Artículo publicado en Deia (31/07/2024)
HAN pasado ya 50 años desde que cambiamos de régimen. Si bien entonces existían algunas escuelas y universidades prestigiosas en nuestro entorno, era habitual que los estudiantes vascos se trasladaran a otras regiones para completar su formación universitaria. Muchos de los nacidos en las décadas de los 40 y 50 estudiaron en ciudades como Valladolid, Madrid y Barcelona.
Con la llegada de la democracia y la creciente demanda educativa de la generación del baby boom, las universidades existentes comenzaron a reformar sus planes de estudio, ampliando su oferta y mejorando su organización. Surgieron nuevas universidades, y las públicas se multiplicaron, hasta que cada capital contó con al menos un campus. Posteriormente, se sumaron a este panorama una dinámica red de instituciones privadas, en constante crecimiento.
Nuestra Comunidad Autónoma no fue una excepción, viendo nacer la necesaria Universidad del País Vasco – Euskal Herriko Unibertsitatea (UPV/EHU), de carácter público, que integró escuelas y facultades históricas como las de Sarriko y la de Ingeniería de San Mamés, entre otras. Más tarde, surgió la Universidad de Mondragon, privada, pero con fuerte arraigo y vocación social, complementando a la tradicional Universidad de Deusto, fundada en 1886.
El principal objetivo de las universidades era, y sigue siendo, formar a las nuevas generaciones, lo que exigía y siempre precisa de mejores instituciones académicas de enseñanza superior.
En esos años, la investigación científica era una gran desconocida en España y también aquí. Se realizaba, pero estaba poco extendida, y era poco comprendida y valorada. Mientras Estados Unidos y la Unión Soviética competían en la carrera espacial, aquí la investigación era marginal. Si los americanos ya habían conseguido alunizar, ¿qué podíamos hacer nosotros más que contemplar las imágenes de los astronautas en blanco y negro en la recién estrenada televisión del salón de casa o en el bar?
La industria nacional operaba de manera tradicional, con procedimientos no siempre eficientes y a veces obsoletos, en un mercado cautivo y sostenida por una vasta red de trabajadores dedicados a mejorar la situación económica de sus familias, ansiando alcanzar el selecto club de la clase media, lo cual era posible porque las mujeres, generación tras generación, no habían tenido otra opción que la de ser abnegadas amas de casa, ocupándose de todo menos de ir a la oficina o al taller, durante 16 horas al día, siete días a la semana.
Con la apertura de fronteras, la necesidad de modernización de nuestra industria atrajo el interés y el capital extranjero, creando oportunidades de negocio en un mercado en desarrollo.
En verano nuestras amas nos ponían crema Nivea para protegernos del sol, sin saber que era una marca alemana, y usábamos tinta Pelikan en la escuela, desconociendo que tenía el mismo origen.
Hoy en día viajar en bicicleta por Alemania es toda una experiencia que permite contemplar cómo se alternan la naturaleza, cuidada con mimo, y la industria, donde redescubrimos todas esas marcas de la infancia y muchas más. La red de bidegorris de Alemania se distingue de la nuestra en dos cosas. Una, que los caminos no están pintados de rojo, sino que son mayormente de tierra, y, dos, que están por todas partes.
Por entonces, las universidades alemanas y de los otros países líderes ya habían entendido la importancia de formar a jóvenes capacitados para innovar y desarrollar nuevos productos y procesos industriales, cruciales para competir a nivel mundial y atraer riqueza. La innovación demandaba e impulsaba la investigación científica, que se desarrollaba en las universidades por responsabilidad social, por patriotismo, por ser una actividad apasionante, y por los recursos adicionales que generaba para estas instituciones.
