Artículo publicado en Deia (02/06/2024)
Las candidaturas a la derecha de la derecha, incluidas las antieuropeístas, podrían hacerse con parte importante de la cámara europea en las elecciones de la semana que viene.
Deberíamos, ante semejante desafío, reaccionar y respaldar los valores de la construcción europea.
Fíjense que formulo el objetivo en positivo. No conviene definirse por oposición a lo que se rechaza, ni identificar nuestra tarea a la contra. El enemigo de mi enemigo podría convertirse en mi amigo y así terminaría abrazando los discursos más contradictorios.
A algunos en Madrid, por ejemplo, les basta con saber que están contra Sánchez. Para lo cual lo mismo les sirven las astracanadas de Milei que te atacan con citas de Netanyahu ahora y con otras de Hamás acto seguido. Esa dieta de pensamiento por oposición genera descomposición intelectual por ingesta de productos políticos en mal estado.
En mi barrio alguien ha hecho una pintada de apoyo a la campaña rusa de desnazificación de Ucrania ilustrándola con imaginería soviética. Mete en el mismo saco la agresión militar de Putin, basada en valores de integrismo religioso, imperialismo y cleptocracia paleocapitalista, con la estética soviética que imagino el autor identifica como de izquierda. Es lo que tiene el pensamiento dicotómico: uno termina defendiendo las cosas más inconsistentes y, como es el caso, aplaudiendo crímenes internacionales. Por esa vía el apuñalamiento de Mannheim de este viernes puede ser también considerada como una acción antinazi y antifascista.
Al definirte a la contra le das mayor poder a eso que dices rechazar, regalándole tu autoidentificación y tu agenda. Quedas absorbido por el remolino de su influjo. Dedicas más tiempo a juzgar al otro que a conocerte.
Hay quienes se definen como antifascistas, pero son insensibles a las vulneraciones de derechos humanos cuando la víctima no es de su cuadrilla ideológica. Esta semana ha sido arrancada de las calles de Vitoria una placa en recuerdo a Miguel Ángel Blanco, lo que constituye una muestra de odio, de intolerancia y de negación del derecho a la memoria. No cabe descartar que quienes han cometido la fechoría se consideren antifascistas. El autodefinido antifascismo resultaría así, si la suposición fuera cierta, extrañamente compatible con la esencia del fascismo: la negación de la dignidad y los derechos del otro.
Trump al enterarse de su condena ha afirmado este viernes: “vivimos en un Estado fascista”. Tenemos en Trump a otro que en su imaginación ha decidido erigirse en luchador antifascista, en su caso contra “las presiones fascistas de la Casa Blanca”. Putin y Viktor Orbán son los mandatarios internacionales que, tras la sentencia, se han solidarizado con Trump y su misión antifascista. Es la lógica del pensamiento dicotómico.
La Unión Europea, sin embargo, se define en términos aspiracionales propositivos y no reactivos. Se fundamenta, según sus textos fundacionales, en los valores de respeto de la dignidad humana, libertad, democracia e igualdad. Se basa en el estado de derecho y respeto de los derechos humanos, el pluralismo, la tolerancia, la justicia, la solidaridad y la igualdad. Debe fomentar la cohesión económica, social y territorial, y la diversidad cultural y lingüística. Debe defender la paz, la seguridad, el desarrollo sostenible, la solidaridad y el respeto entre los pueblos, el comercio libre y justo, la erradicación de la pobreza y el respeto del derecho internacional y de la Carta de las Naciones Unidas.
Esta es la mejor agenda si lo que buscamos de verdad es alejarnos de los totalitarismos. No busquemos la luz hurgando en las sombras. No busquemos futuro en las dicotomías simplificadoras que caben en un slogan anti algo. Podrían resultar, aunque se disfracen de lo contrario, el mejor recurso del totalitarismo para condenarnos a habitar obsesivamente, como en autoimpuesta cárcel mental sin escapatoria, ese poderoso y limitante espacio gravitacional del que decimos querer escapar.
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