Artículo publicado en El Correo – edición impresa (12/02/2024)
En Euskadi han existido tradicionalmente dos dimensiones principales de competición política. Por un lado, la que agrupa los posicionamientos en materia económica y social sobre el papel que nos gustaría que tuviera el Estado en nuestras vidas. Sería de forma resumida y entendible la que coloquialmente llamamos izquierda y derecha. La otra dimensión tradicional es la que tiene en cuenta la intensidad con la que se viven los ingredientes que construyen el nacionalismo vasco y la visión ideal sobre cómo debería ser la relación con el resto del Estado español.
Durante muchos años, la violencia y el conflicto político condicionaron los posicionamientos en estos dos ejes principales y desde la gran crisis financiera que empezó en 2008, las políticas austericidas y poco solidarias dictadas por Bruselas y las instituciones internacionales dejaron huérfanos a muchos votantes que no entendieron las políticas que se vieron obligados a hacer los partidos socialdemócratas en Europa. El surgimiento, arraigo y penetración de Podemos en Euskadi no se puede explicar sin el agujero que había dejado en la izquierda el Partido Socialista y sin la historia reciente del terrorismo que deslegitimaba políticamente a la izquierda abertzale.
Más allá de que no hayan conseguido amarse locamente, los representantes que han convivido en diferentes o idénticas siglas estos años en el gran espacio que ocupó Podemos en Euskadi, la realidad es que se han hecho innecesarios y que su espacio ha sido devorado por los cambios de posición y énfa
sis de sus dos principales competidores en las dos dimensiones tradicionales de competición en los últimos años. El Partido Socialista, desde que llegó a la presidencia Pedro Sánchez, ha podido desplegar todo el arsenal político, económico y social para cubrir con el Estado a los más vulnerables gracias a que la respuesta de Europa a la crisis del Covid y la puesta en marcha de los fondos de reconstrucción, potencian, estimulan y empujan hacia la extensión del Estado de bienestar. Por otra parte, EH Bildu se ha institucionalizado, se ha convertido en un partido útil y sin mochilas y ha suspendido el énfasis maximalista en el debate territorial priorizando las preocupaciones sociales de la ciudadanía.
Estas dos dimensiones de competición tradicionales no necesitan más partidos para representar a una ciudadanía vasca que se pueda sentir huérfana. Solo tendría sentido la existencia de un nuevo partido si consiguiera establecer nuevas dimensiones de competición política que pudieran acercar a las urnas a los que nunca votan, que todavía son muchos. Para repartirse los pedazos de un espacio que ya tiene quien le represente, hubiera sido mejor dejar correr las inminentes elecciones vascas para construir un proyecto nuevo de verdad que fuera capaz de contar de forma creíble la necesidad de este nuevo partido. La película no va solo de aritmética parlamentaria y del bajo rendimiento electoral del espacio fraccionado, que también.
Leave a Reply