Artículo publicado en Deia (05/08/2024)
La semana pasada comentábamos que tras un importante descenso del hambre en el mundo entre 1990 y 2013 (desde el 20% al 8% de la población mundial), nos quedamos prácticamente estancados durante varios años sin conseguir bajar del 7% (2013-2019) para terminar con un empeoramiento en los años de la pandemia (en torno al 9%). En aquel artículo decíamos que el hecho de que la comunidad internacional no consiga retomar el camino del descenso del hambre ya no podemos achacarlo a la pandemia, sino a otros factores como la crisis climática o la inestabilidad global.
La ONU ha presentado estos días otro informe que ayuda a profundizar en la reflexión: el informe Perspectivas de Población Mundial 2024. La buena noticia es que hemos recuperado la senda del aumento de esperanza de vida al nacer tras el bache (2020-2021) producido por la pandemia. Tras décadas de mejora continua (a mediados de siglo XX era de menos de 50 años), la esperanza de vida en el mundo había llegado en 2019 a 72,6 años. Por efecto de la pandemia, bajó en los dos siguientes años hasta los 70,9. Nos podemos felicitar de que, a nivel global, hemos recuperado la buena senda con una cifra de 73,3 años en 2024. De seguir así, en la década de 2050, podríamos llegar a los 80 años de media.
Fijémonos en que la esperanza media de vida en el mundo bajó casi dos años por efecto de la pandemia. Este resultado no solo se produjo en los países más pobres y con menor acceso a los servicios de salud y a las medidas preventivas. En los Estados Unidos, gobernados entonces por Trump, este descenso fue de 1,9 años. En la Comunidad de Madrid el descenso fue de 2,66 años. En la Comunidad Autónoma Vasca, toca decirlo dado el precio político pagado por quienes estuvieron al frente de la gestión de la crisis, se consiguió que el descenso fuera menor a un año (0,80 años) e inferior a la media de la Unión Europea (donde descendió entre 0,9 y 1,2 años, según el medidor que empleemos). Vaya mi reconocimiento a la sociedad vasca (porque es un logro que solo se alcanza con el compromiso de muchos), al sistema sanitario y sus profesionales, y a los responsables políticos de entonces.
La población mundial ha llegado ya a los 8.200 millones de personas y la ONU prevé que siga creciendo y alcance un pico de alrededor de 10.300 millones en la década de 2080. Después se prevé que comience a disminuir muy poco a poco. Esta previsión del pico de la población mundial rebaja las anteriores que llegaban a los 11.000 millones. Una previsión a décadas vista de algo tan complejo y multifactorial tiene una fiabilidad muy relativa, lo admito, pero también es cierto que necesitamos contar con previsiones muy serias para situarnos y actuar. Aceptemos lo uno (fiabilidad relativa) y lo otro (necesidad de tener en cuenta las mejores previsiones).
El informe habla de los países que tienen tasas de fertilidad o fecundidad ultra-bajas y de las razones de muy diverso orden que hacen extremadamente difícil la recuperación de dichas tasas. Pone como ejemplo a varios países, entre ellos España. Dado que nuestra tasa vasca no resulta superior, bien cabe aplicarse el cuento.
Viene al caso añadir que el Eustat ha informado de que el 32,2% de los nacimientos que se producen en Euskadi lo son ya de madres de nacionalidad extranjera, añadiendo que “entre las madres de nacionalidad española el descenso fue del 4,5%, mientras que entre las madres extranjeras se produjo un incremento del 6,1%”.
Esta situación demográfica es una de las realidades de mayor impacto en nuestra sociedad. La decisión de tener hijos incluye razones de orden cultural, social, laboral y económico de una complejidad y profundidad muy difícil de reducir a dos o tres eslóganes. Por eso las políticas al respecto reclaman de una inteligencia, de una dimensión, de una constancia, de un consenso y de una participación muy superiores a las que un plan político ordinario de cualquier otra naturaleza pueda requerir. Y aún así, en mi opinión, toca hacerlo.
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