Se necesita un código ético del viajero que le anime a asumir, como propios, los valores democráticos que faciliten el avance de las zonas de llegada.
Artículo publicado en El Correo (20/08/2024)
El crecimiento del fenómeno del turismo en los años previos y posteriores a la pandemia de covid-19 ha suscitado infinidad de debates en torno a su impacto ecológico, masificación de destinos, baja calidad y temporalidad del empleo, encarecimiento de la vivienda, destrucción del patrimonio cultural y natural.
El código ético aprobado por la Organización Mundial del Turismo (OMT) el 1 de octubre de 1999, refrendado por la Asamblea General de la ONU el 21 de diciembre de 2001, fijó los principios que deben guiar el desarrollo del sector y servir de marco de referencia para sus diferentes agentes con el objetivo de reducir al mínimo los efectos negativos sobre el medio ambiente y el patrimonio cultural, al tiempo que se aprovechan al máximo sus beneficios en la promoción del desarrollo sostenible y el alivio de la pobreza.
En este documento se establecen los siguientes principios que deben orientar el turismo: contribución al entendimiento y al respeto mutuos entre hombres y sociedades, instrumento de desarrollo personal y colectivo, factor de desarrollo sostenible, factor de aprovechamiento y enriquecimiento del patrimonio cultural de la Humanidad, actividad beneficiosa para los países y las comunidades de destino; obligaciones para los agentes del desarrollo turístico, derecho al turismo, libertad de desplazamiento turístico y derechos de los trabajadores y de los empresarios del sector.
En 2020, el Gobierno vasco, tras un proceso de participación y diálogo con el sector, inspirado por el código de la OMT, aprobó el Código Ético del Turismo de Euskadi, en el que fijó ocho principios que pueden ser asumidos por las organizaciones y profesionales del sector que desarrollan su actividad en Euskadi. Se centran en la contribución al entendimiento y respeto a los turistas; la igualdad, inclusión y tolerancia a la diversidad; la sostenibilidad, el fomento de la tradición y cultura local, la preservación del patrimonio cultural de la Humanidad, la excelencia y profesionalidad, el respeto a los derechos de las personas y el trato adecuado a las personas trabajadoras y empresarias del sector. Tanto el código mundial como el vasco sitúan el foco en la necesidad de promover un modelo de desarrollo medioambiental, económico, social y culturalmente sostenible por parte de las instituciones, empresas y sociedad civil. Considerando el objetivo anterior imprescindible, echo de menos la toma de conciencia, activación e implicación de la ciudadanía anónima, que se convierte en turista cuando se dirige a un des
tino.
Es tiempo de poner sobre la mesa la conveniencia de elaborar un código ético del turista. No me refiero al vigente Código Internacional de Protección del Turista que desde 2020 garantiza sus derechos a lo largo y ancho del mundo. Me refiero a un código que le anime a asumir, en primera persona y como propios, los valores democráticos que facilitan el avance de los destinos turísticos hacia un desarrollo más humano y sostenible.
Mientras alguna organización, global o local, se hace eco de la propuesta, avancemos en lo más importante, en la concienciación, activación e implicación de la persona que se transforma en turista, excursionista o visitante, por unas horas, días o semanas, entrando en relación con un destino y las personas que lo habitan. En primer lugar, como turistas, asumamos el compromiso de reducir el impacto medioambiental en el viaje. Mantengamos comportamientos ecológicos en el destino, al menos, a la altura de los mantenidos en origen mediante un uso y consumo limitado de agua, suelo, aire, recursos, espacios y energía, y reduciendo al máximo la generación de residuos y la contaminación.
En segundo lugar, prestemos más atención al destino de nuestro gasto turístico, de las transferencias económicas que generamos. Pensemos más en el beneficio de la comunidad local y menos en el de las intermediaciones. Evitemos la concentración de la riqueza en manos de unos pocos. Eludamos la fórmula de ‘low cost’ que impide la creación de un empleo digno y estable.
En tercer lugar, mostremos exquisito respeto y consideración hacia las y los profesionales que nos prestan los servicios, así como hacia las y los ciudadanos que habitan el destino. Impliquémonos en la reducción de la exclusión social en destino. Y posibilitemos la cohesión de los diferentes grupos de edad y colectivos sociales locales. En cuarto lugar, apasionémonos por la cultura de las personas que viven en el destino. Observemos las identidades y la diversidad cultural como fuente de enriquecimiento personal y colectivo, evitando la prepotencia y la superioridad en nuestra actitud y juicios de valor.
Cuando asumimos el rol de turistas, seamos activistas del desarrollo sostenible, demandando a las organizaciones y profesionales del sector los principios establecidos en los códigos mundial y vasco. Pero, además, convirtamos nuestra manera de hacer turismo en garante de destinos más sostenibles.
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