ofrecida por el BCE. Repite, en consecuencia, la operativa habitual hoy en día.
Simultáneamente presenta algunas aristas. Las tenencias del euro digital estarán topadas en su saldo, que necesariamente procederá de detraer los euros equivalentes del sistema bancario. Lo cual representa un factor de refuerzo del pánico en caso de crisis bancarias si los usuarios desviaran masivamente saldos de sus depósitos a los monederos en euros digitales. Si todos los clientes retiraran tan solo 3.000 euros de sus cuentas corrientes la fuga bancaria representaría el 10% de los depósitos bancarios del sistema. Además, llegado el caso, el BCE podría aplicar intereses negativos a esos saldos, circunstancia que no puede aplicarse a los billetes. Pésima eventualidad.
Resumiendo: el euro digital no hace frente a una demanda apremiante y en muchos casos agregará engorros operativos a los ya existentes en la operativa habitual bancaria. Pero doctores tiene el BCE que sabrán valorar los pros y las contras.
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