Pronto puede darse la paradoja de que, por su elevado precio, no lleguen a las personas que verdaderamente los necesitan
Artículo publicado en El Correo (11/03/2024)
Ozempic y Wegovy son dos medicamentos producidos por la farmacéutica danesa Novo Nordisk que se están recetando para combatir los problemas de sobrepeso y obesidad, y cuyas ventas se han disparado estos dos últimos años. El primero, en principio concebido para pacientes con diabetes mellitus tipo 2, ha pasado a ser utilizado por personas con dificultades para perder peso al comprobarse que reduce los niveles de azúcar en sangre y mitiga sustancialmente el apetito. En un artículo publicado en la web de la ‘American Medical Association’ (AMA) en agosto, los doctores Ethan Lazarus y Carolynn Francavilla Brown, médicos de familia especializados en problemas de obesidad, alababan los resultados obtenidos por los dos medicamentos en ensayos clínicos.
Sin embargo, sería incorrecto suponer que toda la profesión médica y los nutricionistas están de acuerdo en las bondades de estos fármacos inyectables para tratar trastornos relacionados con la obesidad y el sobrepeso. De hecho, su aprobación por parte de administraciones y agencias de control (FDA y EMA) ha suscitado intensos debates en distintos ámbitos.
Por un lado, como la mayoría de los medicamentos, estos tratamientos pueden producir efectos secundarios que varían según los pacientes. Aunque en la mayoría no pasan de leves trastornos gastrointestinales (vómitos, náuseas, reflujo o diarrea), en otros pueden alterar la presión sanguínea y producir insomnio. Además, como indican Lazarus y Brown en el artículo mencionado, la efectividad de estos fármacos (pérdida de hasta un 15%-20% de la masa corporal después de un año) mejora significativamente si se acompañan de un incremento en la actividad física, cambios en la dieta y un estilo de vida menos estresante. Al considerarse los trastornos alimenticios y la obesidad como enfermedades crónicas, el uso de estos medicamentos es a largo plazo y la interrupción del tratamiento puede tener efectos no deseados.
Por otro lado, como la mayoría de los fármacos de nueva generación, Ozempic y Wegovy resultan muy caros, en especial si no están cubiertos por el seguro médico.
Como el doctor Yoni Freedhoff señalaba en un artículo en la revista ‘Time’ el verano pasado, el coste medio anual de cualquiera de estos medicamentos puede rondar los 13.500 euros, un desembolso que no está al alcance de todos los bolsillos. Pero, además, está el problema añadido del reciente desabastecimiento de fármacos que contienen semaglutida, principio activo de estos medicamentos.
Como ya ocurre con otro tipo de tratamientos, pronto se puede dar la paradoja de que debido a su elevado precio estos productos no lleguen a las personas que de verdad los necesitan y sí a otras que los usan para fines no siempre vinculados a la salud. El canal público de televisión estadounidense PBS anunciaba en un reportaje hace un par de meses que solo los ricos y los famosos tienen acceso real a estos medicamentos en ese país.
Y, mientras tanto, Novo Nordisk se ha convertido en la empresa más valiosa del viejo continente. Su cuenta de beneficios supera ya el PIB de muchos países y continúa abriendo subsedes para fabricar sus productos por todo el mundo. Si bien ha contado durante algún tiempo con la ventaja del monopolio de este tipo de fármacos, otras compañías como la norteamericana Eli Lilly han puesto en el mercado productos similares (Mounjaro). El diario británico ‘The Guardian’ informaba en enero de que algunos países, como Brasil, pueden empezar a producir sus propios complejos de semaglutida en un par de años al decidir los tribunales de ese país adelantar en cinco años la fecha de caducidad del monopolio de la empresa danesa, dado que esa patente elevaba mucho el precio y hacía inaccesible un producto realmente eficaz para mejorar la salud de sus ciudadanos.
Las críticas más furibundas a estos medicamentos han procedido de activistas, médicos e investigadores que llevan años luchando por combatir el estigma del exceso de peso. Para ellos, habría que empezar por desclasificar este trastorno como una enfermedad crónica, ya que hay muchos pacientes cuya masa corporal supera los límites establecidos por la comunidad científica, pero que están sanos y llevan una vida saludable. En un editorial publicado en ‘Time’ en noviembre pasado bajo el título ‘¿Deberíamos poner fin a la obesidad?’, Jamie Ducharme recogía los argumentos esgrimidos por médicos, pacientes y activistas para poner en duda la actual sublimación de estos tratamientos y cuestionar algunos de sus objetivos.
Con todo esto, parece indudable que la producción, distribución y el uso de estos medicamentos pudieran ser entendidos como un claro reflejo de otras dinámicas socio-económicas que se están produciendo en nuestra sociedad.
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