Hay dos conceptos críticos que deben diferenciarse bien: el rol, en el que todo tiene un final, y la persona
Artículo publicado en El Correo – edición impresa y online (17/12/2023)
Nadia Calviño entra de presidenta del BEI, Iñigo Urkullu deja de ser lehendakari¿ Hay dos momentos en los que usted y yo seremos noticia en el plano profesional: el día que nos nombren y el día que nos destituyan. Con el primero no hay problema, es de alegría plena. Con el segundo, si no lo ha gestionado adecuadamente por el camino, podrá entrar en una gran depresión. Y no se engañe, antes o más tarde todos caemos del caballo, los que caminan en purasangres y los que lo hacemos en ponies.
Digo caerse y no bajarse porque es más habitual que nos retiren en contra de nuestra voluntad. El caballo es poderoso, representa nuestro rol, una función importante que nos han encomendado en un momento dado. Llevar las riendas políticas o económicas de un determinado territorio o ser jefe o jefa del departamento de carnes del supermercado, para el caso es lo mismo. Es sentirse importante en su entorno. Los artistas tienen tan clara esa caída que, cuando el jinete cayó en combate, al caballo lo representan con las dos patas delanteras en el aire; cuando cayó por heridas de guerra, con una única pata en el aire; y cuando cayó por otras causas, con las cuatro patas en tierra.
Hay dos conceptos críticos que deben diferenciarse bien ante el análisis previo de esta futura caída: el rol y la persona. Y me explico. El rol es la conducta que la sociedad espera de usted ante una función determinada que le han otorgado. Por ejemplo, directora de compras de la empresa X. Por ese simple nombramiento, usted adquiere una relevancia automática en su entorno. La gente le respeta más, le sonríe más, le tildan de inteligente, sus chistes son más graciosos o al menos parece que hacen reír más a la gente de su entorno, incluso se vuelve más atractivo/ a.
Pero no se deje engañar: usted es igual de soso que ayer, lo que pasa es que le acaban de otorgar poder, esa herramienta con la que sus palmeros saben que puede premiarlos o castigarlos. Y así se sentirá durante sus días de poder. Disfrútelos, pero no caiga en la tentación de pensar que efectivamente se ha convertido. como por arte de magia, en una persona más inteligente y simpática. Está viviendo dentro del cuento del rey desnudo y no se ha dado cuenta. No olvide que todo tiene un final y que, por motivos muy diversos, también caerá del caballo. Dejará de ser directora de ventas, encargado del departamento de carnes del súper, lehendakari o presidenta del Banco Europeo de Inversiones. Y si no se ha preparado antes, esa caída puede ser muy dura. Sus chistes dejarán de tener gracia, su inteligencia bajará a los niveles previos y habrá perdido atractivo. ¿Y todo por qué? Porque no ha sabido diferenciar su rol de su persona.
Es probable que piense que esto solo le ocurre a la gente poderosa de verdad. Pero no es así. Ser jefe de un equipo es tener poder sobre otros. Ser tesorero de su asociación, también. Por el rol recibirá elogios. Pero cuidado, también recibirá ataques. Le aseguro que todas las críticas que recibe en su trabajo son por su rol. Y la respuesta a esta cuestión es bien sencilla. ¿Si usted no estuviera en ese puesto le dirían lo que le dicen? Estoy seguro de que no.
Lamentablemente, en su puesto de trabajo (rol) hay labores que tiene que realizar que no son de su agrado como persona. Quizás tiene que denegar un merecido aumento de sueldo porque los fondos de la empresa no lo soportan; o, incluso tiene que despedir a alguien que, a pesar de ser muy simpático, es un mal profesional y no lo contratarán fácilmente por su edad y competencia. Si no lo despide, estará haciendo mal su trabajo, su rol, y las consecuencias de actos así pueden conllevar males mucho mayores a medio y largo plazo -entre ellos, que le despidan a usted por incompetente-.
Con todo ello no quiero decir que se tome una carta blanca para hacer lo que quiera argumentando que ‘mis males son todos debidos al rol al que me obliga la empresa’, sino que analice bien la situación y no se cargue de culpas de más. No olvide que, a la postre, el destino de cada uno de nosotros está en nuestras manos, y no en las del prójimo. Si la empresa a pesar de todos los esfuerzos está en una situación de grave crisis, es probable que no le quede más remedio que ajustar plantilla. Como bien decía Viktor Frankl, lo único que no se le puede arrebatar a un ser humano es su última libertad: la de elegir la actitud con que se toma las circunstancias.
Comenta Diana Morant, ministra de Ciencia y Universidades, que su madre le mandó el siguiente mensaje al ser nombrada: «Tu abuelo era chófer y tú ahora vas con chófer». Y me parece fantástico ese orgullo de madre ante el triunfo de su hija. Pero tenga cuidado, es cuestión de meses que su hija vuelva a estar sin chófer. Así que no descuide apreciarla más por su persona que por su rol.
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