Este proceso de investidura ya se ha cobrado su primera víctima: la convivencia
Artículo publicado en El Correo (14/11/2023)
No creo que a ustedes, si me siguen, les resulte nueva la denuncia. Llevo años, o mejor dicho varias legislaturas, denunciando la asfixiante política de polarización de la sociedad española. Toda la polémica cuestión que rodea la investidura del candidato a la presidencia y actual presidente en funciones, Pedro Sánchez, cuyo último capítulo nos obliga a mirar hacia las desoladoras imágenes protagonizadas por grupos de ultraderecha frente a la sede socialista de la madrileña calle Ferraz, no son sino un peligroso indicador.
No comparto aquella cita de Bismark que afirmaba que «con las leyes pasa como con las salchichas, es mejor no ver cómo se hacen». Muy al contrario, soy de los que piensan que decisiones de tamaño calibre, y que atañen a cuestiones estructurales del Estado, no deberían tomarse sin el consenso de la oposición. Dicho de otra forma, temas tan sensibles como una amnistía, una nueva forma de estructuración de la nación, las finanzas de las comunidades autónomas, la imagen de la institución judicial o de las Fuerzas de Seguridad del Estado, o la posibilidad de secesión de un territorio, entre otros, no pueden acordarse por parte de la representación del 50% de los electores frente o contra el otro 50%.
Es necesario recordar a muchos políticos, además de a los promotores del ‘procés’ a otros como al exministro José Luis Ábalos, que la democracia es mucho más que mero calculo aritmético. En temas de este calado creo que debería imponerse el acercamiento para buscar un mínimo común aceptable por todos. ¿Por qué es posible en otros lugares de la Unión Europea y en nuestro país se presenta como imposible?
La respuesta no se halla en la ideología, sino sencillamente en la oportunidad. Si el PSOE hubiera ganado las elecciones con mayoría nunca se habría planteado abrir ni el ‘melón constitucional’ ni rescatar a Carles Puigdemont de su posición de irrelevancia (rozando los últimos tiempos el ridículo europeo) para dotarle de una representatividad que en justicia no le corresponde ni por votos ni por autoridad carismática frente a la sociedad catalana de 2023; esa que sí reconoció el tributo pagado, incluso con la cárcel, por los políticos de ERC y el posibilismo del PSC. Y al mismo tiempo creo que si Núñez Feijóo hubiera conseguido apoyos por parte del PNV y Junts a su investidura, seguro que habría explorado ciertas posibilidades que, sin ser necesariamente las que están sobre la mesa, se le habrían parecido cuando menos algo.
Por eso, las imágenes de un neofascismo activado, al estilo de una nueva ‘kale borroka’ que nos pone los pelos de punta a quienes vivimos aquella otra pasada (especialmente ese desgraciado eslogan, por banalizador para las víctimas, de ‘que te vote Txapote’), son preocupantes. Quienes encapuchados insultan incluso al Rey, a la diversidad, a la Policía, al presidente, a la enseña constitucional, a la «derecha blandita»… no difieren de aquellos que, con otra bandera, con otro territorio, con otra lengua, con otros mitos justificadores y con otros enemigos a batir también despreciaban la convivencia conseguida, a duras penas, tras la dictadura.
Aquí sí podríamos decir que los extremos se tocan, y de rebote resultan altamente tóxicos para quienes se les acercan. Así Pedro Sánchez se ha acercado peligrosamente a unos y Feijóo lo ha hecho a los otros. Nacionalismo con pulsiones de unilateralidad, supremacismo, parámetros ideológicos contrarrevolucionarios, desprecio por los diferentes, tentaciones violentas y mantenimiento de pri
vilegios, por un lado y por el otro.
Me niego a aceptar que la ciudadanía, esa que trabaja, que madruga, que ama y se divierte con la fiesta, deba estar atrapada en un espacio acotado por los extremos. Convivo a diario con vecinos que ni son fascistas ni comunistas estalinistas, me relaciono con ciudadanos que comparten dos o más identidades con absoluta normalidad y que sienten Euskadi, España y Europa sin algaradas ni proclamas constantes.
Esos mismos que votan al centro-derecha y aceptan que los indultos han sido beneficiosos para la paz y tranquilidad de Cataluña. Esos mismos que otorgan su voto a fuerzas de izquierda y creen que la amnistía ni se ha explicado con claridad ni se ha gestionado bien. Esos mismos que se niegan a estar atrapados entre dos extremos. Porque, no nos engañemos, este proceso de investidura ya se ha cobrado su primera víctima: la convivencia.
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