Los países líderes completaron su arco iris científico con redes de centros de investigación de élite, como los institutos Max Planck y la Fundación Humboldt de Alemania. En Baviera, el centro tecnológico Fraunhofer de Erlangen desarrolló el formato MP3 para la compresión de audio, y Siemens, en la misma ciudad, se convirtió en una referencia en tecnología médica, creando y produciendo, por ejemplo, la maquinaria para la exploración médica mediante resonancia magnética que tarde o temprano casi todos emplearemos. Esta innovación atraía y atrae talento, diversidad y riqueza a la región y constituye su motor, como el caudal del río que mueve la noria sin cesar. El Consulado de España en Munich debe tener registro del creciente flujo de vascos que emigran allí, casi todos altamente cualificados.
En la España de los años 70 y 80, la investigación científica era una actividad marginal, desarrollada por unos pocos profesores que habían realizado tesis doctorales, a veces en el extranjero. Con la democracia llegaron las reformas universitarias y nuestras leyes empezaron a hablar del binomio “docencia-investigación”. Hubo pues que aprender qué era investigar. Se interpretó que se trataba de publicar artículos, a poder ser en inglés, y en revistas internacionales, sobresimplificando, confundiendo el dedo y la luna. Así arranca una historia que dura ya 40 años y que ha ido acompañada de una fuerte inversión y creación de numerosas estructuras, intentando, con muy buena voluntad, emular lo que se hacía fuera, pero más en las formas, en las manifestaciones más epidermicas, que en el fondo.
Las editoriales y agencias dedicadas a los rankings proliferaron y no dejaron pasar la oportunidad de negocio. Miles de nuevos científicos con la necesidad de publicar para conseguir puntos para la acreditación y promoción constituían una verdadera mina.
El resultado es conocido para los profesionales: una gran cantidad de espuma pero escasa profundidad y penetración en el tejido productivo. La prensa, de vez en cuando, se hace eco de los eventos más estrambóticos que ha generado la picaresca académica. Lo ocurrido era de esperar pues el terreno estaba abonado. Eso, por supuesto, es compatible con los éxitos de nuestra ciencia que, faltaría más, también se dan, pues el talento se reparte de manera aleatoria entre los humanos.
En definitiva la cadena de nuestra bicicleta ha girado y gira con dificultad pues está construida ensamblando tres segmentos o retazos, ciencia, universidades e innovación, sin suficiente orden ni transmisión eficaz.
El Gobierno vasco ha tomado nota creando una Consejería que fusiona esos tres ámbitos, ciencia, universidades, e innovación, siguiendo la estela del Ministerio y otras Comunidades Autónomas. Nos hemos dado cuenta de que pedalear más fuerte es inútil sin una cadena bien ensamblada y engrasada pues, de lo contrario, una mayor inversión puede resultar en un lujo que no nos podemos permitir, aunque nos creyéramos los ricos que no éramos ni somos. Tal vez por eso se hable ahora de recuperar el oasis vasco perdido, que era más bien un espejismo, una sensación de estar bien más que un bienestar sólido y sostenible.
Más vale tarde que nunca. Hemos aprendido mucho, más de los errores que de los éxitos del pasado. Debemos sentirnos orgullosos de estos últimos, pues también los tenemos. En 2024 podemos poner el contador a cero y empezar a rodar de nuevo. La nueva cadena debería ayudar a un avance más ligero de la bicicleta. Pero deberemos aprender a pedalear de manera más armoniosa y eficiente, empleando bien los cambios, piñones y platos, y, lo que es mucho más difícil, desterrar los vicios del pasado que no generan más que fricción y disminuyen nuestro (aero)dinamismo.
Dicen los más experimentados que somos un país demasiado pequeño y que por eso se impondrá el clásico síndrome de Herri txiki, infernu handi (Pueblo pequeño, gran infierno), que hace que, a pesar de los cambios en las estructuras de gestión, al final, de acuerdo a los principios de la ciencia, nada cambiará si la gestión se desempeña por los mismos, como hasta ahora, como se prevé.
A pesar de ello, los científicos no podemos caer en el desánimo. Elegimos esta profesión precisamente por nuestra pasión por lo imposible.
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