Artículo publicado en El Correo (09/07/2024).
Uno de los motivos de celebración en Europa por la derrota de la ultraderecha en Francia está relacionado con la movilización de los jóvenes de 18 a 25 años. Durante el último año se habían amplificado los datos que relacionaban en Europa y en el resto de las democracias occidentales a este sector de la población, sobre todo los varones, con su apoyo a las opciones de ultraderecha por encima del resto de las generaciones. Titulares, editoriales y redes sociales conectaban a los más jóvenes con el conservadurismo y ayudaban a expandir un mal endémico de nuestras sociedades que es la crítica y la superioridad moral hacia todo lo que nos es ajeno y no comprendemos. Y en ese saco se llevaban todas las papeletas más negativas nuestros jóvenes. Pero hoy tenemos que darles las gracias porque cuando todo estaba en juego en el partido más decisivo, se han posicionado en el lado correcto de la historia y nos han ayudado a las demás generaciones a frenar el impulso devastador de los derechos que habría representado la victoria de Le Pen en Francia.
Los jóvenes de entre 18 y 25 años son los que tradicionalmente menos votan, los que más desprecio sienten hacia los partidos y los que aparentan sentir menos respeto por la liturgia democrática tal como la heredaron de sus mayores. Es algo que pasa en Euskadi y en todo el mundo. Los estudios nos alertaban sobre la ola de conservadurismo y reacción que caracterizaría a los ‘millenials’ y la penetración de la extrema derecha en sus preferencias políticas, sobre todo entre los hombres. Pero sus valores no tienen nada que ver con las ideas racistas que sostienen la narrativa ultraderechista.
Según el último Deustobarómetro, dos de cada tres jóvenes vascos que nacieron después del
año 2000 creen que los inmigrantes que viven en el País Vasco deberían tener los mismos derechos que el resto de las personas para acceder a una atención sanitaria o a una educación de calidad. Es el porcentaje más alto dentro de la sociedad vasca y su actitud hacia la inmigración destaca por sus altos valores de inclusividad en otras dimensiones vitales como la igualdad en el acceso a la vivienda y otras ayudas sociales, el derecho al voto o la libertad de culto. La franja de edad donde más ha crecido la pobreza y el riesgo de exclusión en los últimos años, las primeras víctimas de la brecha intergeneracional respecto a la pérdida de poder adquisitivo y condiciones laborales son los más solidarios y los que tienen una visión más inclusiva de la sociedad.
Cuando se les pregunta con qué valores relacionan su ideal de democracia nos encontramos con diferencias relevantes respecto al resto de las generaciones. La principal característica de su democracia ideal está relacionada con la justicia social y la redistribución de la riqueza. Y se sienten interpelados por la democracia como un refugio que no solo tiene que asegurar y garantizar el respeto a los derechos humanos, sino que tiene que incorporar como ingrediente consustancial el respeto a los derechos sociales. Por eso no es sorprendente que en Francia se hayan sentido más interpelados por la opción que representaba la unión de las izquierdas que por la extrema derecha, hinchada artificialmente por la tradicional alta abstención.
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