Asegura que el auge de la migración irregular responde al explosivo cóctel creado por la pobreza, la corrupción y una política errónea.
Entrevista publicada en El Correo (01/09/2024) | Zigor Aldama.
Muchos académicos analizan el fenómeno de la migración desde una perspectiva teórica. No es el caso del antropólogo social Jesús Prieto Mendaza. Ha visitado muchos de los países desde los que están saliendo miles de personas con destino a España, se ha interesado por sus historias sobre el terreno y también ha seguido de cerca el trabajo de las Fuerzas de Seguridad que tratan de evitar esos saltos, ya sean literales en la valla de Melilla o en forma de travesía a bordo de los cayucos que llegan a Canarias o de las pateras que cruzan el Mediterráneo.
El coordinador del Curso de Educación Intercultural de la Universidad de Deusto lleva dos décadas trabajando un tema complejo, lleno de aristas, que pone a Europa frente a un gran dilema: hacer honor a sus valores humanos o proteger sus fronteras.
– Esta semana Pedro Sánchez ha viajado por África para buscar soluciones con los gobiernos de diferentes países. ¿Las encontrará?
– El viaje de Sánchez es un brindis al sol. Porque hablar de cooperación al desarrollo queda muy
bien, pero también queda muy grande. Es algo que se debe hacer para crear en origen una situación que no fuerce a los jóvenes a la migración, pero España no va a lograr nada sola. Porque primero hay que desactivar la corrupción sistémica de los gobiernos africanos, que operan en connivencia con las mafias. Un buen ejemplo lo he visto en el puerto desde el que parte la mayoría de los cayucos de Mauritania. Para mejorar su navegabilidad, los recubren de una fibra de vidrio que les proporciona la propia gendarmería mauritana.
– No parece que funcionen muy bien los acuerdos para el control de fronteras en origen.
– Con la creación de Frontex hace justo veinte años, Europa decidió externalizar el control de fronteras a los países emisores, desde Marruecos hasta Túnez. Y ha sido un auténtico fracaso, porque no ha servido para reducir las llegadas de inmigrantes irregulares, sino que se han incrementado sustancialmente.
– A menudo se habla del chantaje que hacen gobiernos como el de Marruecos con la inmigración.
– Sí, Marruecos recibe una cantidad muy interesante de dinero para controlar sus fronteras. Y no solo
dinero, también recursos como patrulleras. Pero cuando el rey Mohammed se mosquea o quiere conseguir algo, abre la mano en la frontera y se producen saltos masivos que se suman a un goteo constante. Porque, aunque prestamos atención con episodios como el de 2021, cuando 6.000 personas llegaron de golpe, a Ceuta entran todos los días. Hoy 25, mañana 50 o 100. Los inmigrantes van con un flotador y una bolsa de plástico en la que llevan crema solar y una toalla. Cuando llegan a la playa, la despliegan y es muy difícil diferenciarlos de los bañistas. La pregunta del millón es cómo lograr que Marruecos deje de chantajearnos con esta situación.
Un polvorín desestabilizante
– ¿Qué papel juega la reciente inestabilidad en el Sahel en el incremento de llegadas actual?
– Ha complicado las cosas en muchos países. Por ejemplo, Senegal no tenía gran miseria y contaba con unas instituciones solventes, ganaba mucho con el turismo, como Mali. Luego llegó la amenaza yihadista y países estables dejaron de serlo. Gente que antes se ganaba bien la vida ahora me pregunta si puedo enviarles 50 euros, y el puerto de Dakar está lleno de jóvenes que quieren subirse a un carguero para dar ‘el salto’, que es como lo llaman ellos. Pero allí hay fuerzas europeas y, si no lo consiguen, van por la costa hasta Mauritania para salir de allí. Al final, el problema de fondo es que, en muchas aldeas, la única esperanza es que algunos jóvenes logren llegar a Europa, y como saben que los menores no pueden ser devueltos, esos tienen prioridad.
– Las remesas de dinero que envían después son una inyección económica importante. ¿Desincentivan que se combata la migración irregular en origen?
– Sí. Esas remesas son fundamentales, como lo fueron en España en los años 60. Para muchas familias son el único plan económico, y sirven también para abrir pequeñas empresas que generan negocio. Pero creo que esos países podrían recibir remesas incluso mayores si la migración fuese legal y regulada.
