Artículo publicado en Deia – edición impresa y online (10/12/2023)
Hoy se cumplen 75 años de aquel día, un 10 de diciembre de 1948, en que la Asamblea General de las Naciones Unidas reunidas en el Palais Chaillot de París aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Esa Declaración fue fruto de las mejores aspiraciones a la dignidad humana y de la voluntad compartida de que los peores crímenes, genocidios y sufrimientos no volvieran a repetirse. Fue fruto también de un grupo de redacción presidido por una mujer, Eleanor Roosevelt, y vicepresidido por un chino, Chang, y un libanés, Malik. Un grupo en el que el baionatarra René Cassin, bien es sabido, tuvo un papel central, así como el chileno Hernán Santa Cruz.
Por detrás hubo un enorme movimiento social y diplomático que lo hizo posible, donde tampoco faltaron mujeres como Hansa Mehta, de la India, a la que se le atribuye el cambio de la tradicional formulación “todos los hombres nacen¿” por la que finalmente fue adoptada: “todos los seres humanos nacen¿”. O Minerva Bernardino, una diplomática dominicana que fue clave en la inclusión del principio de igualdad de género en la Declaración, como había hecho antes, junto a la brasileña Bertha Lutz y la uruguaya Isabel de Vidal, que consiguieron introducir esa cuestión en la Carta de la ONU. O la pakistaní Begum Shaista Ikramullah, que consiguió introducir la cuestión de la igualdad de derechos en el matrimonio, como antesala de los avances que luego habría que lograr en relación al matrimonio infantil o el matrimonio forzado¿ Así podríamos incluir en nuestro repaso a otras mujeres de más nacionalidades que contribuyeron directamente en la redacción de la Declaración.
El Gobierno vasco ha adoptado esta semana una declaración institucional conmemorativa de este 75 aniversario que merece lectura atenta.
La Declaración llama la atención sobre “las enormes desigualdades que impiden a cientos de millones de personas acceder a sus derechos más elementales, tales como la alimentación, el agua, la vivienda o la educación” y denuncia “la situación de las personas que viven bajo regímenes que no respetan los principios de igualdad y no discriminación, así como las más fundamentales condiciones de libertad”.
La declaración institucional no podía olvidar, en los tiempos que corren, que “los conflictos armados suponen uno de los mayores obstáculos para el disfrute de los derechos humanos, especialmente cuando se atacan objetivos civiles, como sucede en lugares como Ucrania y Palestina, por poner dos ejemplos de actualidad”. Tampoco olvida que “el reto del cambio climático presenta asimismo desafíos nuevos de una dimensión sin precedentes” que también deben considerarse desde la perspectiva de los derechos humanos.
Tras repasar la situación de los derechos humanos en nuestro país y sus retos, concluye con una idea que me parece importante conocer y subrayar: la cultura de los Derechos Humanos es también una cultura de compromiso individual y de responsabilidad ciudadana.
Con frecuencia el artículo primero de la Declaración se cita demediado, solo su primera parte. Pero conviene leerlo siempre entero, como la unidad indisoluble que es: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Como dice la declaración institucional, es necesario recordar que este artículo presenta la “idea de que los derechos humanos nos interpelan y de que implican también el compromiso ciudadano, la responsabilidad cívica y la solidaridad interpersonal”. Es la idea que se reitera al final de la Declaración, cuyo artículo 29 recuerda: “Toda persona tiene deberes respecto a la comunidad, puesto que sólo en ella puede desarrollar libre y plenamente su personalidad”.
Conviene recordarlo en su día: la cultura de los Derechos Humanos es una propuesta activa, exigente y que llama al compromiso responsable de cada ciudadano con su entorno, con su vecino, con su comunidad y con el mundo.
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