Entre sus palabras en el Congreso y la realidad de lo padecido en este país hay un vacío en el que debieron estar y no estuvieron
Artículo publicado en El Correo – edición impresa (13/02/2024)
Escuché atentamente su intervención del día 6 acerca de la memoria y el daño causado por la violencia que el largo y doloroso conflicto vasco ha dejado en mi país (sic). Mencionó reiteradamente a todas las víctimas, sin excepción; reconoció su dolor y destacó el trabajo que en Euskadi se realiza en favor de la memoria sin exclusiones, así como la empatía que ustedes profesan a todas ellas. Eso dijo, señora Aizpurua, y muchos, muchas ciudadanas de este pequeño país, su país, estamos bastante de acuerdo con sus palabras. El problema es que entre sus palabras y la realidad que hemos vivido aquí hay todo un vacío, un lugar en el que ustedes debían haber estado y no estuvieron, un abismo que ustedes abrieron día a día y por el que se despeñaron cientos de personas, casi siempre empujadas por sus férreos guerreros.
Usted dirigió una revista que alimentaba la épica de la «lucha armada»; suya es la frase de llamada a «los gudaris de hoy a acudir al frente porque hay una guerra y hay más motivos hoy (año 1983) que en la guerra del 36». En aquel año, su banda de gudaris asesinó a 44 personas, entre ellas a tres peatones que tuvieron la desgracia de pasar enfrente de una entidad bancaria donde explotó la bomba; una embarazada de ocho meses, dos empresarios, una docena de guardias civiles, un panadero, dos taxistas y un horrendo etcétera.
Ese mismo año, los GAL secuestraron y asesinaron a Lasa y Zabala. Una gran parte de la sociedad vasca condenamos y rechazamos nítidamente todos esos asesinatos. Pero la izquierda abertzale que usted encarna nunca estuvo en contra de los asesinatos de ETA. Nunca. Si usted por aquel entonces hubiera dicho eso que dijo el día 6 en el Congreso, lo de empatizar con todas y cada una de las víctimas, denunciar la falta de sensibilidad hacia el dolor ajeno y buscar la reparación de todas ellas, seguramente ahora tendría el mercurio de la credibilidad bastante más elevado.
Si no hubiera permitido publicar en su periódico aquella infame portada con un Ortega Lara abatido, aturdido, que decía que ‘regresaba a la cárcel’, posiblemente podríamos creer un poco más sus palabras de hoy. Usted es muy consciente de la repercusión que tenía entonces un medio como el suyo para mantener la disciplina y las filas bien prietas.
Muchos estamos seguros de que si su discurso actual, en el que pide reparación y justicia a todas esas personas asesinadas, lo hubiera transmitido con la misma contundencia desde su ambito periodístico, probablemente el día 6 la habríamos creído y habríamos aplaudido sus palabras de concordia y encuentro.
Si, siendo alcaldesa de Usurbil, hubiera promovido una moción de apoyo y solidaridad hacia las personas asesinadas en su municipio con una nítida condena de esos crímenes, la convivencia habría ganado enteros y aquellas víctimas habrían percibido un apoyo que nunca tuvieron. Tanto Francisco como Amancio o José Mari no debieron morir a manos de una organización que usted apoyó. Ocho huérfanos y tres viudas que jamás tuvieron unas palabras de cercanía, solidaridad y empatía por parte de sus instituciones más cercanas. Lo podría haber hecho durante su legislatura, que fue hace unos pocos años. Esa empatía no les llegó.
Sin embargo, sí le llegó a la familia de José M. Aranzazistroki, un vecino que murió abrasado en Oiartzun al explotar la bomba que iba a colocar en un supermercado. Lo declararon hijo predilecto de Usurbil en 1990. Usted, con mando en plaza en 2015, podía haber reprobado y anulado esa distinción, pero no lo hizo. Y pide empatía hacia las víctimas. También podía haber sido empática y cambiar el nombre de la plaza Joxe Martin Sagardia, presunto etarra asesinado por el BVE. Las personas asesinadas por ETA se merecían un trato cuando menos parecido. Eso es lo que usted proclamó en el Congreso.
Hay un abismo entre sus palabras y la realidad de lo padecido aquí. Le pido que descienda a los campos del dolor y que pregunte a todas esas mujeres que tuvieron que arrancarse la tristeza para poder sacar adelante a sus hijos; que mire de frente a los y las perseguidas y amenazadas durante años; que departa con las personas extorsionadas que tuvieron que salir pitando del país para salvar la piel; piense en esas más de 300 personas asesinadas que desconocen la verdad de lo que pasó con sus seres queridos: ni juicio ni sentencia, y saben que los etarras nunca dirán nada por el conocimiento de la verdad; pregúnteles de qué parte de la sociedad les llegaba a ellas el odio.
La mejor iniciativa para ganar la convivencia, la empatía hacia quienes más han sufrido, la reparación de tanto daño y la construcción de la verdad es que seamos honestos con nuestras palabras. Sus palabras son un gran avance, pero les falta la carga de autenticidad, la honestidad de que del dicho al hecho no falte un inmenso trecho.
Leave a Reply