Artículo publicado en El Correo – edición impresa (22/01/2024)
Alemania se codea con la recesión al deambular cinco trimestres consecutivos sin crecimiento hasta resucitar el apodo de ‘el enfermo de Europa’ que el país acuñó tras la reunificación en la década de 1990.
Algo similar cabe referir sobre la economía española, cuya famélica productividad es la causa del retroceso hacia escalones sucesivamente inferiores en el ranking de países. Según las proyecciones del ‘Centre for Economics and Business Research’ londinense, la tasa anual de crecimiento del PIB en España promediará un 1,6% en los próximos cinco años y caerá algo más entre 2029 y 2038, confirmando la pérdida de relevancia de España en el ámbito económico global. CEBR estima que España quedará fuera del grupo de las quince economías más importantes del mundo. Es menester recordar aquí con el obligado énfasis que, en términos históricos, España viene de ser la octava economía mundial entre 2004 y 2007.
¿Es por lo tanto el crecimiento económico un factor absoluto de la economía, simbolizado en las siglas PIB, producto interior bruto?
No para todos y no sin matices. Existe un determinado movimiento, hoy en relativo declive, antiPIB, o sea anticrecimiento, crecimiento cero o incluso decrecimiento. No es tan extraño toparse con movimientos que defienden trabajar sólo 21 horas a la semana o incluso que se les pague por llevar una vida ociosa, porque para eso están las máquinas de imprimir dinero de los Bancos Centrales.
El anticrecimiento se basa implícitamente en la simplificación de que el PIB es algo que el Gobierno puede cerrar y abrir a su discreción como si fuese un grifo, en lugar de ser, como es, el resultado del esfuerzo sostenido y muchas veces heroíco de millones de personas en los mercados de trabajo, dinero, y bienes y servicios. El ambientalismo y el ecologismo asumen con simplismo que el crecimiento económico es incompatible con la lucha contra el cambio climático.
El Foro Económico Mundial (FEM) ha abierto una pionera línea de investigación titulada la ‘iniciativa del futuro del crecimiento’, «proponiendo una nueva forma de evaluar el crecimiento económico que equilibra la eficiencia con la sostenibilidad, la resiliencia y la equidad a largo plazo, así como la innovación para el futuro». La situación de partida es que la mayoría de las naciones están experimentando un crecimiento que no es sostenible desde el punto de vista social y medioambiental. Además, su capacidad para fomentar la innovación, reducir su impacto en las crisis globales y adaptarse a ellas es bastante limitada.
La puntuación promedio global obtenida en el pilar de inclusión, que mide hasta qué punto todas las partes interesadas -stakeholders- se benefician de las oportunidades que crea la economía, es de 55.9 sobre 100. Por otro lado, la dimensión de resiliencia, que evalúa la capacidad de una economía para resistir y recuperarse de las crisis, obtiene una puntuación de 52.8 sobre 100. Estas calificaciones están apenas por encima del nivel aceptable, según los estudios realizados por el FEM.
Sin embargo, la puntuación global promedio de la dimensión de sostenibilidad no alcanza el aprobado, manteniéndose en un insuficiente 46.8 sobre 100. Esta dimensión evalúa hasta qué punto una economía puede mantener su huella ecológica dentro de límites ambientales finitos. Por otro lado, la dimensión de innovación obtiene la puntuación global más baja, con un bajo promedio de 45.2 sobre 100. Esta dimensión mide la capacidad de una economía para reaccionar frente a nuevos desarrollos tecnológicos, sociales, institucionales y organizativos, con el objetivo de mejorar la calidad del crecimiento a largo plazo.
A título de ejemplo, las economías más desarrolladas, con un PIB per cápita promedio en 2023 de 52.475 dólares se caracterizan por puntuaciones promedio altas en inclusión (68.9), innovación (59.4) y resiliencia (61.9), pero tienen margen para mejorar en sostenibilidad (45.8). El estudio suizo sitúa aceptablemente a España con los siguientes baremos: innovación 56; inclusividad 70.6; sostenibilidad 52.5 y resiliencia 58.3.
Los economistas tenemos desde siempre una palabra para el decrecimiento: la palabra ‘recesión’ y representa algo que todos los gobiernos del planeta combaten porque empobrece a las personas y crea paro y malestar. Pero la transición verde debe incorporar sin paliativos la dimensión inclusiva y sostenible, porque el cambio climático representa un acusado riesgo global. Se trata de un inexcusable paradigma de los nuevos tiempos.
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