Artículo publicado en Deia (11/08/2024)
Un buen amigo me ha regalado el libro La escuela del alma. De la forma de educar a la manera de vivir, del filósofo catalán Josep Maria Esquirol. La palabra regalo se queda corta cuando lo que se entrega tiene tanta intención y tanto acierto. Es un regalo de regalo. No hay redundancia aquí, sino búsqueda de significado preciso.
Yo sabía que mi amigo lleva algunos años leyendo todo lo que Esquirol publica. Aun así yo no lo había leído hasta que estas vacaciones me he hecho con un tiempo para esa comunidad de tres que ya formamos el autor que es leído, el lector que lee y el amigo que dialoga primero en silencio a través de su regalo y después en las conversaciones futuras que serán alimentadas por esta lectura. En el libro descubro expresiones y significados que le tengo oídos a mi amigo, de modo que esa comunidad de tres ya existía antes de yo saberlo.
Quizá Esquirol sí que lo sabía, sin conocernos, y lo explica cuando cuenta que leer es hacer más mundo, que leer un texto es la posibilidad de crear más texto y que leer el mundo es la posibilidad de hacer más mundo y que cuanta más lectura más alguien, más mundo y más libertad. “La lectura no solo la hace alguien, sino que ayuda a hacer a ese alguien. Invitar a leer es invitar a alguien a que se haga a sí mismo”. De modo que cuando un amigo te invita a leer algo que le ha marcado te propone formas de hacer más comunidad, siendo más tú mismo al compartir mejores formas de fraternidad.
Me advirtió mi amigo que él no había podido subrayar este libro porque no encontraba la palabra que mereciera quedar fuera o el párrafo que resultara prescindible. No le hice caso y el lápiz me ha acompañado, pero casi a cada página me acordaba de su advertencia y le daba la razón con un discreto gesto de asentimiento. Ahora quisiera entresacar algunas citas para esta columna, pero ese subrayado tan extenso me sirve de poco, como de poco sirve el mapa a escala real. Pero quién querría un mal resumen del libro pudiendo leerlo. Quién querría quedarse con un torpe mapa pudiendo darse el paseo.
A la casa se vuelve. A la escuela uno va. “Hay casa porque hay intemperie. Y la intemperie pide amparo. Hay escuela porque hay mundo. Y el mundo pide atención”. Esquirol filosofa como quien escribe poesía, cuidando el significado, el ritmo y los ecos de la palabra. Su estilo es conceptual y sobrio, pero al tiempo apasionado, implicado, con voluntad de hacer mundo. “El maestro debe estar apasionado por el mundo y debe amar a los otros. Pasión por el mundo y amor a los otros: toda vocación docente está resumida en esta fórmula”.
Esquirol apuesta por la pasión del principiante para hacer frente al academicismo, al consumismo y a los fundamentalismos y totalitarismos. Con esa pasión del principiante he leído este libro que requiere atención para aprender a tener atención y valorar la importancia de la atención: “Cuanta más atención, más manifestación de las cosas del mundo y más maduración del alma”.
La atención se debe prestar a cada palabra, que el autor mira como por vez primera. Se redescubren así significados esenciales, a veces ocultos por evidentes, como en las películas cuando alguien decide que la mejor forma de esconder algo valioso es dejarlo a la vista. Madurar, por ejemplo, es la capacidad y la disposición de dar fruto. Para eso maduramos, para hacer más mundo en el mundo.
La atención lleva al descubrimiento, a valorar, a la responsabilidad, al cuidado, a dar las gracias y a celebrar: “Quien da las gracias a la vida no ignora la oscuridad. Quizá porque no ignora la oscuridad, da gracias”; “si la celebración y la alegría no forman parte de la descripción de algo hermoso, es que algo falla. La belleza, como la bondad, no puede describirse bien sin, al mismo tiempo, celebrar y agradecer”.
Venga esta columna como una forma de celebrar y agradecer. De celebrar el descubrimiento. De agradecer a quien ha conducido sabiamente mi atención hasta ese lugar. Eskerrik asko, Ruper!
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