El médico especialista en cuidados paliativos impartió una clase magistral el pasado 31 de enero en el campus de Bilbao de la Universidad de Deusto sobre cómo ha evolucionado la manera de morir y qué hemos perdido por el camino.
Entrevista publicada en El Correo – edición impresa (03/02/2024) | Fermín Apezteguia.
«Si tengo que morir,/ querré que estés ahí./ Sé que tanto amor/ me ayudará a descender al más allá». ‘Morir al lado de mi amor’ (‘Because’) fue en 1977 un número uno internacional para el desaparecido Demis Roussos. También es desde hace años la canción con la que el introductor de los cuidados paliativos en España, el médico Marcos Gómez-Sancho, sumerge a sus audiencias en los mundos de la última despedida. El experto (Segovia, 1948) acaba de visitar Bilbao para dar una clase magistral en la Universidad de Deusto, ante un foro de más de 2.000 personas. Hablamos, claro, de la vida plena y la muerte digna.
– ‘Morir al lado de mi amor’, ¿demasiado romántico, no?
– Es una canción de una profundidad extraordinaria. Explica cómo una persona se despide de
su amor antes de morir. Mucha gente que la escucha en las charlas ignoraba su sentido.
– ¿Por qué es tan importante?
– Porque en Paliativos potenciamos mucho la presencia de los familiares a lo largo de todo el proceso, especialmente al final.
– ¿Solemos morir en condiciones bastante peores?
– Algunas veces hay muchas dificultades, porque las familias cada vez están más disgregadas, son más reducidas; y ya no hablo de la presencia de los niños al lado del moribundo. Antes era frecuente y hoy es algo exótico.
– ¿Exótico, dice?
– Sí. Hoy, de 50 años para abajo, nadie ha visto morir a una persona. A los niños se les quita de en medio, se les lleva a la casa de unos amigos o de los abuelos para esconderles de un proceso natural. De ahí, la sensación de sorpresa y mayor dolor que nos llevamos cuando nos toca.
– ¿Importa que los niños estén?
– ¡Por supuesto! Es bueno que aprendan lo que es vivir. La vida no es sólo las vacaciones, la playa y la comida de los domingos. También tiene un lado oscuro que algún día les tocará afrontar.
– ¿A usted, cómo le gustaría irse?
– Sufriendo lo menos posible, teniendo los mínimos síntomas físicos. Mejor si ocurre en mi casa,
confortablemente, en mi cama de siempre, con mis cosas y rodeado de la gente que quiero.
– A mí con un ‘te quiero’…
– Cuantos más, mejor. Es muy importante irse con la conciencia tranquila. Que tengas el tiempo suficiente para perdonar y ser perdonado. Al fin y al cabo ese es nuestro juicio final.
No interesa a los partidos
– ¿La ley de eutanasia ha contribuido a dignificar la muerte?
– ¡Pues no! Ha dado respuesta a una serie de personas que se veían incapaces de tolerar el tránsito a otro nivel existencial de un modo más progresivo. Esa no es la definición de dignidad. La demanda de eutanasia cae cuando te ocupas del paciente, le quitas el dolor, cuidas a su familia… Una sociedad no se dignifica por una ley que permite a los médicos acabar con la vida de sus enfermos.
– Ahora que la hay, ¿se regularán los cuidados paliativos?
– El momento de regular los cuidados paliativos hace mucho que tiene vigencia, prácticamente desde que comenzamos con todo esto hace treinta años. Hoy sabemos que sólo los reciben la mitad de los enfermos complejos. Es decir, unos 75.000 españoles mueren cada año con un sufrimiento intenso perfectamente reversible. Toneladas de sufrimiento evitable. Escandaliza.
– ¿Está diciendo que Sanidad, si uno lo desea, te mata, pero no te ayuda a morir?
– Los cuidados paliativos son muy deficientes en nuestro país. Ocupamos el puesto número 31 de los 34 países europeos estudiados, solo por detrás de los balcánicos de la extinta Unión Soviética. Es un dudoso honor. Hemos discutido y tenido reuniones de trabajo con ministros de Sanidad y consejeros de toda procedencia política. Siempre hemos tenido idéntica respuesta: cero.
– Cuando la generación del ‘baby boom’ llegue a la muerte, ¿llegará una epidemia de mal morir?
– Esa epidemia existe desde hace muchísimo tiempo. El problema es que la muerte no se estudia en la universidad. Las directrices de Bolonia obligan desde hace 15 años a que las facultades de Medicina tengan una asignatura de cuidados paliativos, pero en España sólo siete de las 44 que hay (una de ellas la UPV/EHU) cumplen ese requisito. A los médicos no les enseñan que absolutamente todos sus pacientes morirán. Cada cura es algo provisional.
– ¿Dónde se muere uno mejor en España?
– En su casa. Un hospital no parece el sitio ideal, a menos que cuente con medicina paliativa.
Para que no duela
– ¿Qué es asumir la muerte?
– La muerte forma parte de la vida y no podemos esperar que un día un rayo nos ilumine y asumamos la muerte. Es un proceso que deberíamos hacer a lo largo de nuestra existencia. La vida es un bien escaso que se nos ha dado para disfrutar, pero también para que dejemos nuestro metro cuadrado mejor de cómo lo encontramos.
– Despedirse a la vez de los padres, los hijos, amigos, tú música, el amor de tu vida… ¿Cómo se hace para que no duela?
– Es inevitable que duela y es lógico y bueno que así sea, porque eso es señal de que hay unos intensos lazos de amor. El duelo no es una enfermedad, pero si las circunstancias no se dan como deben puede convertirse en algo patológico. Ocurrió con la pandemia de covid. Muchísimas personas no pudieron despedirse de su familiares y ahora lo están pasando mal. Es otra epidemia psicológica silenciosa.
– ¿La parte más dolorosa de la pandemia?
– ¡Por supuesto! Si han muerto 100.000 personas, tenemos que pensar que por cada una de ellas otras ocho o diez sufren un duelo difícil. Les tocó afrontar la muerte en condiciones traumáticas y sin apoyo emocional. Sin honras fúnebres, en actos clandestinos, a oscuras, en silencio y lejos de todo el mundo.
– Trajo los cuidados paliativos en España. ¿Misión cumplida?
– Ni mucho menos. No puede ser que morir en España dependa de la comunidad donde residas, incluso del distrito. Falta un programa nacional que obligue a las comunidades autónomas.
– Y usted, ¿está preparado para abrazar la parca?
– No sé qué pasará, pero vivo tranquilo. Me da ya menos miedo. He oído mucha música sobre la muerte, he leído, he atendido a miles de personas al final de su vida. Me siento más libre que nunca ante la muerte.
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