Cuando un arma tan potente se utiliza de manera perversa puede llegar a ser letal, como en el caso de las hermanas de Madrid
Artículo publicado en El Correo – edición impresa (27/01/2024)
Cómo dos pensionistas pueden enamorarse ciegamente y endeudarse en más de 400.000 euros por dos farsantes desconocidos militares supuestamente destinados en Afganistán? Se llama ‘amor’. Y es probablemente el sentimiento que más ha hecho evolucionar a la especie humana. El problema es que estamos ante un arma tan potente que cuando se utiliza de manera perversa -mediante el chantaje emocional- puede llegar a ser letal. Si le pregunto por su antónimo, es probable que usted me diga ‘soledad’. Pero permítame agregar otra palabra en la que quizás no haya pensado: ‘miedo’. Le reto a que me plantee una situación en la que amor y miedo estén presentes. No la hay. El miedo solo aparece cuando el amor está cuestionado.
El amor ha sido estudiado desde la antigüedad. Los grandes clásicos, de hecho, identificaban hasta siete tipos diferentes de amor: eros, filia, storge, ludus, ágape, pragma y philautia. Y aún hoy seguimos con discrepancias sobre este concepto. Sin embargo, donde no hay tanta confusión es en cómo evoluciona el amor de una pareja. Suele hablarse de tres etapas de desarrollo (algunos las subdividen en siete).
Las hermanas Amelia y Ángeles, desgraciadamente, no pasaron de la primera, la del ‘enamoramiento’. Tiene una duración de entre 6 y 18 meses, y en ella nuestros niveles de dopamina (llamada hormona de la recompensa) aumentan exponencialmente, lo que invita a la acción. También aumenta la noradrenalina, que nos eleva los niveles de ansiedad y las palpitaciones. Asimismo, nuestras neuronas espejo se estimulan y comienza la conexión con otra persona. La vida se percibe más positiva y sobrellevamos mejor las situaciones negativas. La razón brilla por su ausencia. ¿Quién de ustedes no hizo una locura en sus etapas tempranas de amor?
Pasada esta etapa, durante los dos o tres años siguientes, aparece la de ‘cercanía’ o ‘noviazgo’. Se eleva nuestra oxitocina (también llamada la hormona del amor) y nos sonrojamos fácilmente porque la adrenalina de nuestro organismo se dispara, mientras que baja la serotonina (menos apetito). En esta etapa, somos un cóctel de emociones. Nuestro relacionamiento se vuelve más intenso y cercano, y nos interesamos por conocer de verdad a la persona de la que nos hemos enamorado. Sus afinidades con nosotros, sus diferencias, sus gustos¿ Fruto de ello, la relación se romperá o afianzará. Y finalmente llegaremos a una tercera etapa, la de ‘estabilidad’ o ‘convivencia’ a largo plazo o ‘hasta que la muerte nos separe’. Llegará la calma, la satisfacción, la compasión y la compresión por el otro. Bajará la euforia, pero aumentará la sensación de seguridad y consolidación. ¿Le suena?
¿Qué pudo ocurrir en el caso de estas hermanas? El amor y la entrega al otro en principio tienen consecuencias positivas; de hecho, muchos psicólogos lo emplean como arma para cerrar heridas de nuestro pasado. El problema surge cuando, por un lado, la persona a la que nos estamos entregando es perversa y, por otro, cuando nuestro amor es incondicional (sin razonamiento). Que probablemente fue el caso.
¿Y por qué aparecen este tipo de situaciones? En muchos casos, porque falta la primera pieza de la ecuación del amor: empezar por quererse a uno mismo. Tener amor propio. Oscar Wilde decía que amarse a uno mismo es el comienzo de una aventura que dura toda la vida. Cuando esto no ocurre, la autoestima está por los suelos y somos carne de cañón para que alguien se aproveche de nosotros. Nos convertimos en seres vulnerables. Y algunas ratas de cloaca saben cómo usarlo a su favor. No solo en Afganistán.
En casa de su vecina quizás ahora mismo hay episodios de chantaje emocional. ¿Cómo diferenciarlo de la persuasión, considerando que los métodos son similares? En el chantaje emocional (manipulación) la otra persona está buscando su propio bien, mientras que en la persuasión lo que persigue es el bien colectivo o de la otra persona.
En los tiempos actuales, estamos mirando por un cristal equivocado, el de la pantalla de nuestro dispositivo. Hemos perdido el punto de referencia adecuado, que es compararse con quien yo era un tiempo atrás y ver cómo he evolucionado. En su lugar, tratamos de compararnos con una falsa realidad generada en las redes sociales y de manera globalizada. Siempre habrá alguien más listo que usted, más guapo, más simpático o más exitoso. Y aunque le cueste creerlo, también están llenos de fragilidad. Aprendamos a darnos a nosotros mismos el amor que les exigimos a otros.
Nadie puede hacerle sentirse inferior sin su consentimiento. Solo queriéndonos a nosotros mismos con nuestros defectos y virtudes podremos emprender el camino de la adecuada autoestima, base para no caer en la constante inseguridad y por extensión en el chantaje emocional. Y solo así nos sentiremos dignos de ser queridos. Todos necesitamos sentirlo. Y quien lo niega, miente.
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