– La irregular se utiliza como arma arrojadiza entre los partidos políticos españoles. ¿Le preocupa el auge del discurso del odio?
– Por supuesto que me preocupa. Pero también que la izquierda esté esclerotizada y no sepa desactivarlo con inteligencia. Se ha trabajado mucho para desmentir rumores, pero también se ha caído en el error de beatificar la migración, a la que se ha dibujado con una visión Disney. Y esta demagogia crea un círculo vicioso que se retroalimenta. Muestra de ello es que Vox haya vivido un ascenso espectacular allí donde hay más tensión migratoria, como El Ejido. Lo cierto es que no conozco ningún país del mundo que no
tenga una política migratoria, y es evidente que el territorio Schengen no puede acoger a toda la población africana que quiere entrar en él.
– La polémica es especialmente intensa en torno a los menores no acompañados.
– Creo que no hemos sabido explicar los problemas que presentan su integración y la sociedad multicultural. No todos los menas son niños tan desprotegidos como se cree. Pienso en aquellos que dejaron su poblado hace un año y que acabaron en las calles de Tánger esperando a cruzar. Han hecho un máster, y no precisamente en valores cívicos. Han adquirido una experiencia delictiva que dificulta su integración cuando llegan a España, donde presentan una problemática especial. Su gestión exige más rigor, y algunos deberían estar en centros cerrados o en prisión. Dicho esto, no entiendo la actitud del Partido Popular en lo referente al reparto, porque son números muy peque ños. En Cantabria, por ejemplo, hablamos de 25.
– ¿Qué piensa de las devoluciones en caliente?
– Que son muy complicadas. Se pueden llevar a cabo en Ceuta o Melilla porque es fácil argumentar que apenas están en territorio español, sobre todo si se les coge en medio de las vallas, en tierra de nadie. En el mar es más complicado. Cuando se detecta una embarcación a la deriva, la Guardia Civil o Salvamento Marítimo activan el protocolo humanitario y la rescatan. Ya en puerto, la Policía Nacional les pregunta de dónde son, y los migrantes tienen la consigna de decir que son sudafricanos, porque no hay acuerdo de extradición, o que son refugiados que huyen de la guerra. Es su estrategia de supervivencia. Por otro lado, apenas se fletan vuelos de repatriación porque es difícil volar a ciertos países o no hay recursos suficientes. Y es imposible devolver a menores porque eso nos llevaría a violar los derechos humanos.
«Solo hay una solución: invertir en origen»
– Las razones de la migración están claras. ¿Pero hay alguna solución para frenarla?
– Solo hay una: invertir en el origen de la migración transnacional. Si lo que hemos gastado en
Frontex lo hubiésemos destinado al desarrollo del Magreb, ahora estaríamos cosechando resultados mucho mejores. Hay que conjugar ese desarrollo económico con políticas en materia de agua, agricultura, sanidad y educación. Son los elementos necesarios para que la región despegue. Y puede hacerlo porque tiene potencial: tiene intelectuales, artistas y emprendedores. Lo que le falta es crear el caldo de cultivo adecuado para que desarrollen ese potencial. Y para salvar vidas, porque no debemos olvidar que se estiman 20.000 muertes solo en la Ruta del Atlántico.
– Pero a su vez Europa también necesita inmigrantes para solucionar problemas como la falta de mano de obra o la baja natalidad.
– Para eso necesitamos establecer canales de migración legal, con más cupos para trabajadores a los que hay que dar visado. Si abriésemos esas vías también podríamos ser más duros en las irregulares sin tener miedo a que nos acusaran de violar los derechos humanos.
– ¿Falta una política migratoria común y solidaridad en el reparto de inmigrantes en la Unión Europea?
– Por supuesto. Desafortunadamente, no somos los Estados Unidos de Europa. Unos dicen A y otros B. Giorgia Meloni dice arre y el Grupo de Visegrado, con Hungría o Polonia, dice so. Ursula von der Leyen no ha ido a Mauritania. Ha ido Sánchez, y quien tendría que haberlo hecho era ella. Todavía pensamos como alemanes, como franceses, como portugueses, pero no como europeos. Y así lo único que vamos a lograr es pasar otros veinte años con un control de fronteras ineficiente, lo cual supone tirar por el váter millones y millones de euros.
– No parece muy optimista.
– No lo soy. Porque me temo que, si sigo vivo, 20 años después le diré lo mismo que ahora.
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