Algunos centros no están preparados para que la confianza de los menores en los adultos no entrañe riesgos.
Artículo publicado en El Correo (29/06/2024)
Asumir el liderazgo de una organización educativa es asumir, en primer lugar, el liderazgo moral de la misma, que definiré brevemente como la tarea de hacer crecer consciencias. No todos los líderes de organizaciones cuentan con formación ética, a pesar de ser tan o más importante que otros conocimientos (grados, idiomas…). Pero aun sin formación específica es posible ejercer un liderazgo moral, cualidad clave cuando la organización incluye a menores, quizá con alguna discapacidad o condición vulnerable.
Lamentablemente, los líderes son a veces culpables de la inadecuada respuesta a los problemas de abusos que suceden en las organizaciones educativas. Muchas veces por desconocimiento. El abuso sexual ocupa un extremo de enorme gravedad, pero hay otras situaciones dañinas para el desarrollo de una personalidad segura y feliz como son el maltrato entre compañeros o la maledicencia contra niños o niñas percibidos como problemáticos por la comunidad educativa, incluidos los padres. Incluso problemas lejanos a la convivencia como la caída de los estándares académicos debida a la dejadez docente y discente o al objetivo de satisfacer sin educar son problemas que reclaman, para su solución, un visible liderazgo moral que les dé prioridad.
El abuso sexual a menores es un problema mundial con consecuencias para la salud física, psicológica y sexual de las víctimas. Aunque la llamada ‘cifra negra’ de casos no denunciados hace difícil una estimación precisa, la prevalencia estimada hace algo más de una década en uno de los estudios de Noemí Pereda, experta investigadora en este tema, es de 19,2% en niñas y 7,4% en niños. Cifras estadounidenses indican que uno de cada diez niños sufrirá abuso sexual antes de los 18 años. De otro lado, los datos sobre los agresores muestran que el 30% no se satisface con una sola víctima y el 65% de los abusos no ocurren una sola vez, se repiten y prolongan en el tiempo, según informes del Ministerio de Igualdad.
Ante un problema de semejante magnitud, los líderes educativos deben planear cómo prevenir y responder al abuso en escuelas, institutos y ámbitos informales. Niñas y niños llegan cada curso a organizaciones educativas llenas de adultos (profesores, personal de servicio, monitores de extraescolares, estudiantes en prácticas, voluntarios) y se espera que confíen plenamente en todos ellos. Sin embargo, algunas organizaciones no están preparadas para que esta confianza, necesaria en la educación de un menor, no entrañe riesgo.
Expertos como Darkness to Light, fundación norteamericana para acabar con el abuso sexual, o Mark Mitchell, del programa de líderes en Winthrop University, proponen que los líderes de organizaciones educativas estén informados sobre las cifras del abuso sexual infantil y compartan esta información, cada año, con la comunidad educativa para romper el tabú social sobre el abuso. Otras medidas van desde reducir las oportunidades de cometer abuso, principalmente disminuyendo las situaciones de un adulto y un niño a solas (80% de los casos ocurren así) con normas que prohíban estos encuentros y cualquier relación sexual con menores, hasta informar sobre cómo identificar el abuso vigilando los signos físicos y conductuales en los niños y las conductas inapropiadas de los adultos, así como tener un plan de acción sobre cómo actuar y a quién contactar ante las sospechas. Es posible equivocarse, pero es preferible a permitir que continúe el abuso a un menor.
Finalmente, es crucial la respuesta que se da a un niño o niña que revela una experiencia de abuso. Esta respuesta exige creer al niño o niña con sinceridad, agradecer su valentía y asegurarle enseguida que no tiene la culpa de lo ocurrido y que se hará todo lo necesario para protegerlo. Es ofrecer una escucha atenta, sin juicios ni conclusiones, a un menor que pone su confianza en un adulto. También es necesario tener prevista la búsqueda de ayuda profesional que conozca cómo obtener detalles sin causar más daño y colaborar con cualquier proceso judicial. No caben respuestas defensivas, centradas en la reputación de la organización, ninguna que no sea sentirse responsable por el menor. Esto vale para las familias que revelan el hecho por tener menores pequeños o con discapacidad. Los líderes educativos pueden tener impacto en la prevención y abordaje del abuso sexual a menores y otras formas de maltrato.
Existen programaciones didácticas, de gestión, de extraescolares, de comedor; ésta, la programación sobre cómo actuar ante el abuso sexual y otras formas de maltrato, es una prioridad para la que no cabe escatimar esfuerzos. Un liderazgo educativo que aumente la consciencia sobre este problema es lo mínimo que debemos a nuestras niñas y niños.
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